viernes, 31 de julio de 2009

I - La Isla del Caminante

Las olas del mar golpean contra la orilla en un susurro constante, melancólico, tenue. Puedo escucharlas. Las escucho más allá de las altas murallas y las poderosas piedras de mi fortaleza, del lugar en el que reino, prevaleciendo, aguantando, resistiendo.

Su murmullo es una cadencia lejana mientras observo la placa del Santuario de Dath'remar, el Caminante del Sol. Llevo la espada al hombro, las ropas harapientas y la armadura de malla tintinea cada vez que me muevo.

He vuelto. Aqui estoy otra vez, en Quel'thalas. Ivaine desplegaba los mapas sobre la alfombra y me hacía señalar dónde se encontraba el reino de los elfos, trazaba líneas desde aquí hasta las tierras de Arathor y luego meneaba la cabeza. "Lejos, lejos, muy lejos". Si, Iv, Quel'thalas está muy lejos de ti.

Paso la mano enguantada sobre la placa dorada, observando cada palabra, exprimiendo su significado. "El que prospera en Quel'thalas lo hace gracias a él". Sonrío a medias y me mantengo en pie, pensativo, mirando las letras. Prosperar.

Ha pasado mucho tiempo desde que pisé estas tierras. Mucho tiempo desde que partí hacia el mar, mucho tiempo desde que regresé anteriormente para encontrar arrasados los bosques, en ruinas la aldea, muerta mi familia a causa del Azote de los no muertos. Mucho tiempo desde que Seltarian me encontró y me instruyó, y algo menos desde que partí hacia el este, para unirme a las filas del Alba Argenta.

Apenas un año desde que fui expulsado. Meses desde que mis sueños se desvanecieron en la noche de invierno. Me llevo la mano al costado de manera involuntaria, suspirando profundamente. Aún me duelen las costillas, a pesar de las curas. Sin embargo, ese dolor no es nada comparado con la brecha abierta, sangrante, en mis cimientos. Es una herida profunda que clama con ira, que requiere venganza, que aúlla en la oscuridad y rechina los dientes.

- Me lo quitaron todo... lo recuperaré todo. - murmuro quedamente, pasando la mano sobre la placa. - Prosperaré y prevaleceré más allá de cualquier puta mierda que el destino me tire a la cara. ¿Me estas oyendo?

Y lo estoy diciendo en serio. No acepto esto. No admito lo que ha sucedido con lo que con tanto esfuerzo construimos. La esperanza no se romperá mientras pueda mantenerla viva, a costa de ira y fuego si es necesario. La esperanza de cumplir con mi voluntad, de combatir a la Plaga con un sol de plata en el pecho, de recuperar a aquellas que son mías, mías.

Ivaine Harren. Nuestra hija Elive. Mi tabardo del Alba Argenta. Mi vida, la que escogí, la que deseo, entre el sonido del metal al desenvainar, los aullidos de los espectros y las cadenas que arrastran las abominaciones que vienen a por nosotros. Al lado de mis hermanos, con las armas dispuestas y el grito de batalla en los labios: Erasus thar no darador. Por la sangre y el honor luchamos.

Prosperar. Prosperar entre las cenizas de bastiones destruidos y el humo de hogueras de cadáveres putrefactos, con la guerra en las venas y el rugido en la garganta, combatiendo hasta el final. Prosperar con la hoja teñida de sangre muerta y las garras manchadas de ceniza y barro, con el sudor tiñéndome la piel y la adrenalina chispeando en los músculos, prosperar y de nuevo caminar hacia el alba.

Rebusco en las bolsas y observo los papeles del registro. Me he gastado el resto de mis ahorros en comprar esos malditos formularios, para establecer un ejército, y entonces empiezo a pensar.

"Un ejército de desheredados. De aquellos que, como yo, fueron rechazados. De los marginales, de los que no son aceptados en las órdenes mayores, de élites pomposas y tabardos fulgurantes. El ejército de los que quieren luchar y no saben cómo, de los que no son perfectos, de los que tienen una pierna de madera o les falta un ojo, de los que beben en las tabernas esperando una oportunidad. De los que nadie más quiere en sus filas, de los que tienen dificultades de orientación, como yo, de los que no saben empuñar correctamente la espada, como Theod, de los que usan los medios que la moral rechaza, como Derlen"

Aliso el formulario sobre la placa, arqueando la ceja, y saco el carboncillo, manoseándolo mientras pienso en el nombre bajo el cual vamos a luchar. Porque sé que encontraré a los que han de lucir los tabardos a mi lado, lo haré, porque es lo que quiero, y les sacaré de debajo de las piedras si es necesario. El nombre de un ejército que sólo tiene ilusión. Guardianes de la esperanza. Guardianes del amanecer...

- La Guardia del Sol Naciente

Y escribo el nombre en los documentos, soplando sobre las virutas de carbón, mientras el ocaso pinta de púrpura el cielo a brochazos, mirándome con una risa burlona y arrancando destellos del monumento de Dath Remar.

- Vete a la mierda - le digo al atardecer. - Tu puedes ocultar el sol, yo lo sacaré de los pelos. ¿Me oyes?

Me dispongo a firmar, cuando recuerdo que mi nombre es un problema. Rodrith Albagrana, expulsado del Alba Argenta. Murmuro una maldición entre dientes. Me cago en la puta. ¿Que nombre voy a usar? Intento hacer memoria, negándome a suplantar la identidad de cualquiera, y me viene a la mente, como extraído de un sueño emborronado, el apodo que me pusieron las cultistas en aquel barco, hace una eternidad, cuando retozábamos cada noche entre las sedas, acunados por el vaivén de las olas.

"El señor de las mareas, el que vive bajo las aguas profundas, rodeado de sus concubinas. Nadie puede llegar hasta él, y pocos son los que se han atrevido a invocarle. Cuando los marinos no arrojan sus tributos a las olas, si no le dan lo que quiere, Ahti se manifiesta y desencadena la tormenta, tomando lo que le corresponde y arrastrando a su paso a los vivos hasta los abismos submarinos. Su semilla es el agua que fertiliza la tierra y hace crecer la vida, su espíritu, torbellinos desatados. Cuando se desencadena, el cataclismo es inevitable. Igual que el agua, crea y destruye..."

Deslizo el carboncillo de nuevo y me alejo un tanto, arqueando la ceja y observando las cuatro letras.

- Ahti. Garra de Oso. Alto Guardián de la Guardia del Sol Naciente.

Paladeo el sonido de las palabras y me rio entre dientes. Suena bien.

Al guardar el documento en la bolsa y darme la vuelta para emprender el camino, los recuerdos se van difuminando, enroscándose en la memoria y recluyéndose en sus alcobas, dispuestos a hibernar como el oso, escondidos en las madrigueras de mi fortaleza, vasta y laberíntica.

Vamos allá. Soy Ahti Albagrana, y mi camino vuelve a empezar.

1 comentario:

  1. Wow, muy interesante comienzo. Me tendre que poner a leer la historia de Alba Argenta para entender mejor. xD

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