domingo, 13 de septiembre de 2009

VI - Hermana del Lobo

Sentencia, Tierras altas de Arathi

- ¿Y tú quien eres?

El elfo me mira de arriba a abajo, con su imponente armadura, más brillante que la mía, más limpia que la mía, probablemente más cara que la mía. No he prestado atención a su nombre, no me ha costado detectar que su presencia aquí es solamente simbólica. No es el líder de esta manada.

- Soy tu nuevo aliado - replico, y acto seguido le dedico mi atención a ella. - Sois mercenarios, ¿no es cierto?

Los ojos verdeantes de la muchacha, prendidos con la llama que no me es desconocida, me observan con suspicacia. La imagino gritando mientras empuña el enorme hacha que ha dejado bajo el banco. El lobo huargo, de pelaje oscuro, me escruta desde la puerta del mismo modo que ella, es la misma mirada, agresiva, salvaje y primitiva, como un reclamo instintivo demasiado poderoso para ser ignorado.

- Somos mercenarios, sí. Y tú pareces muy seguro de tí mismo. ¿Por qué ibamos a querer una alianza con tu Guardia del Sol naciente, en caso de que exista? - La voz de Rashe es suave y grave, como el gruñido expectante de un felino de la sabana. - Recibí tu mensaje para reunirnos, pero creía que vendrías con tus lugartenientes. Te veo aquí solo.

Respondo mirándola directamente, sin apartar los ojos de los suyos.

- Queréis una alianza porque yo necesito más hombres, y vosotros necesitáis cobertura en caso de problemas diplomáticos - mi voz suena firme. -Como mercenarios, trabajáis por dinero. Pero eso también os expone al odio y el rencor de muchos. Nuestra representación puede solventar ese problema.

El caballero de sangre hace un gesto de desdén, me mira desde arriba. Me observa como si en lugar de un miembro de su raza yo fuera un trol amani, y le respondo con una disimulada sonrisa de descaro. Rashe ladea la cabeza, me está midiendo y sopesando. Y no me importa que lo haga. Aguanto su juicio sin pudor, con las palmas de las manos extendidas sobre la mesa de madera, la jarra de bourbon medio vacía a mi lado.

Ella se gira hacia el otro lado cual gato curioso, esboza una suave sonrisa y se aparta los mechones ondulados y oscuros del rostro atezado por el sol.

- Nosotros eliminamos nuestros problemas. - aclara, con voz firme. - No necesitamos diplomacia.

- Por ahora. En cualquier caso, tampoco sois muchos, ni nosotros. Unidos, podemos ser más, para eliminar problemas si es necesario, para crearlos, si es lo adecuado.

- No respondiste. ¿Por qué no han venido contigo tus hombres? - Habla al fin Valeandril, sí, ese era su nombre, tratando de hacerse hueco en la negociación.

- No creo que hagan falta más voces; por otra parte, mi gente está ocupada en el combate. Como os he dicho, somos pocos. No sacaré un brazo fuerte de las lizas para sentar a un guerrero aquí, a hablar de acuerdos y tratos.

El silencio vuelve, y Rashe suspira, entrecerrando los ojos. Aún no ha terminado de sacar sus conclusiones sobre mi, no desde aquel día en la Feria de la Luna Negra. Pero yo ya sé todo cuanto necesito saber sobre ella, lo supe desde la primera vez que la vi en Orgrimmar, con el lobo huargo a su lado, los dos mirando hacia el horizonte. Lo sé con sólo mirar la huella de los combates al fondo de su mirada. Soy yo quien les necesita, y aquí estoy, convenciéndoles de que también es al revés, usando la carta que mejor sé jugar: yo mismo.

Y funciona.

- De acuerdo. - Rashe asiente, se aparta de nuevo los rizos y coge su jarra, alzándola. Su semblante se torna más amable. - Lo comunicaremos a los Lobos Sanguinarios y pronto tendrás tu respuesta.

- No tardéis mucho - golpeo levemente mi jarra con la suya antes de apurarla.

Mientras recojo el mandoble para salir de la taberna, siento los ojos clavándose en mi espalda, y sé que he vuelto a ganar. La curiosidad por saber qué es lo que aviva esta llama, la certeza instintiva de la muchacha al reconocer al depredador en mi interior es algo que ella no puede explicarse, y se mostrará cauta. Hace bien. Ya se le pasará, cuando aprenda a confiar en mí.

Al cruzar la puerta, el huargo eriza el lomo suavemente, y su hostilidad me golpea como un viento caliente, abrasador. Sonrío a medias. Si el perro está celoso, es que los planes van bien.

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