martes, 15 de diciembre de 2009

LXXII - Despedidas

Orgrimmar - Durotar

El sol de la mañana arranca destellos rojizos a la muralla de adobe, barro y madera que cerca la Capital de la Horda. La guardia Kor'kron se mantiene en la puerta, los escudos alzados y la mirada hosca, mientras los viajeros entran y salen. Casi todos son aventureros y soldados, no se ven demasiados comerciantes hoy. Trols lanza negra, orcos y tauren en su mayoría, se mueven hablando en sus idiomas natales, saludan a los centinelas que permanecen firmes y graves, con ese aire salvaje que destila su raza y siempre me ha resultado agradable. Eso y sus hachas. Tienen unas hachas cojonudas, los orcos.

Mi pueblo, los sin'dorei, tiende a considerar a los orcos criaturas asilvestradas y brutales, que no tienen dos dedos de frente y se comportan como verdaderos estúpidos. Su arquitectura choca brutalmente con el gusto estético, decadente y barroco, de los elfos, y su ausencia de correspondencia con los cánones de belleza del pueblo más noble de Azeroth provoca habituales desencuentros. Especialmente entre los patriotas y aquellos que no salen demasiado de Quel'thalas. Yo llevo ochenta años dando vueltas por el mundo, compartiendo tripulación, ejército y tabardo con todas las razas, y supongo que algo he debido aprender en este tiempo. Y si no lo he hecho, que le den. Los orcos me caen bien. Los trols, también. Acérrimos enemigos de mi raza, a mi nunca me han hecho nada los Lanza Negra, así que no encuentro razón para odiarles, menos aún cuando tienen esos gongs tan brutales y tradiciones y leyendas que avivan mi curiosidad. A mi me gusta Orgrimmar, me parece que tiene un encanto especial y primitivo, con esas almenaras afiladas y las techambres de adobe y piel curtida.

Aparto la mirada de la ciudad y suspiro, contemplando el hangar de las naves aéreas. En la nueva y reluciente torre de zepelines, los goblin se afanan en prepararlo todo para que no haya accidentes en las travesías que han de llevarnos hasta Rasganorte. Los aventureros de la horda, soldados, mercenarios, representantes de clanes orcos y del Consejo de Ancianos, se apelotonan en las rampas de acceso. Parecen entusiasmados y algo ávidos, algunos nos miran con extrañeza. Elfos y renegados han partido en su mayoría desde la torre de Claros de Tirisfal, nosotros, como siempre, damos la nota.

- ¿Crees que se caerá el zeppelín?

Tironeo de las riendas de Elazel y me giro hacia el brujo, sonriendo, burlón. Theron siempre optimista.

- Seguramente.
- Prepara tus burbujitas entonces - replica, entornando los párpados. - Deberíamos embarcar ya, o al menos ponernos en la cola.

Señala hacia lo alto de la torre, donde el primer barco aéreo ha atracado. Los viajeros que nos preceden ascienden por la rampa, entre bromas jocosas, gritos de ánimo y lanzando vítores y saludos a los pocos que quedan en tierra para despedirles. Niego con la cabeza, contemplándoles.

- Esperemos a los demás.

Mi voz suena un tanto amarga, y la mirada del brujo se detiene sobre mí un instante demasiado largo, hasta que la abordo.

- Ahti... no va a venir nadie más - dice con tono apaciguador. - Llevamos casi tres horas aquí. ¿No han tenido ya tiempo de aparecer? La cita era al alba... y estamos solos. Marchémonos.

Sé que tiene razón. Y odio que tenga razón en estas cosas, así que niego con la cabeza, firmemente, guiando a la montura que caracolea y se revuelve, resoplando. Elazel siempre refleja mis sensaciones, sea ira o inquietud, placidez o determinación.

- Elhian vendrá. O Hibrys, quizá las dos.

Theron menea la cabeza y aparta la mirada, pero permanece junto a mí. Me conoce, sabe que soy un cabezota y detesto que me decepcionen. La partida de la Guardia del Sol Naciente hacia las tierras del Norte estaba programada hoy, y aquí estamos. La Guardia del Sol Naciente. Theron y Ahti, y el polvo rojizo de Durotar... me cago en todos ellos. Un grupo del Clan Grito Infernal acude desde la ciudad, marchando al paso, con los tabardos oscuros brillando bajo el sol cálido de la mañana invernal. Sus rostros severos y firmes nos observan mientras caminan junto a nuestra posición y ascienden la pasarela. Theron observa el primer zeppelín, que ya está completo, y lo vemos marchar.

- Cogeremos el siguiente - murmuro apenas, observando el cielo claro.
- Bien. Creo que es lo mejor. La Avanzada Argenta aguarda.

Asiento yo, asiente él. Los sucesos se han atropellado en los últimos días, y no hace mucho que recibimos la convocatoria de la Cruzada Argenta. Rebusco en mis bolsas para sacar el pergamino lacrado y observo el sello del sol de ocho puntas, con el puño en su interior. No es el mismo que antaño, pero no ha cambiado tanto.

- Espero llegar a saber algo de ese Tirion - comento, arqueando la ceja. - Dicen que porta la Crematoria.
- ¿No le conoces? - el brujo me observa con curiosidad.

Por algún motivo, tiende a pensar que conozco a todos los miembros de alto rango del Alba Argenta, y no está del todo errado, pero es una organización ramificada y en mis tiempos sólo tenía contacto con dos o tres de ellos. Niego con la cabeza.

- No, no sé quien es. Sólo sé lo que nos contaron sobre la batalla de la Esperanza de la Luz y sus consecuencias.
- Siempre me he preguntado por qué no estuvimos en ese combate.
- Estaba en coma - replico.

Theron se calla inmediatamente, abre la boca y la vuelve a cerrar, asintiendo. Carraspea. No le doy importancia, realmente ya lo he superado, si había algo que superar aparte de mi estrepitoso fracaso a la hora de sanar al brujo de lo que le corroía por dentro. Así que sigo hablando, le recuerdo la historia.

- Cuando Arthas terminó con los asentamientos de la Cruzada Escarlata en la costa este, arrojó el ataque final sobre la Capilla de la Esperanza de la Luz. Darion Mograine, hijo de Alexandros y portador de la Crematoria corrupta, encabezaba la ofensiva. Era el campeón de la Plaga. - Sé que Theron adora mis resúmenes y mi capacidad de síntesis, así que le doy el gusto de escucharme y comprobar lo bien que me explico una vez más. - Cuentan que al llegar a la explanada de la Capilla, la espada comenzó a desobedecer, y entonces apareció Tirion Fordring. Era un caballero de la Mano de Plata, hace ya años, y al parecer es de los pocos supervivientes de esa orden.
- ¿Es humano?
- Así es.
- ¿Y cómo acabó la Crematoria en sus manos?
- Darion se la cedió al redimirse, o eso dicen - arqueo la ceja, mirando al brujo. - Podemos dejar que se la quede, ¿no?

Se ríe entre dientes, apartándose el pelo del rostro. Abre la boca para replicar algo, cuando una voz a nuestra espalda nos hace dar un respingo.

- Siento llegar tarde.

Me giro y veo a Oladian, montado sobre Eru, su lobo. Lleva el pelo rojo recogido en la nuca y sonríe débilmente. Estaba a punto de entusiasmarme cuando veo que no lleva equipaje, ladeo la cabeza y le saludo con la mano, haciendo un gesto de curiosidad. Theron le mira con desdén.

- Vamos a coger el próximo - declaro.
- Yo he venido a despedirme. No podré partir aún, pero me reuniré con vosotros en dos o tres días.

Asiento, suspirando con resignación.

- Bien... nos veremos entonces. Gracias por venir.
- Mucha suerte y cuidado con el trayecto - sonríe de nuevo. Siempre he sabido leer los sentimientos de Oladian y ahora mismo veo culpabilidad. Sabe que estoy decepcionado, pero no puedo evitarlo. - Iré en cuanto pueda.
- Claro

Vuelvo el rostro y guío a Elazel hacia la torre de zepelines. La siguiente nave ya está atracando. Arrastro el petate con las armaduras y el escaso equipaje y lo arrojo de mal humor sobre la cubierta de madera, despidiendo a mi yegua con un gesto y soplando las motas doradas que deja al desaparecer. Echándome la capa hacia atrás y mostrando la insignia que me identifica al capitán goblin, me sostengo en las maromas de cáñamo y contemplo el horizonte. Detrás de mí, Theron ha sacado la capa blanca de su mochila y la extiende, acariciando el pelaje. Luego se envuelve en ella y hace un ruidito de satisfacción.

- Se nos van a congelar las pelotas - dice, con un tono levemente excitado en la voz.

Le miro de reojo y sonrío. Bueno, no es lo que esperaba, pero allá vamos. El emocionante viaje de la Guardia del Sol Naciente hacia el Norte. Agito la mano para despedirme de Oladian cuando las hélices giran y me aparto el pelo de la frente, volviendo la mirada hacia adelante, apoyado en las cuerdas gruesas.

- Nos calentaremos a hostias - digo finalmente, escupiendo hacia los cuatro puntos cardinales para invocar la bendición de los vientos y un trayecto sin incidentes. Hay que tener mucha fe para aspirar a algo así en una nave pilotada por goblins, pero al fin y al cabo, soy un paladín.

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