domingo, 29 de noviembre de 2009

LXVIII - El Rey de Rémol

Rémol - Otoño

Entrada la noche, el Concejo de Rémol está vacío. Tampoco es que hierva de actividad a mediodía, pues para los muertos no existen las prisas, el bullicio es señal de malos presagios y no hay nada mejor que un viejo edificio vacío que nadie usa y que nadie debería usar para nada. Los renegados son así. Hace tiempo que intento entenderlos, pero es harto difícil empatizar con la mayoría de ellos. No desean empatía, no quieren ser conocidos, y pese a verse obligados a seguir habitando este mundo, no quieren saber nada de él. Creo que lo desprecian, se desprecian a sí mismos, lo desprecian todo. Sus vidas están movidas por el odio, lo cual no me parece del todo mal, aunque lo considero un argumento muy pobre para perpetuar una existencia. Pese a todo, útil.

- Deja de quejarte de una vez, ¿qué mas te da? - me espeta Elhian. Estamos discutiendo, como es habitual en nosotros.
- No me estoy quejando. Solo digo la verdad, estoy cansado de tirar de este carro solo.
- Tú lo elegiste. ¿Por qué lo hiciste si no te ves capaz?

Hablamos sobre la Guardia del Sol Naciente y el tedioso esfuerzo que me veo obligado a hacer para sacarles de su letargo y tirar de ellos hacia nuestros objetivos. Elhian, nuestra renegada, una de las pocas que se unió a la Orden pese a "estar llena de elfos", cree que me dejo llevar por el hastío. Y no le falta razón, en parte.

- No se trata de eso. Soy capaz de mover lo que haga falta si es necesario, pero ya llevamos un año, un año juntos. Esperaba algo de entusiasmo, de compromiso. Y sólo encuentro lealtad ciega y soldados que esperan órdenes.
- ¿Y qué pretendes, Ahti?
- Mentes independientes. Compromiso individual. Participación - espeto con sequedad, contagiado por el carácter amargo y el reproche de sus palabras. - Si quisiera esclavos o carcasas sin pensamiento propio, si quisiera mercenarios, los compraría con el dinero de Theron. Pero no somos jodidos mercenarios.
- Quieres una igualdad que no existe. ¡Usa lo que tienes y llévanos hacia adelante! - me replica, encarándome.

Elhian es una mujer fuerte. Probablemente más fuerte que yo en muchas ocasiones. Su determinación es tan profunda y consistente como la amargura que adivino al fondo de su mirada pálida. La no muerte la trató bien, hay pocas marcas de degradación física en ella, y exhala un extraño aroma a flores muertas que no me resulta desagradable. El rostro ovalado me recuerda al reflejo marchito de una flor antaño hermosa y brillante, que languidece, seca, entre el polvo del camino. Sin que nadie recuerde su belleza, sin que ella misma la quiera recordar. No sé como fue Elhian antaño, pero sé como es ahora. Y la consistencia de su espíritu se ha convertido, con el paso del tiempo, en un apoyo irremplazable para mi, así como sus continuos acicates me motivan en cierto modo. Como yo, es experta en motivar pateando los traseros de los demás, solo que ella cuenta con la maestría que le aporta su carácter malhumorado.

Creo que el nombre de renegados les viene al pelo. Están renegados de todo, estos muertos.

Sonrío a medias y suelto una carcajada. Elhian se cruza de brazos, enfadada. Siempre lo está, ¿y cuando no?

- Supongo que tienes razón.
- Siempre tengo razón - declara, cortante.
- Siempre no. Pero muchas veces, sí.
- Pues déjate de niñerías y haz lo que tienes que hacer. ¿Cuándo partiremos hacia el Norte?
- En cuanto los zepelines estén preparados - replico, recostándome en el banco de madera. - Ya hemos informado a los demás. Solo falta que acudan, y no libremos la batalla solos.
- No la libraríais solos si echárais un vistazo de vez en cuando a la gente que tenéis alrededor - replica de nuevo, mosqueada. - Os comportáis como si no existiéramos.
- Eso no es cierto.
- Lo es. Somos invisibles.

Detecto el rencor en sus palabras y me encaro con ella de nuevo, frunciendo el ceño. Ahora me ha tocado las narices, joder.

- ¿Cómo puedes decir eso? ¿No estoy aquí, ahora, hablando contigo? No sois invisibles, lo que pasa es que estáis ciegos.
- Y de qué vale esto si...

Interrumpimos nuestra disputa cuando se abre la puerta. Un renegado bien vestido, de piel putrefacta y con el pelo grasiento peinado hacia arriba, entra calmadamente, como un espectro, y toma asiento en el suelo, delante nuestra.

- Saludos, mis queridos súbditos.

Miro de reojo a Elhian, perplejo. Ella muestra la sorpresa ofendida de una reina pillada in fraganti mientras se depila o algo parecido. El renegado nos contempla, calmoso y muy natural, como si fuera lo más normal del mundo.

- ¿Disculpad? ¿Súbditos?
- Así es - replica el renegado, ajustándose las solapas de la chaqueta. - Mil perdones, no quería interrumpir su conversación. Soy el Rey de Rémol.

No me voy a reír. No me voy a reír. Me lo repito a mí mismo un par de veces, pero es que la cara de Elhian es todo un poema, por no hablar del aspecto de cachorro abandonado que luce el autodenominado Rey de Rémol. Mi compañera ladea la cabeza, y sé que está a punto de soltar una de sus frases lapidarias, veo la escarcha acumularse en sus dedos. Me pregunto si le mandará a traves de un portal a el Rocal, como me ha hecho a mi alguna vez cuando he provocado su ira, o por el contrario le transformará en oveja. Quizá se conforme con encerrarle para siempre en un bloque de hielo.

- Pues... buenas noches, Majestad - digo yo, inclinando la cabeza y manteniendo un gesto grave y serio. Imagino que la burla en mi mirada es claramente identificable, pero aun así no provocaré un altercado diplomático con la nobleza del lugar señalándole y descojonándome en su cara. - No sabíamos que había un Rey de Rémol.
- Así es, mis queridos súbditos. Fui elegido por votación - explica Su Majestad, pasándose la mano por la extraña cresta. - Quiero ser un gobernante cercano a mi pueblo, por eso se celebró un referéndum, y salí elegido Rey.
- Pues felicidades. - escupe Elhian, en un tono tan frío como un glaciar.
- Gracias, señora. Gracias, amigo elfo.

El renegado se queda mirándola, como si examinase un caballo. El silencio incómodo se extiende como una capa de mantequilla, y veo brillar un destello iracundo en los ojos ámbar de Elhian, quien aprieta los puños. La tensión se dibuja en todo su cuerpo, bajo la tela de la toga, y me pregunto en qué momento saltará por los aires y de qué manera lo hará. Y las siguientes palabras del Rey de Rémol me hacen presentir un cataclismo.

- Sois una renegada de noble aspecto, y casualmente, estoy buscando esposa. Un Rey necesita una Reina. Como consorte, tendríais varios poderes a vuestro alcance y...
- Lo siento, pero la dama ya está casada - interrumpo, al ver como los dientes de Elhian comienzan a rechinar. Puede que el remedio sea peor que la enfermedad, pero el mundo es de los intrépidos, ¿no es verdad? Viva el riesgo. Agarro la mano helada de Elhian y sonrío al Rey. - Es mi mujer.

- Te voy a matar - susurra ella entre dientes, crispándose al instante. Luego sonríe y mira al no muerto - Asi es. Vuestra oferta es muy agradable, pero ya estoy comprometida, ¿verdad, "QUERIDO"?

Nos miramos y sonreímos con un gesto tenso y un desafío implícito. Esa expresión en la mirada de mi amiga me recuerda a un pulso de resistencias. Bien, si se trata de ver quien aguanta más, mi gesto altivo deja claro que acepto el reto.

- Oh... vaya...vaya. Mil perdones. No quería ofenderos.
- No es ofensa, majestad - replico, volviéndome hacia él.

Le echo el brazo sobre los hombros a Elhian y la atraigo hacia mí, más tiesa que un palo. No sé si el escalofrío que siento en el costado es un hechizo vengativo de la maga o el helado golpe de su odio y su rabia, pero ... joder, es que no lo puedo evitar, es terriblemente divertido.

- Qué pareja más maravillosa hacen ustedes. Me alegro de ver cómo mis súbditos aún mantienen la esperanza en el amor, en la familia, en esas grandes instituciones que transportarán a Rémol hacia el progreso y el futuro. Aunque usted sea un elfo, señor. No se ofenda, señor.
- No es ofensa, majestad. - digo yo.
- Oh, no se ofende, ¿verdad "QUERIDO?" - dice Elhian.
- No me ofendo, caramelito mío.

Dioses, me va a matar. Cuando arroja la mano hacia mi, pienso que va a abofetearme, pero en lugar de eso, me acaricia la cara, clavando las uñas solo un poco. Un ápice. Conteniéndose.

- ¿Y como se conocieron ustedes? - nos pregunta el rey
- Pues veréis, MAJESTAD, me habían dicho que si besaba una rana, quizá apareciera un príncipe encantador - explica Elhian, en un tono que se me antoja peligroso. - De modo que fui besando ranas por todo el continente, sin éxito. Lo mejor que salió fue esto, así que me lo quedé.

Elhian me palmea la mejilla, y luego me pone la mano en el muslo, clavando, esta vez sí, las uñas a fondo. Doy un respingo. El renegado me mira, perplejo, y me río, tratando de disimular que me están desollando la pierna.

- Que cosas tiene mi pichoncita. - Elhian hunde más las garras - Es oírla y mi corazón brinca de goce.
- No solo vuestro corazón - dice el rey, al verme dar otro respingo. La muy cabrona me está haciendo daño de verdad, será %$@#&.
- Es el amor, que me da alas.
- Se os ve muy unidos, sin duda.
- Unidisimos, como uña y carne - replica Elhian, sonriente. No puedo evitar sonreír ante el símil.
- ¿Querrían ustedes ser mis consejeros? Les comentaré los planes que tengo para la ciudad...


El mundo es muy surrealista a veces. Esta es la prueba. Acabo de llegar de combatir en las Tierras de la Peste, me esperan dos semanas de relativa calma y me encuentro aquí, en el Concejo, con Elhian destrozándome vivo entre arrumacos y el Rey de Rémol llenando mi cabeza de ordenanzas municipales, explicándome cómo piensa organizar la guardia, y contándome algo acerca de turnos rotativos.

Si, la vida es maravillosa.

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