jueves, 28 de enero de 2010

LXXX - Viento del Norte

De nuevo Invierno, Rasganorte. Bastión Grito de Guerra.

Nada más arribar al Bastión Grito de Guerra, uno se lleva una gran primera impresión de Rasganorte. Orcos y trolls en su mayoría, desembarcan aquí. También algunos tauren, aunque son los menos; inmensas moles que hacen retumbar el suelo cuando caminan a su paso peculiar, lento pero imponente, embutidos en sus armaduras de acero o sus túnicas. Apenas hay elfos. Por no decir que somos, prácticamente, los únicos.
Más abajo de la poderosa fortificación de madera y metal, se extiende la amplia cantera, donde los nerub'ar membranosos corretean y saltan desplegándose sobre los soldados. La Horda les combate con su proverbial tesón y aquí y allá resuena el entrechocar de los metales, más allá del siseo de las forjas dentro de la fortaleza. De cuando en cuando se escuchan gritos de batalla. Haciendo honor al nombre del Bastión. Todo muy pintoresco, sin duda.

Al descender del zeppelín, lo primero que hago es mirar al cielo. Intento recordar lo que sé de esta tierra, si es que sé algo, lo que me han contado los marineros, los piratas y los taberneros, lo que me han podido contar los soldados y la escasa experiencia de nuestro viaje anterior, cuando cabalgábamos sin mirar más que hacia adelante, buscando la Vanguardia Argenta. El viento helado me golpea el rostro, olfateo el aire gélido que, a pesar de la corrupción que hace mella en este continente, guarda el familiar chisporroteo del ozono, de la pureza helada de inviernos sin fin. Y aromas distintos. De metal y sangre, de polvo de batalla, de fundiciones a pleno rendimiento, de cadáveres humeantes, de actividad y guerra, acero, muerte y combate. Saboreo ese aroma como el entrante de un banquete, con un suspiro nostálgico. Hay luces en el firmamento, un resplandor irisado, que cambia de verde a púrpura y dorado, como un fino velo colorido que destella. Algún dios se ha dejado la capa colgada en una nube y ésta ondea desde lo alto, brillando sobre nuestras cabezas. Quizá es un estandarte olvidado.

- No debo esperar camas ni sábanas suaves, ¿verdad? - murmura el brujo con su deje desdeñoso habitual, mirando alrededor.
- Lo dudo mucho. Los orcos son más de literas y hamacas.

Esbozo una sonrisa torcida y nos encaminamos hacia el ascensor de poleas, con los petates al hombro.

- Allá de donde vengo, conocí a Garrosh, ¿sabes? - comenta Theron, envuelto en su capa de piel blanca. Parece un animal raro, con los cuernos asomando y la nariz sonrosada por el frío. - Con los maghar, en Draenor. Era un líder venido a menos.
- No lo sabía.

El ascensor desciende lentamente, el brillo rojizo de las forjas nos saluda al llegar abajo, y el fondo musical, atonal, de las mallas tintineantes y los trastos de guerra. Caminamos rodeando la sala de mando.

- Pues sí. Finalmente levantó cabeza y se alzó con su tribu de nuevo. Fui testigo Allí... pero desconozco que habrá pasado Aquí.
- No sabría decirte. No tuve el honor. - replico, encogiéndome de hombros ligeramente mientras tratamos de no llamar la atención, mientras Garrosh y Colmillosauro discuten a gritos. Sobre un mapa en el suelo están meditando acerca de la estrategia, aunque no necesito escuchar demasiado para saber que la estrategia de Garrosh consiste básicamente en decapitar a todo el que se ponga en su camino a menos que le decapiten a él. Sauranox el Místico se pasea en torno a ellos, con el bastón relumbrante, y la enviada del Kirin Tor nos mira de reojo con cierto tono de resignación en su expresión. Los Guardias de Honor contemplan en silencio, siempre alertas, con una actitud marcial que sorprendería a los humanos, que tienen a la Horda por monstruos y salvajes, mientras sus líderes discuten.

- Rutas de navegación... suministros... ¡Me matas de aburrimiento! - exclama Garrosh. Nos detenemos un instante junto a las vigas, mirándoles desde el fondo de la sala. - ¡No necesitamos más que el espíritu guerrero de la Horda, Colmillosauro!
- Maquinaria de asedio, munición, armadura pesada. - replica el más anciano. -¿Cómo pretendes asaltar Corona de Hielo sin eso?

Ambos se contemplan y se toman la medida, orgullosos y tenaces como los grandes líderes entre los orcos. Colmillosauro no tiene ningún problema en escupir las verdades a la cara de Garrosh, pero el líder de los Grito Infernal sí parece tener problemas para pensar con claridad, más allá del ardor del combate.

- ¡Aquí tienes una ruta marítima! - brama, partiendo el mapa de un hachazo. - ¡Y otra! ¡Otra aquí!
- Impaciente, como siempre - El mayor menea la cabeza, apuntándole con el dedo, y un brillo imperativo destella en su mirada. - Te lanzas a una guerra abierta sin medir las consecuencias
- ¡No me hables de consecuencias, viejo!
- No permitiré que nos hagas descender por oscuros caminos de nuevo, joven Grito Infernal. Antes, te mataré con mis propias manos.

Se han colocado uno frente al otro y se miran con esa tensión palpable de una convivencia en equilibrio constante al filo de una navaja. El brujo y yo intercambiamos una mirada significativa, y él me hace un gesto hacia el mapa. Asiento brevemente. Las posiciones de la Alianza están marcadas, así como las de la Plaga. Si en algún momento abrigué la esperanza de que el sentido común permitiese que las diferencias se aparcaran a un lado hasta acabar con el Exánime, está claro que aún queda un largo camino para eso. Muy largo.

- Bah - hago un gesto con la mano - todo esto no es asunto nuestro. Vamos a echar una mano en lo que se pueda y a matar plaga.
- Espero que al menos no haya chinches.
- Hace demasiado frío, y no hay humedad. Ni chinches ni arañas.

Sauranox se nos ha quedado mirando desde la distancia, y el tiempo que tardamos en dejar los petates es el tiempo que él tarda en acercarse y contemplarnos con ojillos vívidos. Nos presentamos, mientras tomamos posesión de un par de hamacas sucias y algo raídas y comenzamos a descargar fardos.

- Hay problemas en la Cantera, como habréis visto - responde, cuando nos ofrecemos para prestar combate. - Podéis empezar por ahí. Venid a vernos después, cuando el Jefe se... calme.

¿Ah, pero se calma alguna vez?

Sonrío a medias y meneo la cabeza. De nuevo se escucha rugir al gran orco, su voz resuena por toda la fortaleza. Grito Infernal, muy apropiado. Abro la bolsa de cuero flexible con el Símbolo de la Luz y escojo el tratado propicio, encadenándolo en mi cinturón. Me cuelgo al cuello un par de reliquias y guardo los símbolos divinos debajo de un brazal, ajustándolos con el guante.

- Nunca te había visto con tanta parafernalia beata - dice el brujo, observándome con curiosidad.
- No puedo decir lo mismo de ti - replico, señalando con la cabeza las piedras de salud que toquetea y la faltriquera de almas que está revisando en este momento.
- Me lo agradecerás.

Siento el tirón cuando la Sombra se cierra, como un chasquido cristalino, dejando la impronta de mi alma en una piedra, y respondo a la sonrisa burlona con una bendición, empuñando la maza y el escudo.
- Lo mismo digo.

Nos saludamos con la cabeza y atravesamos el Bastión a paso vivo, de camino a la cantera. Casi tengo ganas de ponerme a silbar. La guerra es un buen hogar, una amante entregada. Siempre está cuando la necesitas, puedes acudir a ella cuando gustes y hasta el momento, no suele decepcionarme.

1 comentario:

  1. Se nota que Ahti disfruta del reto de Rasganorte, está en su elemento el oso nevado.

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