lunes, 3 de octubre de 2011

CXV .- Resistir

- ¿De verdad crees que es necesario eso?

El enorme demonio púrpura se vuelve hacia mí, encogiéndose de hombros. Luego se sacude las sombras de alrededor y el rostro de Theron aparece entre los jirones de niebla violácea; me mira con una sonrisa inocente que de inocente no tiene nada. Dagpit, su diablillo, da una voltereta a su lado y se ríe con aire burlón. Le hago una mueca.

- La metamorfosis es un truco muy vistoso. Y efectivo - responde el brujo, saltando ágilmente por encima del cadáver humeante de un cultor. - ¿No te gusta?

Las Tierras de la Peste siempre son un buen lugar donde venir a desahogarse. Llevamos unos cuantos días aquí y todavía no me he aburrido. En realidad, creo que nunca me aburriría de esto. A veces creo que matar plaga es lo que le da sentido a mi vida cuando se va a la mierda todo.

- No, si a mi me da igual. Lo digo porque podemos tener accidentes.

- ¿Accidentes? ¿A qué te refieres?

Se frota las manos, sonriente y feliz. Otro grupo de esqueletos viene hacia nosotros, con los yelmos oxidados colgando de sus cráneos. Theron empuña la daga y alza los brazos. Las joyas que lleva en los cuernos tintinean y su voz vuelve a escupir palabrejas en Eredun, los ojos le brillan con el intenso verde del vil. Las sombras se enredan a su alrededor, brotando en jirones espesos desde el suelo. Le cubren hasta darle la forma de un demonio de color berenjena, tres cabezas más alto que yo y con una musculatura envidiable. Bueno, sería envidiable. Si no fuera de humo.

Se abalanza sobre los cascarones, dispuesto a abrasarlos de nuevo en las llamas del averno o lo que sea que hace arder. Le observo, apoyado en la empuñadura de la espada.

- Accidentes como éste - sonrío, sin poder resistirme. Extiendo una mano frente a mí, tomando aire antes de levantar la voz. - ¡Vàssa sadhah parásh'taram!

En estas cosas, además de ser capaz de canalizar la Luz Sagrada correctamente, es muy importante la voluntad. Y la entonación. Hay que sonar autoritario. Para este hechizo en concreto, especialmente autoritario. El eco de mis propias palabras parece retumbar como un trueno lejano. Los esqueletos que hay alrededor se sacuden y echan a correr en la dirección opuesta, trastabillando y cayendo al suelo por el camino. El brujo, aún sumergido en su metamorfosis, ha emprendido la huida con un bramido de dolor, como quien se aleja del fuego que le está quemando. No es cuestión de miedo, la expulsión del mal no tiene que ver con el terror que puedan sentir criaturas como demonios o cadáveres animados. ¿Qué miedo van a tener estas escorias? Es algo más esencial: la repulsión instintiva de dos contrarios, la reacción mecánica de apartar la mano de la llama.

Theron se arranca los jirones de sombras de encima, empotrado en una valla de madera medio destrozada. Me mira con furia.

- ¿Te crees muy gracioso? - escupe, colocándose bien el cabello y la toga y tirando de los pies de Dagpit, que se ha quedado encajado entre dos tablones. - Te crees muy gracioso, ¿verdad?

- Bueno, un poco - admito. - Pero era una manera de ilustrar que, si te metes en medio de los enemigos con ese disfraz tan feo, puedes hacerte daño cuando suelte la Luz.

Me acerco para ayudarle con el diablillo, desatascándolo de una patada. Dagpit rueda por el suelo y gruñe estupideces. Le arrojo una mirada de advertencia y el bicho aprieta los puños con odio.

- Lo tendré en cuenta - responde, con una sonrisa torcida y un poco perversa. - Eso lo hace más interesante.

Arrugo el entrecejo al llegarme una visión de sus pensamientos y resoplo, empujándole del hombro hacia el camino y dando otra patada a Dagpit.

- Venga ya, para con eso.

Alza las manos y las cejas, mostrando una inocencia que no hay quien se crea. Al caminar, le tintinean las joyas. Lleva una de esas togas con cadenas y gemas imbuídas que todavía no se le ha roto, sólo se ha quemado un poco el bajo y, cansado de pisarse el jirón, se detiene un momento para rasgarlo y que deje de molestarle. Hace un mohín gracioso, arrugando un poco la nariz como un chaval descontento. Me fijo en sus dedos cuando tira del trozo de tela. Son blancos y muy largos. Podría ser arpista con esos dedos.

Escucho una risita baja y aguda, ultranatural. Vuelvo la mirada hacia el diablillo. He debido quedarme un poco embobado porque el demonio me observa con expresión burlona y se ríe de mí.

- ¿Qué, te estás distrayen...?

Levanto las cejas con suficiencia y le arrojo un exorcismo antes de que termine de decir algo que podría enfurecerme. El bicho se retuerce y desaparece, aullando. Theron alza el rostro hacia mí con reproche.

- ¿Pero qué haces? Ahora tendré que gastar otra alma.

- Me alegro de que hayas sacado el tema, porque tenemos que hablar de eso.

No responde. Caminamos a lo largo de una extensión de hierba manchada, alejándonos de la zona de peligro. Las briznas resecas crujen bajo mis botas y sus borceguíes. De vez en cuando, se escucha el grito de un murciélago o el gruñido de alguna otra alimaña entre los arbustos pardos. El aire es espeso y maloliente aquí, pero hace tiempo que eso dejó de molestarme.

- Tenemos un problema de moral, Theron.

Lo he dicho mientras caminamos, después del largo silencio en el que él espera como quien espera una sentencia, con cierta hostilidad defensiva. Ya sabía de qué iba a ir el tema. Aun así, estoy intentando plantearlo del mejor modo posible.

- Dirás que "tienes" - confirma, alzando la barbilla. Las joyas de sus cuernos tintinean - Yo no tengo moral, ni problemas.

- Bien, tengo, entonces - busco las palabras, no me cuesta mucho encontrarlas - No está bien que robes las almas de la gente, aunque sean enemigos. Hace tiempo te pedí que no utilizaras conmigo piedras de alma de esa procedencia, y aceptaste. Ahora te pido que tampoco las utilices para tus necesidades.

- Necesito las almas para trabajar - responde, con cierto desafío - ya lo sabes. Es así. No puedo hacer nada sin almas, ¿como quieres que haga los conjuros sin ellas?

Hay algo diferente en su voz. Algo como decepción, o cansancio. Niego con la cabeza, mirándole. Intento entender qué le está molestando ahora. Admito que, a pesar de todo, me cuesta montar el jodido puzzle que es Theron. Tan pronto me parece claro como el agua como soy incapaz de entender una mierda. A veces tengo la sensación de estar ciego a la mayor parte de las cosas que suceden en él, de no ser capaz de desentrañar sus significados. Me pregunto si le sucederá lo mismo conmigo.

- No lo sé... mira, no estoy cuestionando tus principios, o la falta de ellos. No voy a darte lecciones de moral, eres mayorcito. Tiene que ver conmigo, no contigo. Que vayas por ahí arrancando almas a la gente no es algo que yo pueda permitir, no por más tiempo. ¿No puedes sacarlas de los no-muertos y las criaturas de la plaga? Eso no son almas exactamente, pero a tí te sirven lo mismo, ¿no?

Nos hemos detenido al pie de un árbol. Theron sigue con la misma cara, se encoge de hombros.

- Los hechizos no son tan potentes, pero sí.

Asiento con la cabeza y extiendo la mano ante mí.

- Vale. Entonces, si estás de acuerdo, dame las demás para que las libere.

No se mueve. Luego suspira y levanta la mirada, negando con la cabeza. Al principio creo que se está rebelando o algo así, pero en su expresión hay resignación, o tristeza, o desdén, o yo que sé, pero no es rebeldía, no es eso. Es eso otro, que no sé explicar. Y entonces me lo suelta.

- Es que no hay "demás". Desde que me dijiste que no las usara contigo no las he vuelto a usar. Todo lo que tengo son filacterias demoníacas y piedras de no-muerto.

Vale. Joder. Vale, ahora entiendo su reacción. Cierro la mano y me cruzo de brazos, suspirando.

- ¿Y por qué no me lo has dicho antes?

- Tú no has preguntado. Has dado por hecho las cosas - aparta la mirada, la baja hacia el suelo, dirigiéndola a la raíz de un árbol lejano - No importa, es normal. Siempre me pasa igual, siempre es así.

Asiento. Siempre es así, solo que conmigo no debería ser así. Por eso tiene ese gesto amargo en el semblante. Yo no espero siempre lo peor de él... yo no le juzgo, intento no juzgarle. A veces no me sale bien, pero me esfuerzo, joder. Hoy me he equivocado. Tampoco tenía modo de saberlo, aunque sospecho que Theron estaba satisfecho de esa secreta manifestación de respeto hacia mí y mis principios.

De pronto se me vuelve a enredar ese espino de emociones encontradas en el estómago. Está ahí de pie, con las manos en el cinturón y aparentando desdén. Maldita sea, el chaval lo está haciendo bien. Hace tiempo que lo está haciendo bien. Da la talla donde otros, que deberían estar a la altura, se quedan por el camino. Da la talla respecto a todo, incluso respecto a cosas que son más propias de sacerdotes o de paladines que de brujos.

-  Oye. Eh. Levanta la barbilla.

Le agarro de un cuerno y tiro hacia atrás para obligarle a mirarme. Lo hace, con fastidio. Le suelto el cuerno y le pongo la mano en la mejilla. Sé que está suave debajo del cuero curtido de mis guantes. Sé cómo es el tacto de su piel allí donde las runas no dibujan sus entramados verdes, y también sobre ellas. Le miro a los ojos, en silencio, más allá del resplandor fosfórico de la energía vil. Hubo un tiempo en que los iris de mi brujo eran azules. Yo no le conocía entonces, pero ya era mío. "Y ya era un buen chico", pienso. "Y lo sigue siendo. Lo sigue siendo. Nunca ha dejado de serlo, sólo ha estado perdido. Confundido. A veces equivocado."

Debo estar serio o algo así, porque su expresión molesta ha dado paso a otra, más apacible y algo nostálgica.

- Estoy orgulloso de ti.

La nostalgia también se diluye. Se suaviza su mirada, se relaja su postura, como si se abandonase al contacto de mi mano en su rostro y contiene un suspiro. Él es consciente de que lo digo en serio. De todo el significado de las palabras. No son sólo palabras, por eso me he preocupado de pronunciarlas directamente hacia su alma, a través de sus ojos, a través de su tacto y de sus oídos. Y tienen efecto, porque prenden la llama en el fondo de sus pupilas y disipan por completo la inseguridad, la sensación de rechazo. Borran cualquier desprecio, por mínimo que fuera, que haya podido sentir. Se muerde los labios, reprimiendo la sonrisa que pugna por aflorarle, y el resplandor verde se vuelve brillante y cálido entre las pestañas negras.

- Gracias.

- No me des las gracias.

- Sí. Sí, tengo que hacerlo - insiste, con un rastro de emoción en la voz - todo lo que... todo lo que soy ahora, las cosas por las que tú puedes estar orgulloso de mí... por las que yo lo estoy de mí mismo... nada de eso existiría si no te hubier... ¡¡EH!! ¡Bájame!

A veces hago estas cosas. No sé si es porque no sé encajar bien los halagos, al menos los halagos tan profundos como los que Theron me está dedicando ahora, o porque la capullez me puede. O porque estoy contento. Mientras hablaba, he tenido unas ganas incontrolables de abrazarle, pero como eso es un poco marica, le he cogido por las piernas y me lo he echado al hombro. Ahora está pataleando y quejándose.

- Creo que ya podemos irnos de aquí, ¿no crees, prenda? Vamos a tomarnos unas vacaciones.

- ¿Vacaciones? - ha dejado de patalear y se ha quedado ahí, colgado como un jamón. Apoya los codos en mi espalda y la barbilla sobre sus manos, como si estuviera muy cómodo. No le veo, pero me lo puedo imaginar - Eso suena bien, ¿dónde me vas a llevar?

- A las Tierras del Interior. Hay un enano que alquila una cabaña de cazadores ahí. Ya he ido otras veces.

- No tendrá pulgas...

- Tranquilo, se marcharán todas cuando entres tú.

Me da un puñetazo de esos con tanta fuerza como la caricia de una niña y sigue parloteando sobre los insectos campestres, indicándome cómo tengo que adecuar la cabaña si quiero que él se digne a poner el pie dentro. Yo finjo que le escucho y que me importa, mientras camino por el sendero de regreso a la Capilla. Tengo la mente despejada y limpio el corazón. A pesar de todo. Es increíble que pueda estar así después de lo que ha sucedido... pero así es. Y no soy tan idiota ni mi capacidad para engañarme llega tan lejos; sé a quién tengo que agradecérselo.

Siempre he pensado que el truco para salir adelante en la vida no es ser fuerte, sino resistente. Resistir cuando todo está en llamas. Seguir adelante aunque el mismo suelo desaparezca bajo los pies. No desfallecer, prevalecer, aunque sólo quede yo entre las cenizas de un mundo arrasado. Mi mundo, siendo sinceros, esta perdiendo muchas guerras en los últimos tiempos. Se ha vuelto más hostil, más seco. Se han apagado algunas de las estrellas que lo iluminaban, y en ocasiones tengo la impresión de que va a venirse abajo. De que salir adelante deja de ser importante. De que podría ser dulce dejarse llevar, dejarse caer. Entonces, cuando estoy al borde del abismo, la oscuridad se cierra sobre mí y me abraza con sus alas. Y no es el beso frío y engañoso, no es la caricia mordiente. Es la sombra bajo la que puedo cobijarme cuando el cielo arde. Ahora, el cielo está ardiendo y su presencia me guarda. Me protege como sólo la Luz puede hacerlo, con su caricia que tamiza la ira, que filtra la rabia, que purga el dolor que se me cierra en nudos por dentro, estrangulándome.

No deja de ser irónico que a mis heridas más íntimas, a esas donde nunca ha llegado un sanador, esté llegando un brujo.

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