viernes, 2 de octubre de 2009

XXXIV - Guerra Abierta: Stratholme (I)

Capilla de la Esperanza de la Luz - Primavera

- ¿Cómo que ha vuelto? - escupo al suelo. - ¿Qué queréis decir con que "ha vuelto", señor?

Nicholas Zverenhoff es un humano alto, de anchas espaldas, uno de los veteranos. Su mirada es una de esas brillantes, profundas y algo desgastadas, la que suele mostrarse en guerreros avezados con un historial muy largo y muy pesado a sus espaldas y con muchas cicatrices. Chasquea la lengua y me habla con calma y lentitud. Una calma que en este momento yo no tengo.

- No sé como es posible. Puede que sea otro líder, o tal vez de alguna manera le han recompuesto.
- Os entregamos su cabeza, señor. Stratholme debió haber caído ya... ¿como es posible?

Os entregamos su jodida cabeza. ¿Qué coño ha pasado? No puede ser él...¿o sí?. Un pensamiento de desasosiego me cruza la mente un instante, haciendo que Theron, quien aguarda en las escaleras recontando piedras de alma, me mire de soslayo y arquee la ceja. Resoplo al encontrar sus ojos y le dedico una expresión abatida.

- No estamos seguros, soldado. - el Duque suspira y se encoge de hombros - La última expedición llegó hasta sus puertas y le vio allí, aguardando con un ejército completo. Tomó algunos rehenes. Cuando salieron, varios espíritus oscuros les persiguieron hasta las mismas puertas.
- Espíritus... - arrugo el entrecejo, pensando a toda velocidad, tratando de encontrar la clave. - ¿Cual es la situación ahora?
- Bien... lamento decirlo, pero al parecer es exactamente la misma que hace tres meses. El recuento de sus fuerzas, basado en los informes de las incursiones de soldados y colaboradores, nos da una estimación muy similar a la de entonces.

Es un golpe duro, un jarro de agua fría. Asiento con la cabeza, mientras trato de asimilar la noticia y vuelvo a asentir cuando el Duque me pregunta si volveremos a la ciudad en llamas. El cielo pardo cruje y la lluvia sucia, polvorienta, de las Tierras del Este, empieza a sollozar y repiquetea en la armadura mientras me dirijo hacia la puerta de la Capilla.

- Así que han vuelto. - Theron se frota la nariz y chasquea la lengua, con un destello de ira violenta en la mirada.
- De alguna manera sí, lo han hecho.
- No van a salirse con la suya.
- Nosotros también volveremos.

Fijo la mirada en el estandarte blanco y negro, que ondea pesadamente, empapándose cuando el aguacero arrecia, y escupo a un lado, maldiciendo entre dientes una vez más. No hay más palabras. El brujo se pone el yelmo, mirando alrededor, yo ajusto el escudo a la espalda y sopeso la maza entre las manos, mientras algunos avizores nos observan de reojo.

Los que no nos conocían cuando llegamos, nos conocen ahora. Hemos pasado mucho, mucho tiempo aquí. Nos vieron partir y regresar, unas veces más enteros que otras, nos han visto dejar los informes de campo, traer muestras, recoger insignias de los comandantes de la Plaga, dejar cabezas cercenadas a los pies de los líderes de la Capilla. Mientras revisamos nuestro equipo y preparamos el combate, es inevitable escuchar los comentarios aislados y recibir las miradas curiosas. Algunas son admirativas, Bettina nos sonríe y el duque Zsverenhoff mantiene esa expresión grave y digna, con un destello de reconocimiento en los ojos. El Comandante Kuntz, quien por otra parte es un capullo bastante insoportable, nos observa con expresión suspicaz, y cuando murmura con su ayudante, capto las palabras "brujo" y "corrupción". Al entrar en el edificio para hacerme con algunos suministros, Theron aguarda en el exterior. La Hermandad de la Luz está dentro, absorta en profundas deliberaciones junto a la delegación de la Cruzada Escarlata, pero no me cabe duda de que saldrían de su debate crucial para mostrar sus rostros ceñudos a mi camarada si pusiera un solo pie en el interior. No me gusta, pero es así. Él lo sabe, yo lo sé. Pero no todo es rechazo.

- Albagrana.

Vuelvo el rostro, mientras Shak'tal abre las cajas de jugo de fruta del Sol y galletas de maná y va dejando las raciones dentro del fardo que sostengo. Maxwell Tyrosus me hace un gesto con la cabeza desde la nave principal y se dirige al exterior, con los pulgares en el cinturón y la espalda inclinada hacia delante.

"Se está haciendo viejo muy deprisa", pienso en mis adentros, cerrando la bolsa y sonriendo a la muchacha zandalaari. Le sigo hacia el pasillo anexo, escuchando el resonar de mis propios pasos sobre las losas de piedra y sin hacer caso a los murmullos que me llegan desde la sala principal.

"...Crematoria... la leyenda cuenta... caían destrozados ante su poder ...en las manos de su portador! ... Modérate... "

La discusión parece acalorada, pero no es asunto mío, desde luego no ahora. Lord Maxwell quiere algo de mí, y aunque no estoy muy seguro de lo que me espera, le sigo hasta el fondo de la sacristía, entrando tras él cuando abre la puerta. Voy arrastrando mi petate, con el pelo sobre el rostro y la armadura un tanto abollada, mis botas han dejado huellas de barro al caminar. Él lleva el uniforme impecable, el tabardo reluce, el metal de las placas parece recién pulido, y la vaina de su espada cuelga correctamente de la cintura. Huele a metal, cuero y jabón. Me siento ridículamente pequeño delante suya, cuando me mira con su único ojo.

- Rodrith Albagrana. Eres tú, ¿verdad?

Le aguanto la mirada un instante, con la saliva espesándose en mi paladar, antes de asentir con la cabeza. En las estanterías se apilan las copas de metal precioso, alguna que otra casulla de sacerdote, símbolos de la Luz, libros polvorientos. Hay una única ventana, sellada con tablas cruzadas, a través de las que se cuela la delgada luminosidad del exterior, dejando que en la penumbra gris las motas de polvo reluzcan de cuando en cuando.

- Soy yo, Señor.
- Tienes agallas, hijo - su ojo me observa.
- Estamos combatiendo, Señor - respondo algo precipitadamente. - Hemos limpiado Stratholme varias veces, lo volveremos a limpiar cuanto haga falta. No estoy en posición de pedir nada, pero os ruego, por el bien de todos, que aparquemos el asunto de mi regreso hasta que la situación aquí mejore.

Suspira, cruzándose de brazos, y se inclina hacia el enorme arcón que hay a su espalda. El chirrido de las bisagras me trae recuerdos de los goznes de los grilletes cerrándose en mis muñecas, de una noche de tormenta fría, de una huida apresurada y un ardor mordiente en el corazón. "No pienses en eso ahora".

- Ya fuiste juzgado, si no recuerdo mal.
- Lo fui, Señor.
- No soy quien para hacerlo de nuevo, en el caso de que esa fuera mi intención - se incorpora de nuevo, su voz es clara y grave. - Menos aún en estos momentos. Asómate, soldado.

Cuando me acerco, señala el arcón, y entrecierro los ojos al observar las armas que reposan en su interior, algunas de ellas relucientes con un resplandor acerado, más brillante de lo normal, cantarín. Hay un gran escudo, un bastón, una espada... ¿qué clase de espada es esa?

- Estas armas pertenecen al tesoro... al escueto tesoro del Alba Argenta - me explica, consciente de mi confusión. - De cuando en cuando, en ciertas ocasiones y situaciones, permitimos que algunos soldados las porten de manera temporal, mientras combaten al Gran Enemigo. A su muerte, o al finalizar el servicio, las armas deben volver al arcón.

Asiento y ladeo la cabeza. Joder, no sabía que el Alba Argenta tuviera tesoro. Levanto la vista y me quedo mirando a Maxwell. Arqueo la ceja.

- ¿Y bien?
- Y bien... - repite, con un bufido de exasperación. - Elige una y marcha a combatir de una vez.

Pestañeo, le miro, miro el arcón y le vuelvo a mirar. ¿Habla en serio? Lo parece, desde luego. Se tironea del poblado bigote, las cejas espesas están fruncidas sobre su nariz, así que no pondré a prueba su paciencia ni le haré dudar de su decisión. Con cierta inseguridad, acerco la mano al interior del gran baúl y empuño la extraña espada. Su hoja parece difuminarse a causa de la potente luz que emana, iluminándola, convirtiéndola casi en un simple haz blanquecino.

- El Vengador Argenta, como no. - Lord Maxwell sonríe a medias. - Cuélgatela sin envainar, llévala siempre libre en el costado. Y recuerda que esto es una guerra de desgaste. No pierdas la fe, y nunca perderás.

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