miércoles, 7 de octubre de 2009

XLIII - Dones y condenas

Ciudad de Lunargenta - Verano


- ¡Hasta cuándo! - Brama Irular, dejando la jarra sobre la mesa con un golpe seco - Me niego a consentirlo, me niego.

Intento recuperarla sin incurrir en su ira, cosa complicada. No incurrir en la ira de Irular es algo que sólo está al alcance de los que están muertos o tienen orden de alejamiento con respecto a él. Capullo. Capullo integral. Aricia está sentada en el diván, mirando la escena con los ojos muy abiertos y abrazándose las rodillas, aún hay rastros de lágrimas en sus mejillas.

- Dame mi jarra - digo sin más, provocando en ella un nuevo sollozo y mostrándome indiferente ante la tensión del ambiente.
- No doy mi consentimiento. No voy a dejar que un borracho inútil, desconsiderado y que, claramente, tiene otras prioridades en su vida, se convierta en el marido de mi hija.
- Padre... por favor...

Escupo a un lado, enfrentándole.

- Soy un soldado del Alba Argenta - digo en un susurro firme. - Tengo una Orden militar bajo mi responsabilidad. Soy un guerrero, un combatiente, y viajo y combato. Eso todos, todos lo sabíais cuando me conocisteis.

Aricia parpadea y dos nuevas lágrimas se escurren cuando ve mi mirada tensa y agresiva. Lo sé. Sé que la estoy hiriendo, sé que le hago daño, pero se lo advertí. Yo se lo dije. Siempre lo hago, advierto a qué atenerse cuando se trata de mí, pero nadie parece fijarse más allá del resplandor. Coño. Estoy cansado de ojos deslumbrados.

- Has abandonado a tu prometida durante semanas, sin una carta, sin una noticia, sin nada - Exclama El Capullo, golpeando la jarra con el dorso de la mano y tirándola detrás de la barra. - Mi hija necesita quien la cuide, y tú está claro que no das la talla.
- Me temo que las elecciones de tu hija no son asunto tuyo.
- Ahti... él tiene razón...

Me vuelvo hacia la elfa. Tan dulce. Tan cándida. Por un momento siento la tentación de cruzarle la cara y hacerla reaccionar, desgarrar toda esa dulzura, destrozar su inocencia y hacerla fuerte a base de hostias. Solo eso fortalece, los golpes te hacen duro. La gente sensible no sobrevive, y Aricia acabará endureciéndose o hundiéndose en las tinieblas.

- Ponte una armadura y ven conmigo a Stratholme si es eso lo que quieres - le espeto, señalándola. - Nunca te prometí que estaría siempre contigo. Nunca te dije que me verías a diario ni te garanticé la felicidad. Si no te gusta lo que hay, puedes dejarlo.

Aricia parpadea y de nuevo la anegan las lágrimas, en su mirada hay rencor mientras se aprieta las rodillas, con la barbilla temblando.

- ¿Por qué eres cruel conmigo? - solloza. - Yo te quiero... vamos a casarnos... ¿no?

Resoplo y salgo de la taberna sin responder, sintiendo la mirada de Irular clavada en mi nuca, pisando cada losa de mármol como si fuera su cuello. Por todos los dioses, ¿es que no pueden dejar de molestarme con nimiedades?. Invoco a Elazel y atravieso la ciudad al galope, apretando los dientes.

Lunargenta está invadida por el aroma de las flores, que estallan con su perfume dulzón. Los edificios relucen, blancos y perfectos, los toldos se balancean suavemente con la brisa y las cristaleras devuelven un resplandor rojo y dorado, iridiscente, hacia los muros y los suelos cuando el Sol Eterno las atraviesa.

Precioso. Muy bonito todo. Yo estoy preparando una guerra, de ella vengo y a ella vuelvo, y todo esto sólo se me antoja un maquillaje vano y fútil que no me da nada real ni verdadero, solo máscaras y engaño.

Detesto Lunargenta porque es la ciudad que mejor representa la venda en los ojos de los ciudadanos de Azeroth. Detesto Lunargenta porque proyecta la falsa ilusión de que las cosas van bien, de que uno puede sentarse en los divanes y relajarse durante semanas, meses, años, lustros. La detesto porque no es el agradable descanso del guerrero, en el que yacer un par de días antes de regresar a la batalla, sino una puta untada de afeites y perfumes que te enreda sus brazos alrededor y te embriaga con mentiras para que no te alejes de su lado. Como las sirenas, sí. Exactamente igual.

En mi carrera precipitada casi me llevo por delante a Nodens, Lauryn y Draegor, que conversan en una esquina, con las armaduras puestas y las armas a la espalda. Sendos paladines me sonríen, ambos con gesto de simpatía, mientras que el orco gruñe secamente y su sonrisa más parece una amenaza. Si no le conociera, pensaría que quiere comerse mi hígado.

- Saludos, Ahti.
- Salud, camaradas. - sonrío encantadoramente, aparcando el desdén en un recoveco de mi mente y agitando los cabellos. "Hazles vibrar, campeón." - Los reclutamientos van a pedir de boca y ya hemos recopilado una cantidad interesante de suministros. En breve podremos lanzarnos al asalto de la Ciudadela.

Los ojos de los tres se iluminan, algo incrédulos.

- Bien hecho, elfito - dice el orco, con una sonora carcajada. - ¿A cuántos locos has convencido ya?
- Mas de la mitad de lo que estaba previsto.
- ¿Ya? - Lauryn abre los ojos, sorprendida. - Está visto que eres un cabezota, ¿eh? No pierdes el tiempo.
- Claro que no, guapa - le guiño un ojo con expresión divertida, a lo que responde levantando los ojos al cielo con una sonrisa. - Os dije que iríamos, y vamos a ir.
- Así se hace, camarada.

Me entretengo un rato conversando con mis viejos amigos. No es sólo cortesía o mero afecto, que no negaré que lo hay... es necesidad. No puedo dejar que se les apague la llama y se olviden de lo que tenemos entre manos, y nada mejor que un líder de campaña entusiasta y humano para llevar tras de ti a un ejército seguro y leal. Y eso es lo que vamos a necesitar en la maldita ciudadela de la plaga. Gente hábil, leal y de confianza. Lo primero es algo que cada uno debe alcanzar por sí mismo, lo segundo y lo tercero, se trabajan, y eso estoy haciendo cada vez que me detengo a hablar con ellos, les invito a una cerveza o me presto a escuchar sus dilemas. Trabajar.

A mitad de la conversación, Theron aparece a mi lado, mirándome de reojo, montado en la pesadilla. Ya ni siquiera nos saludamos, es un poco absurdo hacerlo.

¿Ya estás encandilando a tu público?
Estoy asegurando soldados, sí


Se ríe entre dientes, mientras charlamos acerca de banalidades y pronto se nos une Drakoon, la joven paladina de cabellos oscuros y afición desmedida por el alcohol. Nada más verme, se le enciende la mirada y una amplia sonrisa cruza su rostro. La acompaña Allanah, su inseparable amiga del alma, y cuando bajan juntas la rampa de la Corte del Sol, me parece que son tan diferentes como el brujo y yo.

- Hola Ahti, hola chicos.
- Hola Drak

¿Te has fijado en las miraditas que te echa?

La muchacha sonríe y se integra en la conversación, conoce a los guerreros del Alba de Plata hace algún tiempo, y cuando todos parten, aún se queda un rato con nosotros. La tarde discurre, y no nos hemos movido del sitio, así que me despido con cautela.

- Bien pues... - me rasco la nuca, mirando de reojo al brujo. - Nos vamos. Nosotros nos tenemos que ir ya.
- Estupendo, si, claro... uh...

Parpadea y se sonroja, mirándome azorada. Allanah chasquea la lengua y vuelve la cara, y Theron aguanta una risita que baila en sus ojos burlones.

- Ya nos veremos, ¿no? - Sonríe Ahti. Eres encantador. Muy bien.
- Claro... claro, nos veremos, sería genial.
- Pasaré por el Centro de Mando algún día.
- Si... bien. Pues eso. Me voy.

Se da la vuelta, se gira de nuevo y me bendice, sonriendo a medias.

- Que la Luz te guarde. - respondo con una bendición.
- Igualmente, Ahti.
- Hasta otra.
- Sí, hasta otra.

No nos movemos del sitio. Lo cierto es que esto empieza a ser algo ridículo, pero tiene un punto divertido, así que me cruzo de brazos sobre la montura y me quedo mirándola, sonriendo a medias, esperando su nueva reacción mientras ella se aparta el pelo del rostro.

- Lárgate, zorrita.

Parpadeo y me giro. No puede ser... pero es. Allí está Irular, mirando con desprecio absoluto a todo el mundo, los pulgares en el cinturón y las dagas al cinto. Inmediatamente, el ambiente se vuelve tenso. Theron deshace su sonrisa, Allanah le atraviesa con la mirada y Drak frunce el ceño con una mirada peligrosa.

- Y tú, patán con armadura, ¿es que no ves que esta guarrilla te quiere encandilar?

Arqueo la ceja, dejo escurrir el aire entre los dientes y me largo. No le soporto, y ya he tenido bastante de él por hoy, de modo que camino hacia el frontal, mientras escucho tras de mí alzarse algunas voces y el tono agrio y amargo de una discusión. Theron menea la cabeza, y nos volvemos un instante, apenas nos hemos alejado de ellos unos diez pasos. Allanah ha insultado a Irular, no sé que le ha dicho exactamente, pero por el tono, es evidente que así ha sido... y el elfo se lleva las manos a la empuñadura de las dagas. Theron se ríe.

Mira, le ha devuelto su misma moneda
Ya veo, ya.

Seguimos descendiendo hacia la callejuela, y cuando estamos a punto de entrar de nuevo en la taberna a refrescarnos el gaznate, una vez liberadas las monturas, una mano cae sobre mi hombro con violencia, agarrándome con gesto tenso.

- Tú

Levanto los ojos al cielo, suspirando con impaciencia, mientras el Capullo, que al parecer no puede vivir sin mí, me agarra de la pechera del tabardo y me estrella contra la pared. Arrugo el entrecejo, apretando los dientes. "Si no fueras el padre de Aricia, te freía a luces, gilipollas".

- Que coño quieres ahora, Irular.
- Estoy hasta los cojones - susurra, con el rostro pegado al mío. Pretende amenazarme, pero yo soy un oso, y no me amedrentan los idiotas con dientes largos. - Desprecias a tu prometida, y me desprecias a mí, relacionándote con gente que me insulta y se ríe de los que me faltan al respeto.
- Deja de decir tonterías, tú has empezado.
- Elige - sus ojos se clavan en los míos. - O mi hija y mi familia, o esa panda de desgraciados que tienes por amigos... sobre todo el brujo.

El aludido hace un gesto de exasperación y entra en el local sin dedicar ni una mirada más al capullo. Arqueo la ceja, incrédulo. No sé si es consciente de verdad de lo que está haciendo al decirme eso, de la manera tan estúpida con la que se propone arruinar la supuesta felicidad de Aricia, así que prefiero asegurarme.

- ¿Estás diciendo eso en serio, Irular?
- Absolutamente.

Me suelto de su presa y me recoloco el tabardo, sacudiéndome la pechera con dignidad. Sé que nunca ha soportado a Theron, que siempre ha considerado que él era más importante para mí que su niña, sé cuanto le ha reprochado que se ponía en peligro y nos ponía en peligro a los dos, que actuaba con insensatez... pero eso solo es una muestra más de la estupidez de Irular. Porque no es cosa de Theron, es cosa mía. Yo me pongo en peligro todos los putos días, unas cuantas veces. Curioso que no se haya dado cuenta.

En cualquier caso, sus intenciones están claras, y si eso es lo que quiere, es lo que va a tener.

- Así que eso incluye al brujo.
- Sobre todo me refiero a él.
- ¿Me estás dando un ultimátum?
- Es justo lo que estoy haciendo.

Nuestras voces suenan ásperas, agresivas. Es un enfrentamiento en toda regla, en el que sólo va a salir perdiendo una persona. La única que no está aquí. Asiento, ladeándome para pasar junto a Capullo sin mirarle y entrar en la taberna.

- Entonces ya sabes mi respuesta. Explícale a tu hija los motivos por los que no va a volver a verme.

Cuando traspaso las cortinas azules, no me siento especialmente triste. Es mi don y mi condena. Sé lo que tengo que hacer, y nadie me importa tanto como para dejar de hacerlo, y cuando me siento en la barra y pido un bourbon doble, al lado del brujo que mira la puerta con cara de asco, no me doy el lujo de apenarme o reflexionar. Estoy donde tengo que estar y con quien tengo que estar.

- ¿Qué ha pasado ahí fuera?
- Nada, que ya no me caso.

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