martes, 4 de agosto de 2009

V - Ventormenta

La muralla es demasiado alta.

Hace ya varios minutos que la miro, frunciendo el ceño y dando vueltas sobre el corcel, lejos de la puerta donde los guardias se arrojarían sobre mi sin dudarlo un momento.

La luna llena desprende un brillo pálido y plateado y las estrellas pueblan el firmamento oscuro. El cielo está despejado. En una noche más oscura, quizá habría trepado las almenas hasta saltar el muro, me habría envuelto en la capa y habría caminado por la ciudad hasta llegar a la casa. Pero hoy es imposible.

Sin embargo, no he venido para nada. Me cago en la puta, y tanto que no. Que les jodan a todos.

- Que les jodan a todos.

Elazel cabalga y comienza a ascender con dificultad por las rocas escarpadas. Nos acercamos al muro y atisbamos sobre él cuando la suave colina nos proporciona la altura suficiente, y el desencanto me atrapa.

La plaza está llena de gente. Hay un espectáculo de juglares y todo está atestado. Elfos de la noche, enanos, humanos, y guardia, guardia por todas partes. ¿Qué pretendía? ¿Que iba a sacar en claro viniendo aquí, que iba a conseguir? Nada. Una mierda. 

Aun así, busco entre los asistentes al espectáculo una llamarada roja de cabellos de fuego, entrecerrando los ojos y escrutando con atención.

Que no se apaguen los cielos al llegar la noche
que ardan altas las antorchas en la ciudad
que nos abracen por siempre los dioses
trayendo a Ventormenta la prosperidad

Los juglares cantan y el público corea la canción. Ni rastro. No la veo. No la encuentro. Quizá no está aquí. Mis ojos se detienen sobre la dama del vestido verde. Es una mujer que lleva en brazos a su hijo o a su hija, quien señala a los juglares. Están retirados en el final de los bancos que se han dispuesto en la plaza, y a su lado hay un hombre alto, vestido con elegancia, con un vistoso tabardo y la espada al cinto.

Le pone la mano en el hombro. Ella tiene el pelo largo, recogido con un pañuelo, y es rojo como la sangre.

El corazón me golpea en el pecho con intensidad, y si no me contengo hasta el límite, saltaré la jodida muralla para verle la cara a aquella mujer. Sin embargo, hago otra estupidez aún más grande.

- Vamos allá Elazel.

No necesito espolearla para que salte con agilidad y nos colocamos sobre las almenas. Soy el blanco más fácil que se puede imaginar, y voy a serlo aún más, soy consciente, cuando grito su nombre en el mismo momento en que los juglares callan.

Grito su nombre, que es el puñal que se retuerce en mi pecho, infatigable. Dos guardias se giran.

- ¡Ivaine! ¡Ivaine Harren!

Otros dos. Comienza a haber movimiento.

- ¡Ivaine Harren!

El hombre se da la vuelta y observo su rostro. Él palidece y la sorpresa y el temor se dibujan en sus facciones bien dibujadas, en los enormes ojos castaños que de pronto parecen los de un niño. Aprieto los dientes, conteniendo la ira.

La Guardia ya acude a las almenas. Justo cuando me doy la vuelta, ella se gira hacia mi, y su mirada escarlata me golpea, incrédula y asustada. Es consuelo y tortura al mismo tiempo.

El corazón me ha dejado de latir un instante. ¿Por qué hago esto? Sólo me causo más dolor...

Mientras Elazel galopa desesperadamente hacia el bosque y la Guardia de Ventormenta nos persigue, no puedo ver. El aire no me llega a los pulmones, y en mis ojos aún está la imagen de su rostro. La grieta se abre de nuevo y sangra, sangra, sangra hasta anegarme de amargura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario