domingo, 12 de junio de 2011

CVII.- En las ruinas (I)

El mundo está lleno de gente innecesaria.

Es algo que pienso a veces. Sobre todo cuando estoy aquí, en las ruinas que elegimos para fundar algo así como un santuario. Son ruinas que la Plaga dejó atrás, que estaban demasiado contaminadas para que nadie quisiera pisarlas. Vinimos, las limpiamos, y aquí esperamos a los que tengan que llegar. Mientras esperamos, he cazado uno de los pocos animales sanos que se atrevió a entrar en este paraje y le he sacado la piel. La estoy trabajando y pensando en ello, en que el mundo está lleno de gente innecesaria. Es un pensamiento que flota en mi cabeza como una señal constante, una y otra vez, mientras paso el cuchillo suavemente sobre la piel flexible, cálida, limpiándola de los restos de tejido que aún están prendidos en el cuero blanco.

El amanecer me ha llamado hace poco y me he sumergido en la rutina. Entrenamiento, caza, pieles. Costumbres. La rutina me anestesia, me mantiene ocupado, me apacigua, a falta de una guerra. No pienso en Ivaine desaparecida, en Elive, secuestrada. No pienso en todo lo que he perdido ni en la soledad. Y la frase vuelve.

El mundo está lleno de gente innecesaria. Meto las manos en el balde de agua y me las froto con fuerza, limpiándolas de los restos sanguinolentos del desuello. Lleno de gente innecesaria. Así es. Podríamos limpiarlo igual que el cuero, dejarlo flexible e inmaculado. Podríamos.

La verdad es que este sitio no me gusta. Echo terriblemente de menos la nieve, el frío, los árboles altos. Esos abetos gigantescos de Rasganorte y su aire puro, gélido y cortante, esencial. Perfecto.

El mundo sería perfecto si sólo quedara eso. Lo estoy pensando mientras enjuago el trapo y lo paso sobre la piel vuelta, sobre el cuero que aún hay que secar. Solo un mundo, inhabitado y perfecto. Sería un paraíso, ¿no? Al fin y al cabo, todos los lugares hermosos están sin civilizar, casi despoblados. Como Feralas, o Cuna del Invierno. Salvajes y solitarios, con la belleza fortuita de no haber sido tocados por las manos de nadie. Y es lo que me pregunto: si el mundo es perfecto sin nosotros, si nosotros somos el único virus en este mundo, ¿para qué servimos?

"Quizá deberíamos acabar con todo, atravesarnos con nuestras propias armas y volver a la Playa Serena, donde todo era como tenía que ser". Eso es lo que pienso. Si, joder, ¿qué clase de pensamientos son estos para un paladín? Me río de mis propias conclusiones, alzando la cabeza para recogerme el pelo, que me molesta.

Al hacerlo, mi mirada la encuentra a ella.

Está ahí parada, mirándome fijamente con sus ojos grandes, castaños y brillantes. Demonios. Aprieto los dientes y arrugo el entrecejo.

- ¿Quieres desayunar? –  Me dice. Me ofrece unos frutos secos. Tiene las manos pequeñas y rosadas, apenas es una adolescente.

Es la chica nueva que llegó a las ruinas. Theron me dijo que viniera a conocerla, y es lo que hice. Vine y la conocí. Es rubia como la miel, de ojos castaños, nariz respingona y aspecto juvenil. No es por que sea guapa, que lo es. Es algo en su olor que me atrae de una manera primaria, instintiva e irracional. Y como con todo lo que me atrae de esa manera, con ella mantengo las distancias.

Así que niego con la cabeza y sigo con mi trabajo. Ella se sienta a mi lado y se pone a mirar.

- ¿Dónde has estado? – me pregunta – No te he visto en dos días.

Me descuelgo del cinto el peine de púas de metal y comienzo a pasarlo sobre el pelaje para peinarlo y eliminar la escoria. Claro que no me has visto en dos días, muchacha. Mantengo las distancias, ¿no acabo de decirlo? No lo he dicho, lo he pensado. Pero da igual, tu no lo entenderías. No, ella no lo entenderá, así que le contesto.

- He estado de caza.

La brisa se levanta un poco y me trae una vaharada de su perfume. Huele a tierra fértil, a humedad de lluvia, a bosque salvaje y a pan recién cocido. Su olor me da hambre.

- ¿Por qué no me avisaste? Te estuve buscando.

Levanto la cabeza y la miro. Quiero mirarla con seriedad, pero casi me dan ganas de sonreír. Parece un muchacho, con esos pantalones oscuros y la camisa a medio abotonar. Su rostro, sin embargo, me parece inquietante por algún motivo que no entiendo.

- ¿Y por qué tendría que avisarte?

Sé que es peligrosa. El día que llegué para conocerla, tal y como le había dicho a Theron que haría, se arrojó hacia mí para abrazarme. “Vine aquí a saciar mi sed, siguiendo tu olor”, eso me dijo. No es bueno. Y aquel abrazo intenso me puso los nervios de punta, y no sólo los nervios. Demonios del Torbellino, sé que es peligrosa, no debería mirarla ni siquiera. Y ella, al escuchar mi respuesta seca, pone cara triste. Genial.

- Estaba preocupada. Perdón.

- Pues no te preocupes.

Deja de preocuparte y deja de venir a mí. Deja de mirarme con esa ternura y de abrazarme suavemente, aléjate del lobo porque tú eres una cierva, y los lobos se comen a los ciervos. Eso es lo que tendría que decirle. En lugar de eso, me callo y tiro con fuerza del pelaje, desenredándolo con el rastrillo de metal. Parece que a Seidre se le han quitado las ganas de hablar, y agradezco el silencio, aunque agradecería más que ella dejara de mirarme de una vez. Me mira, fijamente, intensamente. Tengo la sensación de que espera algo de mí, y no sé que es. Me pone tenso.

- ¿Puedo probar?

Ella acerca la mano hacia la piel. Espero que la Luz me dé paciencia, porque yo la estoy perdiendo, y el hambre me agujerea por dentro.



- ¿Lo has hecho alguna vez?

- No, aun no. Pero quiero ser desolladora – responde ella. Alzo la mirada y veo su sonrisa insegura. Inmediatamente, desvía el rostro con un gesto tímido. Se me cierra el estómago con un mordisco violento. El viento me trae su olor.

- Se empieza por un extremo, primero a contrapelo - le digo. No me puedo creer que esté explicándole esto con tanta tranquilidad cuando en mi mente solo pienso en... - Fíjate bien en que no haya parásitos, o restos de bichos, o lo que sea, pegados a la piel. Puedes quitarlos con las uñas o con esa espátula de ahí, pero con cuidado de no rajarlo, ¿correcto?

- Correcto.

- Siempre a contrapelo hasta que se haya limpiado toda. Luego en la otra dirección, y después de nuevo a contrapelo. Y no tires con mucha fuerza, para que no se desprendan mechones. ¿Queda claro?

- Como el agua.

La chica se pone manos a la obra de inmediato. Es decidida y tiene brío. Dentro de ella arde una llama, y eso es bueno. Bueno para ella, y malo para mí. Vuelvo a la tarea, intentando despejar la mente, mientras escucho su respiración y el viento traicionero me mete su olor hasta las entrañas.

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