martes, 6 de octubre de 2009

XL - Guerra Abierta: Naxxramas (I)

Naxxramas - Verano

Ahí está el portal. Es una construcción similar a una glorieta, con arcos casi triangulares, la habitual ornamentación de la Plaga, siempre tan elegante, con bajorrelieves de calaveras y demás parafernalia terrorífica a la que uno ya está hasta cierto punto acostumbrado. No es tan distinta, al fin y al cabo, y por mucho que les pese a los leales siervos de Sylvanas, de la decoración grotesca de Entrañas. Está enclavado en una pequeña loma, en la parte norte de los dominios casi indiscutibles del Azote, y la energía arcana fluye de su base, una plataforma redonda de color verde pálido y brillante.

Levanto la vista y observo al brujo desde el otro lado de los arcos, alzando las cejas. Me responde con una mirada ávida.

- No deberíamos entrar aquí solos - afirma.

Asiento con la cabeza, echándome la capa hacia atrás. Un calor pesado y húmedo desciende desde el firmamento nublado, el bochorno previo a una nueva lluvia infecta es como una lengua insidiosa que no deja de lamerme. Miro alrededor, sopesando nuestras posibilidades.

- Es una absoluta estupidez - le digo, mostrándome de acuerdo con su prudencia.
- Además, ya lo hemos intentado antes.
- Si, antes...antes de que Lady Angela nos proporcionara el hechizo correcto para activar el portal, sí.

Los dos volvemos la vista hacia la superficie luminiscente y de nuevo nos mirarnos. Qué necedad, engañarse continuamente cuando sabes perfectamente lo que vas a hacer desde el momento en que te levantas por la mañana y te pones la armadura... basta de perder el tiempo.

Doy un paso hacia el portal y recito el hechizo del tirón. Burbujeo de magia, el picor conocido que parece disolver mi cuerpo un instante, un parpadeo y ya está. Cuando la presencia de Theron se materializa a mi lado, aún estoy observando el lugar en que me encuentro, absolutamente perplejo y con un hormigueo de inquietud en las extremidades. El gélido y espeso ambiente del interior me golpea con fuerza, como una bota sobre mi pecho.

Estamos, por primera vez, en Naxxramas. Hemos sido teleportados al centro mismo de la construcción, que se mueve como un pesado satélite sobre las Tierras del Este, permitiéndonos atisbar los hongos fantasmagóricos y grotescos que se alzan a metros bajo nuestros pies a través de unos ventanucos de cristal verde que se disponen en cuadrado. Cuatro escalinatas breves ascienden desde el portal, dando paso al distribuidor donde se abren cuatro pasillos, vagamente iluminados.

Nos movemos en silencio, sin hacer ningún ruido, sin hablar. A cada paso lento, mis ojos recorren los grabados en la superficie de las paredes, atisban brevemente el interior de las dependencias. No tengo que esforzarme demasiado para grabar en mi mente y mi memoria las imágenes, pues cada jodida piedra, cada mínimo recoveco parece observarme con hostilidad.

- Joder... - es el débil murmullo del brujo a mi espalda.

¿Sabes guardar un secreto?

Parpadeo. Otra vez esa voz. Me he detenido delante de un pasillo en el que las arañas - malditas arañas, arañas no, dioses - corretean aquí y allá en enormes bandadas, se remueven con sonidos crujientes y viscosos. La penumbra es opresiva y sucia, huele a humedad y podredumbre y mi aliento se condensa en las heladas estancias en las que, no me cabe duda, habita la propia muerte.

- Vamos. - le digo a Theron, girándome a medias. Está tiritando y sus ojos parecen haberse empañado, febriles. - Vamos, sólo miraremos.

No te lo ha contado, ¿verdad? No te ha hablado de la traición. De cuáles son sus lealtades.

El siguiente pasillo no es mucho más acogedor. Mi aliento escapa, trémulo, entre los dientes, cuando asomo la cabeza a la oscura estancia donde las abominaciones caminan, errabundas. Una imagen instantánea despierta en mi memoria, haciéndome apartar los ojos. El rostro desencajado de un soldado que me mira, mis manos sujetando sus brazos y el sonido de una tela al rasgarse cuando se abren las entrañas, el tintineo metálico de una cadena pesada que se arrastra por el suelo, llevándose los intestinos de...

- ¿Qué es eso? - murmura Theron, mirándome con gesto inquisitivo bajo la palidez del miedo. Ha visto mi recuerdo.

Y tu tampoco lo has hecho. Ah si, traición... su sabor es agridulce, ¿no es verdad? Asesino.

- Nada - meneo la cabeza, lamiéndome los labios, intentando regular mi respiración. Las manos no me tiemblan, afortunadamente. - No es nada. Sigamos.
- Ahti... ¿qué está pasando?

Un grito sobrenatural, reverberante, agónico, rompe nuestra conversación susurrante, haciéndonos dar un respingo y pegar la espalda a la pared. De nuevo los pulmones pugnan por hallar el aliento y la sangre cabalga precipitadamente en las venas, jadeamos quedamente casi al unísono y nos miramos bajo la luz titilante de una luminaria anclada al muro.

- Que... coño... ha sido eso...
- Tranquilo. Tranquilo. - Se lo digo a él por no decírmelo a mí. - Sigamos. No escuches la voz.

Inspeccionamos los dos pasillos restantes casi con precipitación, apenas asomando un instante. Nuestros pasos ligeros, a pesar de todo, despiertan un eco que se me antoja un estruendo en el aterrador silencio de Naxxramas. Theron ni siquiera tiene ánimos para invocar el ojo de Kilrogg, y tampoco voy a pedírselo. El ala de los necrófagos despide un resplandor parduzco y amarillento y el olor acre y dulzón de la putrefacción. La última zona, de luces más claras, trae el eco de pasos metálicos y los laterales del corredor están guardados por caballeros de armadura oscura, ojos vacíos y llameantes que desprenden un resplandor azulado.

- Son... son caballeros alzados...¿verdad?
- Puede ser - respondo secamente, en un susurro. - No lo sé.

Los secretos son trampas... has confiado en un desconocido. Pregúntale, pregúntale si te oculta algo. Pregúntale si guarda algún secreto. ¿Y tú? ¿Lo guardas tú, asesino?

De nuevo un grito. Ya es demasiado. Se me crispan los músculos y tenso los dedos, tirando de la manga del brujo hacia el portal, gruñendo con rabia contenida. Mi mente es un grito de alerta entre los susurros de la voz cruel, maliciosa e inquietante, que apenas me permite pensar, despertando todos mis jodidos fantasmas uno a uno y alimentando el miedo. Otra de esas emociones que sólo sé expresar con la ira del oso.

Asesino. Asesino. Asesino. Les abandonaste. Murieron por tu culpa. Todo es culpa tuya. Todo es culpa tuya.

- Basta, joder...
- No, no, no... - gimotea el brujo, tapándose los oídos.

Quieres la Crematoria para ti, quieres su poder. ¿Que harás con ella, Rodrith Albagrana? ¿Harás arder al mundo bajo el peso indisoluble de tu justicia? Entra y tómala. Si la quieres, entra y tómala, no te la negaré.

Salto hacia la plataforma, arrastrando a mi compañero sin contemplaciones, y le arrojo sobre ella... y no sucede nada. Theron está enroscado sobre el suelo, temblando, cubriéndose con las manos. Una risa lúgubre se escucha en alguna parte. Los pasillos siguen tranquilos, no parece haber movimiento, pero por mucho que pateo el jodido portal, puñetero portal, recitando el hechizo de Ángela Dosantos, la traslación no se activa.

El frío se atenaza en mi garganta y las fuerzas huyen, la Luz burbujeante se disipa en mi interior cuando la oscuridad me atrapa sin remedio, al comprender con horror la situación. Estamos atrapados en la ciudadela. Y estamos solos.

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