martes, 6 de octubre de 2009

XLI - Guerra Abierta: Naxxramas (II)



- ¡Actívalo!
- ¡Lo estoy intentando, coño!

Pateamos la plataforma, recitando el hechizo hasta la saciedad, lanzándonos miradas hostiles. Joder, ya sé que está nervioso, pero no es culpa mía si esta mierda no funciona.

- ¿Cómo la has cerrado? - me pregunta, tajante.
- ¿De qué hablas? Yo no he cerrado nada... - le escruto con la mirada, intentando leer en sus pensamientos. Pero no puedo. Se ha vuelto sobre sí mismo y me rechaza cuando atisbo a través del vínculo. Un muro impenetrable. - Yo no he cerrado nada... pero tú si.

Parpadea, apretando los dientes, y da un paso hacia atrás.

- De qué me estás acusando... ¿Me estás acusando?
- Eres tú quien me está ocultando algo.
- Tu también a mí.

El sudor frío corre por sus sientes, la usual palidez de su rostro demacrado y ojeroso es más intensa que nunca. Las runas no brillan, opacas, su mirada es esquiva como la de un animal acorralado, y el aliento que escapa de sus labios, entre los dientes castañeteantes, se condensa más intensamente en la penumbra grisácea de lo que lo hace el mío. Las luces han ido apagándose lentamente, apenas se puede ver ahora a excepción del resplandor del portar y las teas aisladas mucho mas allá, en los corredores de las cuatro alas. Esa iluminación le da un aspecto irreal. "Un fantasma... parece un fantasma. Y quizá aquí lo sea, porque lleva la Plaga en su sangre, y sólo el Vil le aparta de convertirse en uno más de..."

Agito la cabeza negativamente, volviendo a recitar el conjuro, observándole de soslayo.

Quiere la Crematoria para él

- Cállate, coño... - pisoteo el círculo brillante, empujo con las manos. - Theron, vamos a salir de aquí, ¿me oyes?
- ¿Qué es lo que pasó, Ahti? - sus palabras me llegan lejanas, un murmullo escurridizo. - ¿Qué me escondes?
- No escuches la jodida voz.

Me acerco a los ventanucos verdes y, sujetándome con las manos a la pared, los golpeo con las grebas de metal, sin éxito. Los cristales vibran, pero no se rompen. Arremeto a patadas contra ellos, desesperado y asustado, sí. Tengo miedo, ¿vale? No me gusta estar aquí atrapado, en esta sucia y jodida ratonera, solo, y con ese susurro constante en mi cabeza. Coño. Me doy la vuelta para hablar al brujo.

- Ayúdame a...

Parpadeo. Las palabras mueren en mis labios. Mierda, no. ¿Qué quiere decir esa mirada? Respira agitadamente, tiene la mano en la empuñadura de la daga, la Sombra está creciendo a su alrededor, y sus ojos desprenden el brillo cortante que he visto otras veces.

Está dispuesto a atacarte. ¿No lo ves?

- Que estás haciendo - mi voz resuena en el silencio, átona y plana, una advertencia.

Las alarmas se han disparado. Estoy oliendo el puto peligro, lo huelo, es un aroma a sangre aún no derramada y al sudor pegajoso del pánico, a soledad y muerte, huele a secretos y a vergüenza. Mis oídos se afinan, los sentidos se expanden, atento al menor movimiento, al más breve atisbo de fluctuación de la energía, preparado para luchar por mi vida cuanto sea necesario. No soy un conejo, soy un oso. Y soy un depredador.

- Lo que yo me pregunto es... - sus dedos se cierran en la empuñadura - ... qué has venido a hacer tú.

Desenvainamos a la vez, el sonido silbante y metálico del acero al descolgarlo de mi espalda y blandirlo con ambas manos corta el aire gélido de la estancia, y me abalanzo, me planto delante suya en dos pasos, gritando, fuera de mí, con el enorme mandoble por delante.

- ¡TIRA LA PUTA ARMA! - mantengo firme la hoja, última advertencia, agitando el cabello a cada grito. Soy un oso. No me provoques. No me obligues a matarte. - ¡TÍRALA AHORA MISMO!
- ¡APÁRTATE DE MI! - aúlla el brujo, con una voz desgarradora, rota por el pánico. Tiene los ojos muy abiertos y recula, con la daga en el puño tembloroso.

Quiere matarte, es la traición. Él es un traidor, y te ha engañado. Pregúntale.

- ¡Tira el jodido puñal, desgraciado!
- ¡No te acerques, no me obligues a esto!
- ¡No me obligues tú!

No me tiemblan las manos. Todos mis músculos están tensos, mientras le observo, analítico, atento. Su silueta se recorta en la oscuridad, teñida de un gris desvaído, y refleja el brillo verdoso del portal de los cojones. Respira agitadamente, aprieta los dientes, los ojos parecen querer saltarle de las cuencas. Moverte antes que él, atravesarle en cuanto... en cuanto... ¿En cuanto qué?

Ha reculado. Se aleja de mí. Está asustado... horriblemente asustado. "Oh, joder, oh Dioses. Qué coño estoy haciendo". Abro los dedos y dejo caer la espada, llevándome las manos a la cara. No es real. Yo sé la puta verdad, y estos pensamientos, esta sospecha, esto, no es real. Yo sé que él estará siempre, él sabe que yo estaré siempre. Caminamos juntos, y no hay mayor certeza que esa. Por un momento, la hemos olvidado.

- Tú nunca me harías daño, y yo jamás te haría daño. - Nos lo recuerda a ambos. El arma tiembla entre sus puños crispados, apuntando hacia mí. Joder, está ahí entre las sombras, asustado y solo. - Somos amigos. Somos más que putos amigos, estamos unidos, aunque lo odies, aunque no te guste. Y lo que duele a uno, duele a los dos.

Asiento, soltando el aire atrapado en mis pulmones, obligándome a deshacer esa losa fría y pesada que hay en mi pecho.

- No soy tu enemigo - exclama, casi con un gemido.
- Lo sé... ya lo sé. - respondo suavemente, extendiendo una mano enguantada hacia él. - Suelta la daga. Vamos a dejar las armas aquí, y vamos a sentarnos y tranquilizarnos los dos.

No, yo tampoco sé de donde saco la entereza para hablar tan relajadamente, igual que los forestales que intentan calmar a un animal rabioso. Toda mi ira se ha disipado al instante, toda la ansiedad y la sensación de alarma instintiva, simplemente, ya no están. Enfunda la daga, aún algo inseguro, y caminamos vacilantes hacia la plataforma. Se deja caer tras de mí cuando me derrumbo en el suelo, con las piernas cruzadas, tratando de recuperar la serenidad.

El denso silencio nos envuelve, sólo roto de cuando en cuando por uno de esos gritos estremecedores, por la voz insistente que no deja de hablar dentro de mí de cuando en cuando. Las placas de mi armadura están heladas, y aun así, la espalda frágil que se apoya en la mía es en cierto modo reconfortante.

- Estamos atrapados aquí dentro... - murmura.
- Yo no he cerrado nada.
- Ya. Yo tampoco.
- Lo sé - suspiro profundamente, hablando a media voz, desolado ante la situación. Aun así, me encuentro más tranquilo. - Esa voz... Theron, esa voz sólo dice mentiras para hacernos desconfiar.

Silencio. El correteo de una araña en alguna parte. Cada sonido parece multiplicarse en ecos infinitos, mientras la ciudadela gira y gira sobre las Tierras de la Peste, con sus presas en el interior. Pero yo soy un oso, y nadie me ha cazado todavía.

- Pero no era mentira - digo al fin. - Es cierto que murió mucha gente por mi culpa... pero yo no quería que pasara eso. Hice lo que pude, y murieron igualmente. Eso es lo que viste en mi recuerdo.
- También es verdad que yo soy un traidor.

Su voz es un hilo roto, disperso, casi inaudible. Se encoge sobre sí mismo, y juraría que está temblando.

- No eres ningún traid...
- Lo soy

No sé si quiero saberlo. Hay muchas cosas que prefiero no saber... prefiero no saber de dónde saca sus almas, cómo realiza sus rituales, de qué manera mantiene a los demonios que invoca, por qué no es capaz de tomar un cierto control sobre su adicción. Prefiero no saber por qué a veces parece disfrutar con la crueldad, cuantos críos como Aniah han caído bajo su daga, qué demonios hace con esa súcubo inmunda cuando está solo. Prefiero no saber a cuántas muchachas ha convertido en adictas sólo por saciar su capricho de sentirse dominante, de saberse tentación y consecuencia de la misma, de demostrar la poca entereza de los que le rodean al entregarse a sus juegos. Prefiero no saber cómo se engaña a sí mismo cada día, pero cerrar los ojos también es una manera de engañarme yo.

- Cuéntamelo - digo al fin.

Y no necesita más. Con la voz temblorosa y una mezcla de miedo y liberación que puedo paladear en el ambiente, en cada una de sus palabras, empieza a hablar.

- Allí... en mi mundo... pasaron muchas cosas. Eliannor fue capturada por la legión y al final terminé trabajando para ellos. - hace una pausa. - El Ansereg, la orden a la que pertenecía, colaboraba con los Arúspices de Shattrath y Terrallende. Ellos luchaban contra todo lo que Sargeras y la Legión Ardiente significaba, y yo... les traicioné. A ellos y a muchos otros, a todo el mundo.

Estoy escuchando. Si, sé todo lo que eso significa, no soy ningún idiota. Formar parte de la Legión Ardiente es algo terriblemente grave, una traición inconmensurable. Debería horrorizarme o escandalizarme... supongo.

- ¿Qué hacías?
- Yo... - se vuelve a medias, parece confuso por algún motivo. - ¿Qué quieres decir?
- Que a qué te dedicabas. Cual era tu función en la Legión.
- Espionaje, infiltración. Avisaba de los planes de ataque, transmitía pistas falsas a quienes luchaban contra las fuerzas de Kil'jaeden. - baja la voz. - Encerronas, llevarles a emboscadas, a veces.
- Debiste hacerlo bien si no te pillaron

Resopla y se da la vuelta por completo, tirándome de la capa y obligándome a mirarle, aún pálido, parpadeando con perplejidad y algo de indignación.

- ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? ¡Trabajaba con la Legión Ardiente, Ahti!
- Ya te he oído.- le suelto las manos de la tela y me arreglo el tabardo, arqueando la ceja. - ¿Y qué tiene que ver eso conmigo? A mí no me has traicionado.

No entiendo qué narices le molesta tanto. A lo mejor quiere que le de unos azotes o algo.

- ¿Lo sigues haciendo? - pregunto. Me he ladeado un tanto para poder verle la cara, y él sigue vuelto hacia mí, con la misma expresión.
- No... no desde que estoy aquí.
- ¿Y tienes en mente unirte a la Legión aquí también?
- Por supuesto que no. - responde, tajante y convencido. - Estoy en la Guardia, y estoy contigo.

Me encojo de hombros. No veo donde está el problema entonces, aunque eso parece exasperarle, porque resopla y menea la cabeza.

- No soy ningún ingenuo, Theron. Lo que hiciste es una cabronada, sí, pero no te voy a juzgar. Eres leal conmigo y confío en ti. - replico, serio y seguro. Las verdades pesan por sí mismas, no necesito ensalzarlas para que brillen. - Y ahora todo ha quedado atrás. Eso me basta. Bien, diez soldados murieron por mi culpa en el Cruce de Corin, aunque jamás quise que nadie saliera herido. Si sabiendo eso, tú también puedes confiar en mí, asunto resuelto.

Cuando va a replicar algo, un resplandor azulado se extiende debajo de mi culo. Genial. Acierto a ponerme en pie justo antes de que el portal se active y el viento denso de las Tierras de la Peste se cuele por mis pulmones, y por los tentáculos del kraken que jamás me había parecido más dulce su caricia.

Un grupo de guardias esqueléticos nos mira con cara de tontos cuando nos cruzamos en el torrente mágico que actúa de ascensor entre la ciudadela y la plataforma pálida de la glorieta. Les sonrío, sospechando que gracias a ellos hemos conseguido salir. Nunca pensé que le daría las gracias por algo a un plagoso.

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