domingo, 13 de septiembre de 2009

VIII - Innecesario (I)

Centro de mando de los Caballeros de Sangre - Invierno

No me gusta que me miren por encima del hombro. Lord Solanar Sangre Colérica lo hace constantemente mientras me habla, repasando los papeles que tiene delante y levantando los ojos verdosos, que vibran inquietos, hacia mí.

- Bien, si tu instructor dice que estás preparado, sus motivos tendrá. - me observa de arriba a abajo. Sus labios gruesos se retuercen cuando los mueve para vocalizar, como lombrices gordas y henchidas. No me gusta ese tipo. - Has empuñado la Corcesca, has rendido bien en el combate según parece, y has superado todas las pruebas. Un buen combate contra tus compañeros, por cierto. Nos encargaremos de sanar las heridas de Hojapresta. Antes de expulsarle, claro.

Me mantengo firme, con el tabardo impecable, militarmente perfecto. Así somos, así se supone que tenemos que ser. Solo los mejores llegan a ser Caballeros de Sangre, muchos son los que se quedan en el camino. Ahora, yo voy a pasar a formar parte de esta élite.

- Bien, aún te queda un último paso por dar para demostrar tu valía. - Guarda los papeles en el pequeño archivador de cuero que lleva debajo del brazo y me mira. Su rostro me recuerda a un buitre. Un buitre comiendo gusanos. - Supongo que te preguntarás para qué quería todos los objetos que te he pedido durante estos días, ¿verdad?

Asiento y le sigo cuando me lo indica con una sonrisa maliciosa. No dejo traslucir en el rostro la profunda inquietud que me causa el murmullo musical, enarmónico, del naaru atrapado por los magísteres cuando paso por su lado. Su melodía es hostil, desafinada, enturbia mi conciencia con acordes disonantes que no puedo ignorar. "Algo no está bien aquí. Esto no está bien", me repito de nuevo.

Cruzamos la puerta y avanzamos por el pasillo, rojo y dorado. Las luces arcanas brillan sobre los intrincados motivos que decoran las paredes, y los adeptos que guardan la arcada nos saludan. Respondo con firmeza y entro en la amplia estancia, siguiendo a mi superior. He estado antes en su despacho, el dia de mi ingreso en la orden. Mientras rebusca en los cajones, observo alrededor. Su voz llega a mí extraña, lejana.

- Dicen que no bajas mucho a ver a M'uru.

Hay muchos libros en las estanterías. Algunas armas cuelgan de las paredes. Y la armadura de combate, roja y negra, parece un guardián de acero que se oculta en un rincón sombrío.

- ¿Es verdad eso, Albagrana?

- Sí, señor. - Vaya, esperaba una respuesta. - Bajo lo necesario, señor.

- Lo necesario.

Solanar se incorpora con un frasco entre las manos, agitándolo con gesto divertido. Arqueo la ceja, la sombra que se agita dentro del vial capta mi atención. Un líquido oscuro, profundo como la más profunda noche, con algunos destellos rojizos, apagados, se retuerce dentro. Lame el cristal como si quisiera romperlo y liberarse. Y mi superior me observa con un rictus tenso.

- Explícame ese concepto de "lo necesario", joven aspirante. - La pausa está cargada de hostilidad y suspicacia. - Dime... ¿como es que quien pretende ser un verdadero maestro de la Luz, que la doblega y retuerce a su voluntad para defender los intereses de su pueblo, de su REINO, apenas visita a la fuente de su poder?

- Acudo a M'uru siempre que necesito reponer mis energías, señor - replico. Mantente firme. Educado, pero firme. Tampoco te pases. - No tengo necesidad de atiborrarme con él, y todos nosotros hemos aprendido la Gran Lección, señor. Dominar nuestra sed de magia. Aplico el mismo método con el naaru y solo lo utilizo cuando lo necesito.

Escogí bien las palabras, a juzgar por la media sonrisa del caballero, aunque en su semblante aún puedo entrever esa sospecha subyacente cuando rodea el escritorio y se apoya en él, tendiéndome el frasquito.

- Tu última prueba. Un mensaje claro, imposible de ignorar, para todos aquellos que se hacen llamar paladines.

Recojo el bote de cristal. Lo siento vibrar en mi mano enguantada, a través del cuero. Está caliente, parece furioso. ¿Qué demonios me está dando?

- El camino de la Luz que nosotros seguimos es el único verdadero, Albagrana. La Capilla de Alonsus, donde se fundó la Orden de la Mano de Plata, parece inmune a la destrucción de Stratholme. La Llama Eterna de la Capilla le proporciona la protección de la Luz, pero cuando se utiliza esta mezcla para extinguir la llama, la protección deja de existir. Se quemará, y el mundo será testigo de nuestro dominio de la Luz.

"No puede estar hablando en serio". Parpadeo un par de veces y rescato mi mirada, atrapada por el ungüento oscuro que crepita en el vial, alzándola hacia mi superior. "Debe ser algún tipo de prueba".

- Eso no demostraría nada. ¿Qué tiene que ver nuestro dominio de la Luz con el camino escogido por los palad...?

La bofetada interrumpe mi réplica, y la voz sibilina vuelve a mi, mientras M'uru repica al otro lado de los muros su canción de venganza y odio. "No está bien, no está bien, algo no está bien".

- El camino de la Luz que nosotros seguimos... es el ÚNICO verdadero. No nos postramos arrodillados, Albagrana. No dependemos de la caridad de la Luz. La TOMAMOS por la fuerza, la domamos y amaestramos, y nos sirve... porque somos más fuertes que la Luz. ¿Aun no has aprendido eso, joven aspirante?

Sé que tengo los puños apretados, pero aun así, le encaro de nuevo, sin mostrar la menor emoción al hijo de la gran puta que acaba de golpearme, a mi. Me contengo. Respeto. Aguanta. No la cagues.

- Lo he aprendido, señor. - me trago el resto de palabras, que se anudan en mi estómago. "Algo no está bien, no está bien, no está bien."

- Parte entonces. Cuando la capilla haya ardido, tendrás tu tabardo y serás un Caballero de Sangre. Un verdadero maestro de la Luz.

Mientras recorro los pasillos del cuartel, rumbo a la salida, el cántico del Naaru resuena en mi cabeza, las palabras de mi conciencia toman las voces de aquellos que cayeron. Hubo un día en que todo era distinto. Veo sus rostros, siguiendo mis pasos con decepción, meneando la cabeza, y un sol de plata parpadea, como si fuera a apagarse, dentro de mi alma.

Lo empujo al fondo, sin dejar de caminar, empuñando el vial en la mano temblorosa, sin mirar atrás.

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