jueves, 8 de octubre de 2009

XLVI - Guerra Abierta: Colaboración


Cuna del Invierno - Verano

- ... entonces la ardilla se subió al árbol, mordisqueó la bellota y guardó su espada de dos manos en el armario. Había sido un día muy duro y había que dormir.

Elive me regala una mirada traviesa con sus enormes ojos pardos y dice "nooooo", se ríe, dando saltitos en la cama. Los hoyuelos se marcan en sus mejillas regordetas y el pelo rubio le cae sobre la frente y los hombros, las orejas ligeramente puntiagudas asoman detrás de los cabellos.

- ¡En los arboles no hay armarios, papá!

Arqueo la ceja, acariciándole con el dedo la naricilla redonda y dejando que me agarre un mechón de pelo y se lo meta en la boca. Es tan preciosa que no puedo dejar de mirarla, y su mirada infantil reluce con el suave resplandor de la sencilla felicidad de los niños.

- ¿Cómo que no hay armarios? Pues claro que los hay, habitaciones enteras.
- Que va. Hay hojas y ramas... - me peina, me mira muy elocuente, me explica, iluminándome con su profunda sabiduría. - y cañañas.
- Castañas
- Si, se comen calentitas.
- Eres muy pequeña para comer castañas, hija

Me mira con suficiencia, inclinándose sobre mí. Estoy tirado en la cama a su lado, la he arropado hasta el cuello pero se empeña en quitarse las mantas, para poder sacar los brazos y tocarme la cara, tirarme del pelo, gesticular y hacer palmas. El cuento le ha gustado, a pesar de la absurda incoherencia del mismo.

- Yo ya soy grande. Tengo éstos - saca cuatro deditos. - ¿Cuantos tienes, pa?
- Tengo todos los de tus manos, los de tus pies, las manos de mamá, los pies de mamá, mis manos y mis pies...

Se ríe cuando le hago cosquillas y le mordisqueo las manitas, se ríe con una risa que es como el sonido cristalino de un arroyo fresco, y me reprende entre la risa con sus palabras inventadas, frota la nariz contra mi rostro y me recrimina que la barba le pica en la cara cuando le doy un beso.

- Basta, muchachita - la tumbo, le coloco la almohada y la arropo. Los pasos de Ivaine ya se escuchan en la puerta. - Mamá nos va a regañar.
- Vaaale.

Ella se inclina a nuestro lado, riendo suavemente, se pasa las manos por el pelo rojo, alborotado, y nos rocía con los copos de nieve prendidos a ella. Tiene las mejillas arrobadas por el frío del exterior, y se abalanza sobre Elive para cubrirla de besos.

- Hora de dormir, niña guapa - le dice.

Mirarlas a las dos es como estar suspendido en el aire, colgando de los rayos de un sol cálido y envolvente que abraza y reconforta. Me quedo absorto, observándolas, con un nudo en la garganta que no tiene nada de amargo. Ivaine sopla la vela y damos las buenas noches a Elive, antes de salir juntos al exterior.

El sol rojizo se desliza lentamente, haciendo equilibrios en la cuerda del horizonte, detrás de las montañas. Algunas estrellas ya titilan en el firmamento añil, y una suave brisa hace temblar los juncos del diminuto estanque bajo la ventana. Me siento en la puerta, con la mente en blanco y los ojos prendidos en la figura de Ivaine, que pasa la mano sobre las cañas, envuelta en la espesa capa de piel de oso blanco, como una reina del invierno... dioses que gilipolleces pienso a veces. Pero no puedo pensar otra cosa. Da la vuelta sobre sí misma y se sienta en el borde de la alberca, fijando los ojos oxidados en los míos.

- No deberías estar aquí, con la que tenéis encima - me dice, con una media sonrisa. Es imposible saber lo que está pensando. Ella también es una fortaleza.
- Estoy donde quiero estar - replico, rebuscando la pipa en la faltriquera.
- Eso no lo pongo en duda, pero no deberías. Vas a acabar volviéndote loco de tanto viajar. 
- Tengo que recuperar cinco años con vosotras, melian. Viajar no es un problema, y me gusta contarle cuentos a mi hija antes de dormir, aunque sean tan malos.

Se ríe entre dientes, con un destello de humor punzante.

- Cumplen su función, aburrirla hasta que le da sueño.
- Me reconoció como su padre nada más verme.- recuerdo en voz alta, extrañado. Es increíble lo fácil que ha sido recuperarlo todo.
- Me encargué de que nuestra niña no te olvidara, así como yo no te olvidé - replica, en un murmullo suave. Luego carraspea y su voz se vuelve más ligera. - ¿Cómo van los preparativos?
- Bien. Aún necesitamos más gente, pero la conseguiré.

Asiente con la cabeza y se me queda mirando, luego aparta la vista. Por un momento, permanecemos en silencio, hasta que su voz llega hasta mí, firme y determinante.

- Es una locura, Rodrith. No puedes meterte en Naxxramas por las buenas. Tú sabes cómo han acabado las cosas otras veces, cuando otros se han atrevido a asaltar la ciudadela.
- Eso lo veremos cuando estemos dentro - respondo tranquilamente.
- Sí, lo verás al entrar y no saldrás. Abandona esa idea, elfo. Si mueres, nos perderás para siempre.

Sus ojos vuelven a mi, vibrantes bajo el ceño fruncido. Ivaine se anticipa continuamente a lo peor, siempre está preparada para los sucesos más drásticos, los contempla desde la distancia casi como si fuera capaz de preveer las consecuencias exactas de todo.

- No voy a morir - respondo con firmeza. - No voy a morir, y no volveré a perderos.

Resopla exasperada y me golpea en el hombro, chasqueando la lengua.

- Estúpido testarudo. Siempre crees que todo está en tu mano, pero no. No es así, Rodrith. - No levanta la voz, no va a importunar el sueño de Elive dentro de la casa, pero sus palabras cortan como cuchillos. Agita el cabello mientras habla apasionadamente. - No todo depende de tu voluntad inquebrantable, por mucho que te aferres a eso. Hay cosas que no puedes cambiar y circunstancias que te superan. Y Naxxramas es una de ellas, igual que Crematoria.
- ¿Me estás diciendo que voy a morir inexorablemente? Porque puede que no todo esté en mi mano, pero siempre hay una jodida oportunidad. - le contradigo, en el mismo tono susurrante y tenso - Y voy a tomarla.
- Hazlo, maldita sea. Hazlo. Pero no me mires a los ojos diciéndome que no vas a morir, porque no puedes estar seguro de eso.
- Lo estoy.
- Todo apunta a lo contrario.
- Como si eso importara algo.

Suelta una maldición en común y agita la cabeza, golpeando los juncos con el dorso de la mano en un arranque de rabia. Sus palabras suenan mas suaves después, pero también más amargas, mientras observa un punto impreciso en las colinas.

- Déjame hablar antes con el Alba. Intentaré convencerles para que envíen una expedición de reconocimiento. Concédeme eso al menos, ya que no te importamos lo suficiente como para pensártelo siquiera.

Me levanto y la sujeto por los hombros, mirándola con fiereza. No se inmuta, desde luego, pero sus palabras sí han hecho mella en mi interior. Nos queremos tanto que nos hacemos daño.

- No te atrevas a decir eso, Harren - escupo entre dientes. - Si quiero ir a Naxxramas es exactamente porque me importáis. Me importáis y no quiero que esta mierda os salpique, no quiero que vuelva a tocaros nunca. ¿Tienes idea de cómo me sentí cuando os encontramos en Vallefresno, infectadas con esa mierda de los necrófagos? ¿Tienes idea de lo que es eso?

Se debate y me aparta con brusquedad, su rostro desafiante se alza ante mí. Era una niña cuando nos conocimos, apenas una cría cuando tuvo a Elive... y cinco años, que no son nada para un sin'dorei, han hecho de ella una mujer de carácter y sólidos cimientos. La han convertido de reina en emperatriz. Lo comprendo cuando vuelve a hablar, su rudeza no es el escudo de una muchacha que tiene que ser fuerte, sino la determinación de la mujer que ya lo es, serena, clara y tajante.

- ¿Es que has olvidado lo que soy yo, Albagrana? Soy un soldado del Alba Argenta, como tú lo fuiste, como ambos lo fuimos hace tiempo. Y esa mierda ya me ha salpicado. Hace mucho que nos salpicó a todos, creo que no necesito recordártelo. No puedes protegerme de eso, y no quiero que lo hagas, porque esa lucha también es la mía.

Espera. Espera un momento. La observo, pestañeando, y una comprensión instintiva se abre paso en mi cabeza, una sospecha demasiado clara. Se confirma cuando aparta la vista, resoplando, y se abraza las rodillas. Dioses, no. El pánico emerge desde debajo de la tierra y enreda sus garras en mi garganta, sobre mi pecho, cuando me doy cuenta de lo que hay implícito en sus palabras.

- Ni se te ocurra, Ivaine Harren.

No sé si es una amenaza o una súplica... pero creo que ha sonado más a lo primero. A pesar de que estoy acostumbrado a estos parajes, de las prendas de piel mullida que me envuelven, el frío se escurre por mi espalda como una lengua maliciosa.

- No me pidas lo que tú no puedes dar, Rodrith.
- Quédate aquí con Elive hasta que regrese, o cógela y marchaos a Shattrath. Te lo ruego. No entres ahí. Olvida la expedición de reconocimiento, olvídalo todo y largaos.
- No me pidas... lo que tú no puedes dar.

Casi nos gritamos. De nuevo estamos enfrentados, inclinados el uno hacia el otro. Miro de reojo la ventana, nuestra hija duerme dentro... y así se abra la tierra y el mundo estalle en pedazos, no pienso despertarla.

- Dioses... harás lo que te venga en gana, como siempre - suspiro, abatido.
- Igual que tú, amor. No tenéis planos del interior, no tenéis un testimonio real, objetivo y actual de lo que hay entre esas paredes - replica, severa y calmada. - Yo te lo puedo dar. Puedo ofrecerte la mejor colaboración, así que lo intentaré. Tu vas a ir allí, yo no voy a quedarme al margen. Sólo prevalecimos nosotros de la Octava... así que al menos, tú y yo llegaremos a donde debimos llegar todos.
- Joder, Ivaine.

Salta de la alberca y se sienta entre mis piernas, abrazándome. No deja de sorprenderme que ni un ápice de la sintonía perfecta y extraña que compartíamos antaño se haya perdido, la reina roja siempre parece saber cuando la necesito, qué es lo que me hace falta en cada momento. La estrecho hacia mí con posesividad, hundiendo el rostro en su pelo.

- Los dos sabemos como somos, Rodrith... los dos sabemos lo que tenemos que hacer.
- Tú no vas a renunciar, ni yo tampoco - admito con un susurro quedo, que me pesa en los labios.

Ella niega con la cabeza, levemente. Una oscuridad inquieta envuelve el cielo cuando la noche nos alcanza, y el miedo y la incertidumbre se hacen un hueco en mi espíritu, dispuestos a acompañarme a partir de ahora.

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