martes, 1 de diciembre de 2009

LXXI - Vísperas de viaje

Cuna del Invierno - Invierno

La nieve se hunde bajo mis pies, el viento me golpea el rostro y el pecho desnudo. Enreda los cabellos detrás de mi, rasga mis pulmones cuando respiro, el frío me muerde los músculos, pero no me importa y sigo corriendo, agazapado, ayudándome con las manos mientras asciendo las lomas, salto desde los riscos y rastreo las huellas del oso. Soy el viento, no puede hacerme daño. Vuelo con él y me transporta, me trae el aroma de la presa, me canta las canciones que vibran dentro de mí.

Sus voces te enseñaron, sus voces te enseñaron

La Luz vibra en mis venas, chispea, efervescente, me envuelve y me hace sudar a pesar del clima del Norte. Y mientras devoro los pasos que me separan de mi presa, al otro lado del vínculo, mi compañero me rastrea a mi, su presencia se hace más intensa a medida que se acerca, buscándome, confuso y un poco triste.

Detrás de un tronco, le veo aparecer. El oso está acechando, me esperaba. Agazapados, nos miramos. Todos mis sentidos se centran en mi propio cuerpo, en los movimientos de la fiera delante mia, que me observa con ojos furiosos, a la expectativa. Y cuando ruge, me escucho rugir, cuando se abalanza hacia mi, me ladeo y rodeo el cuello poderoso con los brazos. Peleamos revolcándonos sobre la nieve. Los dientes intentan hacer presa en mi carne, y me revuelvo, me muevo constantemente para evitar que me atrape. He cazado muchos osos, conozco sus técnicas, y sé que la condena tiene tres nombres: garras, fauces e inmovilidad. Asi que evito las tres mientras rodamos sobre el suelo helado, el animal gruñendo, agitándose para soltarse, yo con los brazos en torno a su cuello, a su izquierda, tratando de posicionarme detrás para partirle el cuello.

Algo está sangrando, percibo un dolor lejano entre la descarga de adrenalina de la caza. Las garras se clavan en mi piel, y no me importa. Cuando encuentro la posición correcta, el combate se convierte en una medida de fuerzas. Apoyo el codo en la sien del animal, que se revuelve, estrecho el abrazo y empujo, empujo, invocando toda mi determinación. Los músculos parece que van a estallar, siento la tensión en todo mi cuerpo y la sangre acumularse en mis sienes. El rugido ahora es mío, algo brilla y escucho el chasquido de los huesos al quebrarse.

Jadeante, suelto al animal muerto que cae sobre la nieve, salpicada de rojo, y me tambaleo, recuperando el aliento. Aun me cuesta enfocar la vista, y me lleva unos minutos volver a ser dueño de mi cuerpo, recuperar plena conciencia de mí mismo. "No te enfríes demasiado ahora", me recuerdo, inclinándome, algo mareado, para sacar el cuchillo de cazador de la bota.

- ¿qué... qué estas haciendo?

Levanto la vista,  sorprendido, y vuelvo el rostro a la pequeña loma nevada delante de mi. Theron me observa, perplejo, arrebujado en su toga. En el fragor del combate, no me di cuenta de su llegada. Tiembla ligeramente, el sí tiene frío. Hace días que tiene frío, en realidad, y cada vez más a medida que se acerca la hora de partir hacia Rasganorte.

Me dejo caer sobre la nieve y comienzo a desollar al animal, que aún yace caliente.

- Échame una mano, sujeta de ahí.

Theron desciende con pasos breves e inseguros, mirando alrededor, y sujeta la pata del oso, observándome con perplejidad. Hay algo al fondo de su mirada, cuando levanto los ojos hacia él, que me resulta ligeramente turbador. ¿Está emocionado? No entiendo muy bien por qué, pero no me importa. Aunque ya lo sabe, se lo confirmo.

- Te voy a hacer una capa.
- ¿Qué?

Y aunque ya lo sabe, me sigue mirando. Como si hubiera dicho que voy a regalarle una casa en la zona rica de Lunargenta o algo así. Es extraño. La hoja se desliza bajo la piel, me aparto el pelo de la cara, aún respirando con dificultad a causa del combate, y tiro del mullido envoltorio con precisión, después de recortar con el filo para delimitar el segmento.

- No tienes por qué temer al frío, Theron Solámbar - explico, mientras desprendo la pieza. - Ni al de dentro, ni al de fuera. Ninguno puede tocarte.

El brujo parpadea, no ha apartado sus ojos de mí, como si estuviera haciendo algo excepcional. Sin embargo no hay nada de excepcional en esto. Cuando termino, me sacudo las manos y le hago un gesto.

- Vamos a las pozas termales, hay que darle un repaso a esto.

Camina detrás mía, en silencio. El vínculo vibra con suavidad, y percibo sus emociones, que se me antojan excesivas por un momento... pero no, quizá no lo son. Las acojo con un abrazo estrecho, dejando que pasen a través de mi. La gratitud, la emotividad que le despierta esto tan sencillo, que para mi es tan natural como respirar. Porque lo es, y esa es una certeza que no me plantea ninguna pregunta, el menor por qué.

Sé que Theron está asustado. Vamos a Rasganorte, a enfrentarnos con todo el poder del Rey Exánime en su esplendor, y la sangre que corre por las venas del brujo, aunque el vil mantenga detenido el avance de la enfermedad, lleva su marca. La marca que se expande con la cercanía de su presencia, que le atosiga continuamente, que le estrecha más con brazos gélidos a medida que se aproxima a él. Conozco su dolor, sus pesares y sus cadenas, he aprendido a conocerlas a fondo a lo largo de este tiempo. Pero todo se puede combatir. Si tiene frío, le daré una capa, con todo lo que eso significa.

Porque pienso cubrirle por dentro y por fuera, reanimar su fuerza, que no es poca, con la mía, tirar de él cada vez que dude de sí mismo. Y Theron, que es un gran aficionado a los símbolos, entiende lo que representa una capa de piel hecha como es debido, con el proceso más cuidadoso y entregado que existe, que no es ni más ni menos que hacerlo todo con el corazón, coño. Para mí es algo natural, porque todo lo hago igual. Para Theron, es muy importante, o así lo percibo, y dejo que lo sienta a su manera, sin restarle valor.

Por ese motivo, cuando después de limpiar la piel y dejarla reposar sobre las piedras calientes, Theron tira de mi mano y me guía para que me siente, disponiéndose a curar las heridas del oso sobre mi carne, dejo que lo haga. No usa las piedras de salud, desliza paños de tejido suave empapados en desinfectante y escurre la sangre después. Las manos de artesano se mueven con la misma dedicación y delicadeza que emplea cuando está tratando con joyas valiosas, y eso me hace mirarle de reojo un momento.

Mantiene el gesto grave y devoto de un seguidor de la Luz Sagrada delante de sus reliquias, y como ritualista que es, ejecuta su ritual. Supongo que a veces nos hablamos mejor por medio de estas cosas que con palabras. Así que me quedo muy quieto, dejando que se exprese igual que yo lo he hecho. Mi mensaje ha llegado matando un oso y arrancándole la piel. El suyo se escribe ahora, cuidándome y restañando la sangre de los arañazos abiertos al pie del lago de aguas cálidas.

Mañana partiremos hacia el Norte, y no puedo dejar de sentirme orgulloso cuando, al estrecharnos en el vínculo que nos une y complementa, el miedo y el frío que habitaban en el interior de mi compañero apenas parecen perceptibles. Y estoy orgulloso de él.

- Gracias - murmura el brujo, abrazándome un instante y pegando la mejilla a mi espalda. Las palabras resuenan sentidas en mis oidos. No me atrevo a responder nada, asi que sólo me quedo quieto mientras me abraza, con un nudo extraño en la garganta.

Porque a veces basta encender una chispa para que las llamas vuelvan a levantarse, y esta vela imperecedera que brilla a mi espalda, que tiene un resplandor intenso y cálido... esta, por mis cojones que no se apaga. No importa si tengo que protegerla con mis manos o avivarla a patadas. A mi brujo no lo toca nadie. Ni el Exánime, ni el Torbellino, ni la madre que los parió. Va a ser libre y prevalecer, aunque tenga que matar cien osos y hacer cien capas para que no vuelva a tener miedo al invierno.

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