lunes, 20 de junio de 2011

CXII.- Se detuvo cortésmente por mí (II)

Me pregunto, mientras camino por estos pasillos, cómo debió ser para Theron su llegada aquí. Por lo que recuerdo de sus recuerdos, mucho más agradable que la mía. Sinceramente, no seré yo quien se queje. He jugado mis cartas y esto forma parte de la función. Hay posibilidades de que salga mal, sí, pero soy un superviviente. Siempre he sobrevivido. Y si no tuviera fe en mis capacidades para ello ni estuviera anestesiado del miedo a la muerte, no intentaría ni la mitad de cosas que intento, ni conseguiría la mitad de las que consigo. Llámame valiente. Igual más bien estoy pirado.

Cuando me sueltan de boca sobre la alfombra mullida, admito por primera vez desde que me prendieron que estos cabroncetes me estaban arrastrando. Aún estoy mareado a causa del maldito hechizo que me han tirado encima, pero planto los pies con firmeza en el suelo cuando me levantan y sonrío a medias, lamiéndome la sangre de los labios. Me arrancan la venda de los ojos con un fuerte tirón.

Miro alrededor.

Un lugar precioso: Losas doradas formando un mosaico que imita el sol, piedras viles flotando en la sala de paredes escarlata y una cama con dosel. Divanes, pipas de maná, alfombras, cojines y liras. Cortinajes de seda y gasa.

¿Lo interesante de verdad? Aparte de los invitados, que sólo hay un acceso a esta habitación. Y acabamos de cruzarlo. Cuatro tipos armados están detrás mía, dos de ellos me sujetan. Yo estoy desarmado, soy uno solo y algún guapo me ha regalado una maldición de debilidad. Aun así, me mantengo en pie por mí mismo con obstinación y trato de liberarme de sus manos, sonriéndoles con mi mejor gesto engreído.

- Muy amables, pero no me voy a caer. ¿O es que tenéis miedo de que os dé una paliza, ahora que estamos en igualdad de condiciones?

Uno de los elfos me regala un bofetón, que me duele tanto como si me hubiera golpeado una niña de tres años con distrofia muscular. De todos modos, hago como que lo he notado. A estos tíos duros amiguetes de la Legión les gusta pegar a los paladines. Mejor que estén felices.

- Ya basta. ¿Qué farsa es esta? – dice una voz femenina.

Entonces me digno a mirar a mi anfitriona, que resulta ser una eredar de más de dos metros y vestida con una toga de estilo siniestro y atrevido. Tiene una mano en la cadera y con la otra sujeta un bastón coronado por una piedra oscura y rojiza. Los cabellos, negros y rizados, se enroscan alrededor de sus largos cuernos, y en sus ojos brilla un resplandor de furia contenida. Sus pechos se comprimen dentro de un sujetador de metal que exhibe los montículos rojizos, turgentes, dos buenas tetas de demonio.

Dejo que mis queridos súbditos le expliquen la cuestión a la cabra, mientras mantengo los ojos sobre los suyos. No, no le miro los pechos, por tentadores que sean... o que pudieran ser para alguien con menos asco a los demonios que yo. Cuando tratas con esta clase de gente es fundamental mantener tu posición, demostrar fuerza, control, seguridad y sobre todo, dejar claro que ellos no tienen poder sobre ti. No tengo mucha experiencia con la Legión, pero sí la suficiente como para saber eso. Diría que funciona, porque mientras la cabra presta atención a la explicación pueril de los dos elfos, sus ojos vuelven a mí una y otra vez.

Apesta a demonio. Es un demonio. Odio a los demonios. Desearía exorcizarla y abrirle su corrupta y apestosa piel a base de latigazos de Sagrada Luz, que el fuego purificador deshiciera la máscara de voluptuosidad con la que se envuelven y revelase su verdadera naturaleza: vísceras corroídas, carne humeante y un alma negra y eternamente condenada. Pero en vez de hacer eso, exhibo mi mejor sonrisa y aguardo a que la curiosidad y el interés hagan su efecto, dejando que mi aura se expanda por si queda alguna duda de mi naturaleza.

- Largaos – espeta ella finalmente, haciendo un gesto a los guardias cuando se aburre de escucharles – Todos.

Aquí lo tenemos. Está jugando al juego: va a quedarse a solas conmigo para demostrar que no tiene nada que temer de alguien como yo. ¿Y por qué debería temer nada? Estoy desarmado, con una maldición de debilidad que me tiene mareado y casi no me tengo en pie. Soy una víctima perfecta, llegado el caso, pero por ahora no quiere matarme. Si hay una buena manera de empezar con los demonios, es entrar en su jodida casa diciendo que quieres hacer un trato. No falla. No se pueden resistir.

- Bonita alfombra – le digo, cuando nos quedamos solos. Me paso la mano por los labios y me peino con los dedos para ponerme presentable – pero el recibimiento ha sido un poco frío para mi gusto.

- ¿Qué tienes que ofrecer? - espeta.

La eredar va al grano. No están siendo muy amables, que digamos. ¿Será que a mi no me ven con potencial? ¿Es porque soy rubio y tienen prejuicios sobre mi inteligencia? Qué envidia, con lo bien que trataron a mi brujo aquí dentro, colmándole de atenciones, haciéndole la jodida pelota como si fuera la nueva promesa de la Legión Ardiente… sí, la envidia me corroe.

No espero a que me de permiso. Me acerco a la mesa que hay más cerca de ella con un movimiento estudiadamente repentino, que podría parecer amenazador y desestabilizar su pose. Sonrío al verla amagar un retroceso, apretando el bastón entre los dedos. Ahí está. Ella entrecierra los ojos, que vuelven a relampaguear. ¿Miedo? Vaya vaya, no diré que no me lo esperaba. No necesito mis armas para golpearle con la luz, y ella lo sabe. Así me gusta, las cosas claras. Aparto la silla y me siento.

- Quiero hablar sobre un pacto antiguo. Uno que afecta a dos personas queridas para mí y que fue sellado con Xaar.

Esta vez reprimo la sonrisa al ver cómo casi se le caen los ojos al suelo de la sorpresa. Oh, pero qué tenemos aquí. ¿Tanta puntería tengo? Parece que he dado en el blanco de todos los blancos. La cabra se repone de inmediato, alzando la barbilla. Un aura fría comienza a escocerme en la piel. Ahora la situación se vuelve delicada y peligrosa. No, hasta ahora no me lo parecía, la verdad.

- Con Xaar. Entiendo. – su voz se vuelve suave - ¿Por qué no me hablas de ello?

- Porque no eres Xaar.

La Eredar sonríe y luego deja libre su risa. Es como un cascabeleo, como el agua de las fuentes, pero más metálica. Tan preciosa como falsa. No alberga ni un rastro leve de calidez. La risa de un demonio siempre suena amarga, siempre.

- Tienes ojos de depredador, y la sonrisa de un lobo. Eres audaz, al presentarte aquí del modo que lo has hecho. Sin embargo, también has sido estúpido. – Se acerca a mí, sus pezuñas resuenan sobre las teselas. – Dime, ¿qué me impide ahora mismo arrancarte el alma, infligir a tu cuerpo tanto sufrimiento que pidas muerte y deleitarme con el sabor de tus lágrimas mientras mis artes corrompen todos los dones que la Luz te ha otorgado?

Arqueo la ceja.

- Vaya, esa frase es muy larga. Y lo que me propones no termina de agradarme... pero seguro que si lo piensas bien, encuentras algún motivo para no hacerlo, ¿verdad?

Mi sonrisa es espléndida. Adoro hacerme el tonto, pero esta tía sabe que lo estoy fingiendo.

- Basta de juegos.

- Sí, por favor – vuelvo a ponerme serio – quiero hablar con Xaar.

- Eso no puede ser. Antes tendrás que hablar conmigo. Yo seré su mensajera, y el enlace entre tú y él, si es que la relación se prolonga y duras vivo más de diez minutos aquí.

Su respuesta es tajante, y es demasiado pronto para regatear. Aun así, es un riesgo… creo que sé quien es esta zorra del averno, y si no me equivoco y se trata de Kaleen, entonces tengo que tener cien ojos y otro más de recambio.

- De acuerdo.

Ella sonríe.

- Perfecto. Dime pues, ¿qué venías a tratar con él?

Ha tomado dos copas de la mesa y las está llenando con una jarra. Es una especie de vino espeso y rojo. Se lleva la suya a los labios y deja la mía delante de mis narices. Huele a bayas, y un poco a almizcle y a corrosión, pero muy poco. Ni siquiera la toco.

- Quiero ofrecerme en el lugar de Theron y de Eliannor.

La eredar alza las cejas. Veo el resplandor de la codicia en sus pupilas, el hambre y el ansia. Un alma pura, un alma bendita. Sin duda es toda una delicia para gentuza como ella. Frunce el ceño y se lo piensa.

- No estoy segura de que Xaar…

- Por favor, transmítele el mensaje.

Se me queda mirando por largo rato, como si estuviera tratando de decidir entre escupirme o matarme, y finalmente desaparece por la única puerta de la sala, con un revuelo de faldas. Veo destellar el suelo bajo la puerta cuando cierra: un sello mágico. Claro, no voy a poder salir de aquí sin permiso. Contaba con ello.

Vale, no. No contaba con ello. Pero es tarde para ponerse nerviosos, ¿no? Me pongo la mano en la frente e intento sacarme de encima la jodida maldición, que hace que todo me de vueltas y me haya quedado derrumbado sobre la silla como un despojo. Lo intento una y otra vez, una y otra vez, acordándome de la madre que parió a Theron, a Eliannor, a Iradiel, pero sobre todo a mí mismo. ¿Quién me mandaría abrir la boca? ¿Cuándo aprenderé a mantenerme al margen?
Aún estoy echándome la bronca yo solito cuando ella regresa. Me esfuerzo en enderezarme.

- Hay algo más – golpea el suelo con el bastón. Los cuatro guardias han venido con ella – Xaar considera que das muy poco por mucho, así que añade una cláusula: Tenemos tres meses para probarte. En esos tres meses, vendrás aquí una vez por semana y pasarás tres horas entre estos muros. Aquí, nosotros pondremos a prueba tu voluntad y tu pureza, la veracidad de la Luz que brilla en ti y la calidad de tu alma. Si ésta permanece pura, inmaculada e incorrupta dentro de tres meses, Eliannor y Theron serán libres, y tú serás nuestro.

La sonrisa que se le dibuja al pronunciar la última palabra es casi lasciva. Entrecierro los ojos.

- ¿Y si fallo?

- Si fallas y ganamos tu alma… los tres seréis nuestros – se encoge de hombros – al fin y al cabo, un alma incapaz de resistir a las tentaciones o las torturas no tiene mucho valor, ¿no te parece? Menos aún como pago por pactos incumplidos.

Tengo que aguantarme para no estallar en una carcajada. Joder, esto ha salido mejor de lo que esperaba. Me mantengo serio y finjo que sus palabras me han hecho vacilar. Finalmente, asiento con solemnidad.

- Trato hecho. Os doy mi palabra de que mantendré lo acordado.

Uno de los guardias se acerca, desenvainando un puñal.

- Deja correr pues unas gotas de tu sangre para sellar este pacto.

- No.

El elfo intenta cortarme en la mano con el cuchillo, agarrándome de la muñeca. Pese a la maldición, aún estoy lo bastante ágil para darle un cabezazo en la mandíbula y arrebatarle el arma, sin levantarme apenas de la silla. El resto de los soldados se me echan encima, pero se detienen a una orden de la diablesa.

- No os ofendáis – añado, intentando ser cortés – pero soy un paladín. Si mi palabra no os basta, es que no sabéis lo que eso significa.



Los ojos de Kaleen relampaguean. No sé si por odio, por hambre, o por las dos cosas.

- Escoltadle a la salida.

Minutos más tarde, estoy en el exterior. El sol resplandece en el cielo. Me han devuelto la maza, pero no han eliminado la maldición. Suerte que el Sol Devastado ha acampado cerca. Es hora de buscar a un mago e inventar unas cuantas mentiras.

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