viernes, 31 de julio de 2009

II - Tres

El Puesto del Hachazo vibraba con la actividad del mediodía. Los orcos patrullaban aquí y allá, recogían los suministros y las órdenes escritas pasaban de unas manos a otras mientras se organizaban las tropas de la tarde. El viento invernal agitaba los árboles de Vallefresno, que encadenaban los susurros de las hojas y danzaban, trémulos, tomándose de las ramas como si fueran dedos de madera.

En el recodo de la entrada, sobre unas cajas y barriles, los tres elfos estudiaban los mapas con curiosidad. Sean deslizó la pluma, trazando una linea de un lugar a otro, mientras Hibrys se peinaba y bostezaba como una gata perezosa y Ahti mordisqueaba el almuerzo, desparramado entre los cajones, con los pies cruzados sobre un tonel.

- Podemos dirigirnos hacia esas cavernas de la Ensenada, pero necesitaremos algunos combatientes más.

- ¿Qué cavernas? - preguntó Hibrys. - No las conozco.

Se acercó, sinuosa, y le echó el brazo por el cuello al mago, mirando de soslayo a Ahti. Él sonrió a medias, sin moverse del lugar, y se mantuvo frío ante los gestos de la elfa.

Aquellos dos nuevos compañeros habían supuesto un cambio interesante, y además, habían firmado el estatuto. Cierto que Sean estaba completamente loco y que Hibrys era poco más que una zorrita sin mucho seso, pero ella no parecía dispuesta a separarse del mago, de manera que cuando Sean firmó, ella lo hizo también. Y cuando Sean y Ahti entablaron alguna clase de extraña relación de amistad, ella les había seguido sin plantearse a dónde, cómo o por qué.

El mago y la bruja jugaban a seducirse mutuamente día y noche, así era desde que les conoció en la Cicatriz Muerta. Hibrys había comenzado a extender su juego hacia él, pero se había encontrado con una puerta cerrada a cal y canto. Aun así, parecía a gusto en su compañía, de modo que no le dio mayor importancia.

La primera vez que les vio, les había evaluado rápidamente y no tardó en decidir que eran una buena compañía para los combates difíciles. Sean, el mago, no sólo parecía poderoso sino que además conocía muy bien las tierras, los caminos y los enemigos a los que habrían de enfrentarse en cada lugar. Era el estratega perfecto. Hibrys era un apoyo nada despreciable, sin duda. Sus esbirros infernales habían demostrado ser más que útiles a lo largo de las batallas que habían compartido, que ya comenzaban a ser numerosas.

- Las Cavernas de Brazanegra - Aclaró Ahti, estirándose con pereza. - Es un lugar tomado por nagas y todo ese rollo. Me pasé por allí por orden de los Caballeros de Sangre.

Sean arqueó la ceja y le miró de soslayo.

-¿Asi que eres Caballero de Sangre?

- Me estoy entrenando.

- ¿Que tal es eso de robar la Luz de un naaru? ¿Te da muchos problemas?

Ahti se encogió de hombros e ignoró la carcajada demente de su compañero, que guardó silencio al instante y prosiguió examinando su mapa. Hibrys se deslizó hacia su lado y se sentó entre los dos, mirándoles con la expresión de un niño que quiere atención.

- ¿Entonces vamos a ir a las Cavernas de Brazanegra o no?

- ¿Es que tienes algo mejor que hacer? - replicó Ahti, cruzándole los pies en el regazo. Hibrys se removió incómoda y le lanzó algún insulto que no llegó a entender.

Pocas horas mas tarde, Sean había encontrado a dos voluntarios para acompañarles a las antiguas ruinas, Ahti les había convencido con sonrisas melosas y palabras irrefutables e Hibrys había colaborado abriéndose un poco el escote. Se pusieron en marcha al anochecer, bromeando y empujándose, con el tintineo de las armaduras y los chirridos de la magia restallante alrededor. Las carcajadas resonaron en el bosque, quizá fuera de lugar.

El buen humor no era algo muy común en un mundo en guerra.

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