Rémol - Otoño
- Quiere hablar contigo.
Drakoon está en la puerta de la habitación. Observo el exterior a través de los cristales de la ventana, estoy de espaldas a ella cuando su voz suave me alcanza. Afuera está despejado, hoy no llueve. Las luces de la tarde se muestran con mayor claridad, y medito bien la respuesta antes de darla.
No quiero más dolor. No es que no pueda aguantarlo, sé que no voy a venirme abajo si no lo he hecho ya, y lo sé porque el día que eso suceda, todo habrá terminado. Simplemente, no deseo más tragos amargos y fríos, no quiero más dolor.
Y quizá quiera romper el vínculo definitivamente, aunque eso nos destruya, en caso de que podamos acabar con él. ¿Como terminas con algo que tú no has creado, que existe sin que lo hayas decidido, que ha estado quizá siempre ahí desde antes de que pisáramos nuestros mundos? ¿Como acabar con un dogma, con una realidad tan real que existe incluso si no crees en ella? Es algo indiscutible. A pesar de todo lo que pudiera suceder, eso siempre prevalecerá, y no importa lo seguro que pueda estar de que soy capaz de fulminarlo sólo con mi voluntad. Mi voluntad es fuerte, pero lo que nos une va más allá de la voluntad de nadie... de cualquiera. Lo intuyo con una certeza tan violenta como la tristeza que se agita dentro de mí.
No importa. Tomo aire y asiento.
- Bien. Dile que escucharé lo que tenga que decir.
Pasos a mi espalda y el chirrido de la puerta. La presencia de Theron es un silencio tenue, una emanación oscura de sombra extraña, melancólica y débil. Es una luna nueva a mi espalda cuyo magnetismo me impele a darme la vuelta y mirarle, volcar mis ojos sobre él y abrir los brazos instintivamente a las espinas y los pétalos, pero me impongo a eso y me mantengo donde estoy, quieto.
Las botas de tela rozan el suelo de madera un par de veces y luego escucho un susurro sutil, lejano. Una voz desnuda y real, que desgrana sus palabras una a una, preñadas de un significado profundo y consistente.
- No quiero ser un esclavo. No quiero volver a fallarte nunca. No quiero volver a decepcionarte.
- No es a mi a quien decepcionas. Es a ti mismo - replico, deslizando los dedos sobre el cristal. - Mi herida solo es el reflejo de la tuya.
- No quiero odiarme, Ahti. Saber que en cualquier momento puedo volver a perder el control, hacer daño a los que quieres, a los que quiero, a lo que más quiero, es una condena inevitable. La adicción son mis cadenas.
- Lucha contra ellas. Nada es inevitable... y si lo es, al menos sabrás que tuviste agallas para intentarlo hasta el final - Aprieto los dedos contra el cristal. No puedo evitar que en mi lengua todas las frases suenen amargas.
- No sé si podré... pero sé que no puedo solo. No me abandones. Perdóname, o castígame, pero no me abandones.
- No seguiré caminando contigo si no aprendemos de cada caída.
Algo se mueve detrás mía y me giro a medias. Parpadeo, sin comprender lo que sucede. Theron está de rodillas y se desabrocha la toga, mirando al suelo, el rostro sereno, firme y teñido con el abandono y la entrega de los mártires.
- Enséñame - susurra trémulo, escurriendo la tela hasta la cintura - Ayúdame.
Los ojos verdes se levantan y me observan. El torso de Theron es un mapa de runas y escarificaciones rituales, algunas palpitan con tonalidades glaucas, apagadas, y las correas del arnés que ahora se desata constriñen las alas emplumadas a su espalda, apenas recién nacidas. El cabello oscuro se derrama sobre sus hombros como serpientes oscuras, y los cuernos destellan con la luz del atardecer. No es ese el rostro de un brujo, tampoco de un elfo vil. Son los ojos que me siguen cada vez que me muevo, la mirada que me arropa, despierto o dormido, aunque me empeñe en no necesitarla, lo que siempre está presente al otro lado.
Extiende las alas y las muestra, mirando fijamente la espada que llevo al cinto. La Canción de Mirah destella, envuelta en el resplandor del hechizo de los puros que imbuye su afilada hoja.
- Ponte de pie. Esto no es necesario.
- Lo es. Es lo que quiero. Por favor.
- Basta, no es necesario.
- Libérame - está decidido, y aprieto los dientes con cierta tensión. - Ayúdame.
Suspiro, acercándome al cuerpo arrodillado que aguarda su redención, y desenvaino el acero, deslizando la otra mano sobre una de las alas. El plumaje es una caricia suave entre los dedos, habrían sido hermosas si no fueran producto de lo que son, nacidas del abandono y los grilletes de un ser demasiado desesperado para ser dueño de sus propias cadenas, asustado quizá por la responsabilidad de su propia condena.
La hoja desciende y escucho el chasquido de las fibras al romperse, el borboteo de la sangre verdeante que se derrama sobre el suelo con un sonido húmedo. Theron se tensa y arquea la espalda, clavando las uñas al suelo y ahogando un gemido.
Nunca más. Cometerás errores caminando tus pasos, nunca más arrastrado por las sogas que asfixian y ahogan la verdad. Cometerás errores y dolerá, pero siempre serán nuestros, solo nuestros. Nunca más lo inevitable si puede evitarse, nunca más la derrota por no luchar una batalla. Nunca más.
- Vivir... es sufrir...
El murmullo se enreda entre los chasquidos de la carne al desgarrarse, las plumas oscuras teñidas de sangre revolotean al desprenderse con cada firme movimiento de la Canción de Mirah, que silba en el aire mientras la empuño con las dos manos, brillando intensamente y susurrando melodías imposibles de metal delicado y cortante musicalidad. El rezo del Ansereg se desgrana una vez más en mis oídos, mientras ejecuto mi labor sin arredro, sesgando las alas del brujo con los dientes apretados.
- No es sólo sufrir - espeto. - Y una mierda.
- El sufrimiento pasa...
- Sus frutos permanecen
- el espíritu... se fortalece
- La voluntad prevalece
- Para el débil... no hay vida - repite, entre dientes. Conozco el rezo. Sé que está incompleto... sé que eso no es todo, y sé cuales son las palabras que le dan el sentido de la plenitud, dejo que fluyan mientras la mancha oscura se hace más densa a nuestros pies y una de las alas cae al fin, como un almohadón roto y desgajado.
- Para el fuerte, no hay muerte.
La mirada de Theron está perdida más allá de la habitación, mas allá de todo. Cada corte le hace contraerse, tiembla a causa del dolor y se estremece cuando la Luz chispea entre mis dedos y lame la espalda ensangrentada, cubierta de sudor, cerrando la herida mientras abro la nueva.
- Sufrir... no es nada.
Cae con un chasquido la segunda ala emplumada, la Luz se desata y cubre el cuerpo trémulo, cerrando cada herida.
- Vivir es todo - me oigo decir, desatando las bendiciones sobre él y dejando caer el arma a mis pies, que termina su canción finalmente.
Siento fluctuar la luz y la sombra a nuestro alrededor, enredándose como nunca antes había percibido, bailando en conjunción en la catarsis del dolor y el éxtasis de la libertad. Aunque me tiemblan las manos, levanto el cuerpo tambaleante de Theron, limpiándole el sudor con las manos desnudas, dejando que la energía sagrada cauterice las heridas, ordenándole los cabellos.
- Gracias
Su voz es real. Es pura y está bien, es correcta, cuando susurra en mi oído y se aferra a la pechera de mi camisa manchada con su sangre, mientras le llevo hacia una de las camas, ayudándole a tumbarse boca abajo. No aparta sus ojos de los míos, los míos están prendidos en su mirada, y nada más tiene cabida más allá de eso.
- Administraremos las dosis. Tendrás el control. Y no voy a dejar que lo pierdas. No te permitiré encadenarte nunca más, Theron Solámbar.
- No lo perderé. No voy a fallarme más.
Me aparto de él sin saber cuanto tiempo llevamos mirándonos, fluctuando en torno al otro como satélites hipnotizados por una gravedad misteriosa e imperante, y recojo las alas, aún resollando por el esfuerzo de la labor macabra y, pese a todo, correcta, que he llevado a cabo. Al invocar la consagración, las plumas revolotean en un estallido y todo se deshace en volutas purpúreas bajo una tempestad de dorado resplandor. Recojo una en el aire y me la guardo en la bolsa. Un recuerdo de la redención. Un recuerdo de la libertad.
No eres el esclavo de nadie, ni siquiera de ti mismo.
Al otro lado del vínculo, una vibración intensa sintoniza y se adhiere con fuerza renovada, fortificándose y perdiendo la solidez, fluctuando con la ligereza de las mareas. Me llena de alivio. Sé que el agua es irrompible, que nada quebranta las olas ni rompe el aire, que lo maleable es más resistente y que la hierba nunca se parte, por violentos que sean los vientos que azoten. Cuando cierro la puerta a mi espalda, me apoyo un instante el la hoja de madera, con el olor de la sangre aún latiendo en mis sienes.
No es un acto de perdón. Es un acto de justicia. Orden. Retribución. Liberación.
miércoles, 14 de octubre de 2009
LVIII - Expulsión
Claros de Tirisfal - Otoño
- Rubia, de ojos verdes. Una elfa, sí.
Intento hablar con el mortacechador, hacerle comprender una mierda, pero el tipo solo se encoge de hombros y hace un gesto de desdén. Me cago en los dioses, ¿es que nadie sabe nada?
- Muchas elfas desaparecen. Pregunta en otra parte.
Resoplo, hago acopio de toda mi cortesía y le doy las gracias antes de apoyarme en el muro del Concejo, meneando la cabeza. Hace ya cinco días que Hibrys no da señales de vida. Es cierto que suele desaparecer de cuando en cuando, y puede que yo no haya sido el mejor amigo, ni el mejor hermano, pero ella jamás nos habría abandonado sin decir nada. Observo el cielo cuando la lechuza sobrevuela el firmamento y vuelve a mí.
Danua me mira con sus enormes ojos redondos, dorados, y se posa sobre mi brazo, moviendo la cabeza emplumada hacia los lados. El mensaje que le he enviado a la bruja sigue en su pata, y tengo la certeza de que no la ha encontrado. Hibrys puede ser una zorra, un ser amoral y poco agradable, pero jamás desoye mis llamadas ni mis mensajes. Su lealtad está por encima de todo. Empiezo a preocuparme seriamente... y la preocupación me hace valorar a mi hermana bastarda con otros ojos, darme cuenta de lo necesario que su bienestar se ha vuelto para mi tranquilidad y de la inquietud que me provoca esta ausencia.
- Joder... - escupo a un lado y suelto un par de maldiciones, arrojando un golpe de luz a una rata que corretea cerca para alimentar a mi leal mensajera, que la recoge en el pico y se eleva hasta el tejado de la taberna.
No hay manera de dar con ella
Quizá... puede que esté en Sombraluna... igual anda por allí
¿La has ido a buscar?
................ no. Ya sabes cómo es. Discutimos a veces
Arqueo la ceja. El vínculo oscila con inseguridad, transmitiéndome sensaciones oscuras, suspicaces, ese leve amargor que reconozco cuando algo no va nada bien. Quizá Theron está más afectado por la desaparición de su amante de lo que quiere admitir, es posible que esté sufriendo y quiera ocultarlo a toda costa. No importa, me encamino hacia la taberna y asciendo las escaleras, dispuesto a darle apoyo y dármelo también a mi.
Me detengo en el rellano al escuchar la voz de Drakoon, con la mano sobre la barandilla. Sus palabras me llegan lejanas, veladas por la distancia, pero han debido dejar la puerta abierta.
- ¿Qué es lo que pasó, Theron? Tienes que hacer un esfuerzo por recordarlo.
- No lo sé... joder, NO LO SE. Todo esta... muy difuso en mi memoria.
Arqueo la ceja. ¿De qué están hablando? Su tono suena preocupado.
Ya sabes de qué están hablando
No. No lo sé.
¿Entonces por qué sigo subiendo con cuidado y me quedo escuchándoles? Tienes la sospecha.
- Ya lo tengo - dice Drakoon - Vamos al lugar donde estuvisteis juntos por última vez. Así puede que recuerdes lo sucedido, poco a poco... paso a paso.
- Yo... no creo que sea buena idea.
No está bien espiar a los amigos. Me siento como un cabrón cuando me deslizo hacia abajo y oculto mi posición al otro lado del vínculo, aunque la atención de Theron no está fija en mí ahora mismo. No está bien lo que estoy haciendo, lo sé, mientras rodeo la taberna y aguardo a escuchar el relincho de Desidia y el galope de los dos corceles. No debería inmiscuirme en lo que sea que le está preocupando tan intensamente como para ocultármelo, pues si lo hace es porque no quiere herirme con su dolor, así suele ser, ¿verdad? Respetar su intimidad es algo que siempre me he tomado en serio... pero por algún motivo hoy no puedo. Una serpiente me muerde en el estómago. Dioses, estoy traicionando su confianza, pero sólo quiero quedarme más tranquilo, porque se ha marchado con Drakoon sin decirme nada... y algo va mal, muy mal.
Aguardo un tiempo, dándome excusas, hasta que monto y rastreo su ubicación con cuidado para no ser descubierto. Atravieso los claros de Tirisfal a pie, silencioso. Han ascendido hacia un claro, cerca de Camposanto. Hay algunos árboles, y me oculto detrás de uno de ellos, tratando de no ser descubierto. ¿Por qué me estoy escondiendo? Joder... las voces me llegan, veladas.
- Estábamos... estábamos aquí - Theron habla con un leve temblor en la voz. - Ella... no recuerdo bien. Peleábamos o... nos estábamos besando, no estoy seguro. No lo sé.
- Tranquilo... ¿qué sucedió?
Parpadeo. No puede ser.
- Le... creo que le rompí la toga. No lo recuerdo, ¿vale? Estaba muy... había perdido el control.
- No te preocupes, piensa con calma - La voz de Drakoon es suave, compasiva.
- Había... había sangre... creo que la herí
Aprieto los puños, con la espalda pegada al árbol. No puede ser. No puede ser verdad. El mordisco frío de la traición vuelve a desgarrarme por dentro con un dolor nuevo, más intenso, abriéndome en canal una vez más. No aprendes, Ahti... no aprendes. Tu solo has metido la serpiente en tu casa, has dejado que campe a sus anchas en tu fortaleza, que abra sus fauces sobre aquello que te importa y lo desgarre. Respiro con cuidado, sin hacer ruido, poniendo en orden mis pensamientos.
- ¿La has matado, Theron? - Drakoon está tranquila. Una madre, parece una madre. No hay acusación alguna en sus palabras.
- No... no lo sé. No lo recuerdo. Creo que huyó... la golpeé con sombra y fuego, no sabía lo que hacía. Sentía su miedo en el paladar... dioses...
- Tranquilo, todo se arreglará.
El vínculo está cerrado al otro lado. Me mantiene ajeno a esto, me lo oculta concienzudamente, intencionadamente. Y ese es el puñal que se retuerce en mi interior, entrando y saliendo una y otra vez, destrozándome la carne, el alma y el corazón, y no hay luz en mí capaz de sosegar esta rabia, el dolor intenso que crece dentro de mí. El viento agita las ramas sobre mi cabeza, me trae las palabras de la conversación que me escupe su verdad a la cara.
- Sus heridas... yo no quería, no quería hacerlo.
- Lo sé, Theron, no pienses en eso ahora. ¿Crees que se fue por aquí?
- Es... es posible.
Me doy la vuelta, saliendo de mi escondite, con los dientes apretados y la ira hirviendo en mi sangre, mordiente e intensa. Sus respiraciones se detienen cuando les observo, sorprendidos como dos niños jugando con las joyas de mamá, haciendo un castillo de polvo arcano con los experimentos de papá. Drakoon ahoga un gemido y abre los ojos y la boca, dando un paso para interponerse entre mi cuerpo y el brujo... el brujo pálido, con el pánico en su mirada.
Me llega su miedo. Su culpa. Los huelo en el aire agitado cuando cruzo los brazos.
- Ahti... no es lo que crees - dice Drakoon, precipitadamente.
- Habéis salido a jugar lejos... ¿por qué?
- Guarda el arma, Ahti
Theron no habla. Sólo me mira, y sé que lo está viendo, que le golpea mi odio, mi decepción y la sangre desbordada que cae sobre su rostro desde la herida que ha abierto. Tengo la espada en la mano, y soy consciente de cuánto quiero devolverle esto, otorgarle su retribución... hijo de puta, cabrón, cómo has podido... confiaba en ti y has escupido sobre mi confianza.
Sé cuánto le hiere solo mi mirada, pero no es bastante. Le destrozaría con los dientes.
- Drakoon, esto no es asunto tuyo. Lárgate. - Mi voz es grave, lenta, calmada y venenosa. Es la voz del rencor.
- ¡No! - abre los brazos delante del brujo. - No voy a dejar que cometas una locura.
Otra vez muerde. Otra vez duele. Creen que voy a matarle, los dos lo creen.
- No seas estúpida. Yo no soy como él, yo tengo el suficiente control sobre mi vida como para no atacar a los que quiero... no traicionar a los que me quieren. Yo no soy como él. No soy su enemigo, su enemigo lo ve cada mañana en el espejo.
- Por favor... - El brujo aprieta los puños, su mandíbula tiembla.
El brujo. Dioses... mi brujo, ¿qué te has hecho? ¿Qué nos has hecho, por qué, por qué? ¿Es que no ves dónde lleva el camino que caminas, es esto lo que quieres? Drakoon replica algunas cosas más, y solo cuando guardo el arma y la aparto a un lado se le caen dos gruesas lágrimas.
- ¡No le hagas daño, no le hagas daño! - exclama, mirándome.
De nuevo muerde, de nuevo duele. ¿Soy yo quien ataca, acaso? No es mi espada la que golpea, ni mi luz es maldición, solo hiere a los corruptos. La compasión tiene un límite y la piedad una frontera, la comprensión termina donde el buitre la aprovecha y desatiende su responsabilidad para consigo. Y Theron no me da ninguna pena. YO me doy pena, YO, que de nuevo estoy zozobrando en el engaño, la deslealtad y la insidia.
- ¿Dónde está mi hermana, Theron?
Respira agitadamente, sus ojos se empañan con la congoja y el horror y aprieta los dientes, bajando la cabeza. Su voz es un hilo débil, se enfrenta a mí como un condenado a un juicio.
- No lo sé.
- ¿Has matado a mi hermana, Theron?
- No lo sé.
- ¿Por qué le hiciste daño?
- Estaba fuera de mí... el vil... perdí el control - baja aún más la voz.
- Llevo una semana buscando a Hibrys. Llevas una semana mintiéndome. Y te encuentro aquí, con Drakoon... diciéndole lo que a mí no me dices. ¿Por qué?
Silencio. Recuerdo cuántas veces le he llevado sobre mi caballo, inconsciente, cuantas veces he secado el sudor de su ansiedad con mis manos, he acercado a sus labios los viales cuando su debilidad no se lo permitía. Recuerdo cuántas veces yo mismo he recogido sangre de demonio en diminutas ampollas, cerrándolas con corchos aunque mis manos ardieran al contacto, para garantizar su supervivencia. Recuerdo cuántas veces he contemplado de lejos los efectos de su adicción, he detenido su mano, cuantas veces... dioses. No ha dado la talla. Es un adicto. Es un peligro para sí mismo, para mí y para los demás. Y no puedo hacer nada... esto volverá a suceder.
Tenía miedo.
No puedo más. No lo aguanto, no puedo soportarlo. Es casi peor esto que lo que haya hecho, es mucho peor. Me tiene miedo. Tiene miedo de mi. Todas sus cadenas me pesan repentinamente, y me estoy ahogando con un licor que no pienso beber.
- No quiero volver a verte - replico, con la frialdad de la resignación, del abandono, de la pérdida, mientras me doy la vuelta para no ver su cara - No quiero volver a oírte. No quiero volver a hablarte. No te cruces nunca más en mi camino, Theron Solámbar... desaparece de mi vida para siempre. Si vuelvo a verte alguna vez, te mataré.
- Lo siento... - un susurro, un gemido quedo, suplicante y sufriente - lo siento...
- Si Hibrys no aparece en tres semanas, huye. Refúgiate allí donde no pueda encontrarte y púdrete en la cárcel que elijas como el preso que eres. En lo que a mi respecta, no existes.
Camino sin mirar atrás, alejándome de aquél por quien habría devorado todos los mundos, a quien había entregado mi luz y mi tormenta, mi confianza y devoción mas allá de lo racional.
Intento tirar del vínculo, arrancarlo, dejarlo reducido a la nada, pero no me atrevo. No puedo. Soy incapaz de cerrar todas las puertas y perder toda esperanza, porque en el fondo la tengo. Porque no soportaría una ausencia total a pesar de todo. No puedo desatarme de lo que yo mismo soy, por mucho que ahora lo desprecie, y sé que estoy condenado a vivir con esto, aunque ahora cierre todo contacto, apague toda voz y sensación.
Las puertas de la fortaleza se abren. Un niño sale, llorando bajo el viento intempestivo, caminando a trompicones con la vista vuelta hacia atrás. Las lágrimas ahogan sus gritos, los gemidos desesperados, y cuando el batiente se cierra a su espalda, sollozando cruza el puente hasta el otro lado. Solo hay oscuridad y noche helada fuera de estos muros.
Dentro, no es muy diferente.
- Rubia, de ojos verdes. Una elfa, sí.
Intento hablar con el mortacechador, hacerle comprender una mierda, pero el tipo solo se encoge de hombros y hace un gesto de desdén. Me cago en los dioses, ¿es que nadie sabe nada?
- Muchas elfas desaparecen. Pregunta en otra parte.
Resoplo, hago acopio de toda mi cortesía y le doy las gracias antes de apoyarme en el muro del Concejo, meneando la cabeza. Hace ya cinco días que Hibrys no da señales de vida. Es cierto que suele desaparecer de cuando en cuando, y puede que yo no haya sido el mejor amigo, ni el mejor hermano, pero ella jamás nos habría abandonado sin decir nada. Observo el cielo cuando la lechuza sobrevuela el firmamento y vuelve a mí.
Danua me mira con sus enormes ojos redondos, dorados, y se posa sobre mi brazo, moviendo la cabeza emplumada hacia los lados. El mensaje que le he enviado a la bruja sigue en su pata, y tengo la certeza de que no la ha encontrado. Hibrys puede ser una zorra, un ser amoral y poco agradable, pero jamás desoye mis llamadas ni mis mensajes. Su lealtad está por encima de todo. Empiezo a preocuparme seriamente... y la preocupación me hace valorar a mi hermana bastarda con otros ojos, darme cuenta de lo necesario que su bienestar se ha vuelto para mi tranquilidad y de la inquietud que me provoca esta ausencia.
- Joder... - escupo a un lado y suelto un par de maldiciones, arrojando un golpe de luz a una rata que corretea cerca para alimentar a mi leal mensajera, que la recoge en el pico y se eleva hasta el tejado de la taberna.
No hay manera de dar con ella
Quizá... puede que esté en Sombraluna... igual anda por allí
¿La has ido a buscar?
................ no. Ya sabes cómo es. Discutimos a veces
Arqueo la ceja. El vínculo oscila con inseguridad, transmitiéndome sensaciones oscuras, suspicaces, ese leve amargor que reconozco cuando algo no va nada bien. Quizá Theron está más afectado por la desaparición de su amante de lo que quiere admitir, es posible que esté sufriendo y quiera ocultarlo a toda costa. No importa, me encamino hacia la taberna y asciendo las escaleras, dispuesto a darle apoyo y dármelo también a mi.
Me detengo en el rellano al escuchar la voz de Drakoon, con la mano sobre la barandilla. Sus palabras me llegan lejanas, veladas por la distancia, pero han debido dejar la puerta abierta.
- ¿Qué es lo que pasó, Theron? Tienes que hacer un esfuerzo por recordarlo.
- No lo sé... joder, NO LO SE. Todo esta... muy difuso en mi memoria.
Arqueo la ceja. ¿De qué están hablando? Su tono suena preocupado.
Ya sabes de qué están hablando
No. No lo sé.
¿Entonces por qué sigo subiendo con cuidado y me quedo escuchándoles? Tienes la sospecha.
- Ya lo tengo - dice Drakoon - Vamos al lugar donde estuvisteis juntos por última vez. Así puede que recuerdes lo sucedido, poco a poco... paso a paso.
- Yo... no creo que sea buena idea.
No está bien espiar a los amigos. Me siento como un cabrón cuando me deslizo hacia abajo y oculto mi posición al otro lado del vínculo, aunque la atención de Theron no está fija en mí ahora mismo. No está bien lo que estoy haciendo, lo sé, mientras rodeo la taberna y aguardo a escuchar el relincho de Desidia y el galope de los dos corceles. No debería inmiscuirme en lo que sea que le está preocupando tan intensamente como para ocultármelo, pues si lo hace es porque no quiere herirme con su dolor, así suele ser, ¿verdad? Respetar su intimidad es algo que siempre me he tomado en serio... pero por algún motivo hoy no puedo. Una serpiente me muerde en el estómago. Dioses, estoy traicionando su confianza, pero sólo quiero quedarme más tranquilo, porque se ha marchado con Drakoon sin decirme nada... y algo va mal, muy mal.
Aguardo un tiempo, dándome excusas, hasta que monto y rastreo su ubicación con cuidado para no ser descubierto. Atravieso los claros de Tirisfal a pie, silencioso. Han ascendido hacia un claro, cerca de Camposanto. Hay algunos árboles, y me oculto detrás de uno de ellos, tratando de no ser descubierto. ¿Por qué me estoy escondiendo? Joder... las voces me llegan, veladas.
- Estábamos... estábamos aquí - Theron habla con un leve temblor en la voz. - Ella... no recuerdo bien. Peleábamos o... nos estábamos besando, no estoy seguro. No lo sé.
- Tranquilo... ¿qué sucedió?
Parpadeo. No puede ser.
- Le... creo que le rompí la toga. No lo recuerdo, ¿vale? Estaba muy... había perdido el control.
- No te preocupes, piensa con calma - La voz de Drakoon es suave, compasiva.
- Había... había sangre... creo que la herí
Aprieto los puños, con la espalda pegada al árbol. No puede ser. No puede ser verdad. El mordisco frío de la traición vuelve a desgarrarme por dentro con un dolor nuevo, más intenso, abriéndome en canal una vez más. No aprendes, Ahti... no aprendes. Tu solo has metido la serpiente en tu casa, has dejado que campe a sus anchas en tu fortaleza, que abra sus fauces sobre aquello que te importa y lo desgarre. Respiro con cuidado, sin hacer ruido, poniendo en orden mis pensamientos.
- ¿La has matado, Theron? - Drakoon está tranquila. Una madre, parece una madre. No hay acusación alguna en sus palabras.
- No... no lo sé. No lo recuerdo. Creo que huyó... la golpeé con sombra y fuego, no sabía lo que hacía. Sentía su miedo en el paladar... dioses...
- Tranquilo, todo se arreglará.
El vínculo está cerrado al otro lado. Me mantiene ajeno a esto, me lo oculta concienzudamente, intencionadamente. Y ese es el puñal que se retuerce en mi interior, entrando y saliendo una y otra vez, destrozándome la carne, el alma y el corazón, y no hay luz en mí capaz de sosegar esta rabia, el dolor intenso que crece dentro de mí. El viento agita las ramas sobre mi cabeza, me trae las palabras de la conversación que me escupe su verdad a la cara.
- Sus heridas... yo no quería, no quería hacerlo.
- Lo sé, Theron, no pienses en eso ahora. ¿Crees que se fue por aquí?
- Es... es posible.
Me doy la vuelta, saliendo de mi escondite, con los dientes apretados y la ira hirviendo en mi sangre, mordiente e intensa. Sus respiraciones se detienen cuando les observo, sorprendidos como dos niños jugando con las joyas de mamá, haciendo un castillo de polvo arcano con los experimentos de papá. Drakoon ahoga un gemido y abre los ojos y la boca, dando un paso para interponerse entre mi cuerpo y el brujo... el brujo pálido, con el pánico en su mirada.
Me llega su miedo. Su culpa. Los huelo en el aire agitado cuando cruzo los brazos.
- Ahti... no es lo que crees - dice Drakoon, precipitadamente.
- Habéis salido a jugar lejos... ¿por qué?
- Guarda el arma, Ahti
Theron no habla. Sólo me mira, y sé que lo está viendo, que le golpea mi odio, mi decepción y la sangre desbordada que cae sobre su rostro desde la herida que ha abierto. Tengo la espada en la mano, y soy consciente de cuánto quiero devolverle esto, otorgarle su retribución... hijo de puta, cabrón, cómo has podido... confiaba en ti y has escupido sobre mi confianza.
Sé cuánto le hiere solo mi mirada, pero no es bastante. Le destrozaría con los dientes.
- Drakoon, esto no es asunto tuyo. Lárgate. - Mi voz es grave, lenta, calmada y venenosa. Es la voz del rencor.
- ¡No! - abre los brazos delante del brujo. - No voy a dejar que cometas una locura.
Otra vez muerde. Otra vez duele. Creen que voy a matarle, los dos lo creen.
- No seas estúpida. Yo no soy como él, yo tengo el suficiente control sobre mi vida como para no atacar a los que quiero... no traicionar a los que me quieren. Yo no soy como él. No soy su enemigo, su enemigo lo ve cada mañana en el espejo.
- Por favor... - El brujo aprieta los puños, su mandíbula tiembla.
El brujo. Dioses... mi brujo, ¿qué te has hecho? ¿Qué nos has hecho, por qué, por qué? ¿Es que no ves dónde lleva el camino que caminas, es esto lo que quieres? Drakoon replica algunas cosas más, y solo cuando guardo el arma y la aparto a un lado se le caen dos gruesas lágrimas.
- ¡No le hagas daño, no le hagas daño! - exclama, mirándome.
De nuevo muerde, de nuevo duele. ¿Soy yo quien ataca, acaso? No es mi espada la que golpea, ni mi luz es maldición, solo hiere a los corruptos. La compasión tiene un límite y la piedad una frontera, la comprensión termina donde el buitre la aprovecha y desatiende su responsabilidad para consigo. Y Theron no me da ninguna pena. YO me doy pena, YO, que de nuevo estoy zozobrando en el engaño, la deslealtad y la insidia.
- ¿Dónde está mi hermana, Theron?
Respira agitadamente, sus ojos se empañan con la congoja y el horror y aprieta los dientes, bajando la cabeza. Su voz es un hilo débil, se enfrenta a mí como un condenado a un juicio.
- No lo sé.
- ¿Has matado a mi hermana, Theron?
- No lo sé.
- ¿Por qué le hiciste daño?
- Estaba fuera de mí... el vil... perdí el control - baja aún más la voz.
- Llevo una semana buscando a Hibrys. Llevas una semana mintiéndome. Y te encuentro aquí, con Drakoon... diciéndole lo que a mí no me dices. ¿Por qué?
Silencio. Recuerdo cuántas veces le he llevado sobre mi caballo, inconsciente, cuantas veces he secado el sudor de su ansiedad con mis manos, he acercado a sus labios los viales cuando su debilidad no se lo permitía. Recuerdo cuántas veces yo mismo he recogido sangre de demonio en diminutas ampollas, cerrándolas con corchos aunque mis manos ardieran al contacto, para garantizar su supervivencia. Recuerdo cuántas veces he contemplado de lejos los efectos de su adicción, he detenido su mano, cuantas veces... dioses. No ha dado la talla. Es un adicto. Es un peligro para sí mismo, para mí y para los demás. Y no puedo hacer nada... esto volverá a suceder.
Tenía miedo.
No puedo más. No lo aguanto, no puedo soportarlo. Es casi peor esto que lo que haya hecho, es mucho peor. Me tiene miedo. Tiene miedo de mi. Todas sus cadenas me pesan repentinamente, y me estoy ahogando con un licor que no pienso beber.
- No quiero volver a verte - replico, con la frialdad de la resignación, del abandono, de la pérdida, mientras me doy la vuelta para no ver su cara - No quiero volver a oírte. No quiero volver a hablarte. No te cruces nunca más en mi camino, Theron Solámbar... desaparece de mi vida para siempre. Si vuelvo a verte alguna vez, te mataré.
- Lo siento... - un susurro, un gemido quedo, suplicante y sufriente - lo siento...
- Si Hibrys no aparece en tres semanas, huye. Refúgiate allí donde no pueda encontrarte y púdrete en la cárcel que elijas como el preso que eres. En lo que a mi respecta, no existes.
Camino sin mirar atrás, alejándome de aquél por quien habría devorado todos los mundos, a quien había entregado mi luz y mi tormenta, mi confianza y devoción mas allá de lo racional.
Intento tirar del vínculo, arrancarlo, dejarlo reducido a la nada, pero no me atrevo. No puedo. Soy incapaz de cerrar todas las puertas y perder toda esperanza, porque en el fondo la tengo. Porque no soportaría una ausencia total a pesar de todo. No puedo desatarme de lo que yo mismo soy, por mucho que ahora lo desprecie, y sé que estoy condenado a vivir con esto, aunque ahora cierre todo contacto, apague toda voz y sensación.
Las puertas de la fortaleza se abren. Un niño sale, llorando bajo el viento intempestivo, caminando a trompicones con la vista vuelta hacia atrás. Las lágrimas ahogan sus gritos, los gemidos desesperados, y cuando el batiente se cierra a su espalda, sollozando cruza el puente hasta el otro lado. Solo hay oscuridad y noche helada fuera de estos muros.
Dentro, no es muy diferente.
LVII - Pesares
Capilla de la Esperanza de la Luz - Otoño
Agito la cabeza, intentando deshacerme de los jirones de la voz insidiosa mientras desmontamos. Miro hacia atrás, observando los rostros de los demás con cierta culpabilidad; Hibrys está pálida como la muerte y no se aparta del brujo, Oladian no esconde su semblante torturado y Drakoon se muestra entera. Seguramente ella sea la más fuerte de los cinco, pese a su continuo sentimiento de inferioridad que la hace esforzarse más de lo debido, más de lo requerido, para demostrar algo que no es necesario. Sus murmullos cansados y graves me traen sus miedos cuando el viento les agita el cabello, rebuscan las vendas y se encaminan hacia los médicos del Alba Argenta.
El miedo a la vida, el miedo a la muerte, el miedo a la verdad, el miedo a tu verdad. El miedo a no ser suficiente, a la soledad. Un reino de fantasmas ante tus ojos. Están cansados de la realidad.
Aparto la canción de un empujón y camino hacia el interior de la capilla. La arenisca cruje bajo mis pies, y el brujo se queda en la puerta cuando entro al edificio, sus ojos verdes, intensos, reposan sobre mi espalda mientras avanzo por la nave de piedra con las armas casi a rastras y el cabello revuelto. De nuevo Stratholme nos ha golpeado con el peso de su maldición, y ya no son los necrófagos ni los muertos alzados quienes despiertan nuestra inquietud.
Llamo a la puerta de madera y Maxwell Tyrosus me recibe con una leve inclinación de cabeza, a la que respondo con el antiguo saludo grabado en mi instinto ya.
- Lord Maxwell.
- La Luz te guarde, Albagrana - un tono grave en su voz, una mirada intensa. - ¿De nuevo en la brecha?
- Como siempre, Milord.
Mantiene las manos extendidas sobre el escritorio desvencijado, Leonid Bartholomew, con las mejillas descarnadas y la mirada apagada, se encorva junto a él, silencioso y taciturno. Han encendido las velas aunque es por la mañana. Aquí nunca hay luz suficiente, a pesar de que ahora puedo sentir las armonías bajo mis pies, los envolventes tonos palpitantes que brotan desde las profundidades de la cripta. Venganza, cantan. No habrá final hasta el final, parecen corear. Almas enardecidas de caídos en combate que se niegan a abandonarlo, que resisten envueltos por dorado fulgor, dispuestos a prestar su fuerza cuando sea necesario para exterminar el mal que les hizo caer. Los muertos del amanecer de plata.
- Supongo que quieres respuestas a tu petición - me dice el comandante de las fuerzas del Alba. Asiento con la cabeza, serio y sereno. - ¿Tienes ese ejército?
- Casi listo, milord. Quisiera contar con diez o doce brazos más.
- Tendrás nuestro apoyo.
- Necesito más soldados, milord.
Nos miramos un instante y suspira, arqueando la ceja y tamborileando con la mano sobre los papeles extendidos ante sí.
- No puedo prescindir de un solo soldado, Albagrana. A menos que acepten ir contigo voluntariamente.
- Ya sé como funciona esto, milord. Pero no puedo pedir eso a los hombres del Alba, dadas las circunstancias.
Las circunstancias son que, para aquellos que no me conocen, sólo soy un soldado que encabeza una orden militar y ha realizado más asaltos a la ciudad en llamas que cualquiera de ellos en tres años, sin embargo, no soy un Argenta. Y para aquellos que sí me conocen o me han reconocido, soy un Argenta y soy un traidor, el responsable de la muerte de una división. Puede que de dos.
- Y como tú no puedes pedírselo, pretendes que lo haga yo... - chasquea la lengua, meneando la cabeza, y suspira. - estás exprimiendo demasiado esta fruta.
- Señor, mis fines son JUSTOS - reclamo, acercándome un paso. Me hierve la sangre en las venas. - no quiero otra cosa que lo que todos queremos, vos sabéis que he cumplido. He cumplido más que de sobra.
- Has hecho una gran labor que no nos pasa desapercibida - replica secamente, irguiéndose - pero sigues pidiéndome imposibles. No puedo borrar lo que sucedió en el pasado y fingir que eres un soldado más. No puedo hacer eso cuando siempre te rodea la muerte y la pérdida de hombres y mujeres válidos. No puedo darte soldados.
Parpadeo, con una palpitación violenta en el corazón, y doy un paso atrás.
- Le dije que no fuera. - Aprieto los dientes. No me gusta el cariz que está tomando la conversación, mi tono se vuelve hostil. - La última derrota en Naxxramas no es responsabilidad mía.
- No es tu responsabilidad. Pero dime que no tiene nada que ver contigo, Albagrana, y te daré diez soldados.
Me observa. Su rostro es severo pero hay un fondo de melancolía en su mirada cuando se pasa la mano por el cabello y tiende una mano en actitud conciliadora. Sin embargo, no doy un solo paso adelante. Tengo la mandíbula tensa y me arden los ojos. Me siento de nuevo acusado, juzgado, y no me gusta.
- Lamento tu pérdida, soldado - replica suavemente. - Pero no puedes apresurar tus pasos por causa de esa pérdida. Ten paciencia, no te dejes arrastrar por la ira y vigila bien tu camino.
- Quiero mi tabardo, Señor. - parpadeo, algo me ahoga. Ya no sé muy bien lo que digo, pero siento la necesidad de reclamar lo que es mío. - quiero mi tabardo, mi insignia y que se me escuche. Quiero que la verdad resplandezca y paz para los caídos.
- Creía que habías venido a combatir la Plaga, no a remover viejas heridas.
- Viejas o nuevas, no están cerradas. No lo estarán hasta que todo se ponga en orden, Señor. Necesito esos hombres.
- Búscalos entonces... - se lo piensa largamente - y habla con Eligor Dawnbringer. Quizá pueda ayudarte. Le transmitiré tu petición.
Saludo y salgo a largas zancadas, dando vueltas al anillo de plata en mi dedo. La plata del Alba Argenta es pura y eterna... "Joder, Ivaine... estúpida. No debiste morir. Eras todo lo que me quedaba". Los ojos del brujo me aguardan en la puerta de la capilla. "Casi todo".
- ¿Ha ido bien?
- Hay que encontrar esos diez soldados como sea. Avisaré a Rashe.
- ¿Te escuchará?
Hibrys se reúne con nosotros en la puerta, los enormes ojos abiertos y cierta expresión de no enterarse muy bien de nada.
- No lo sé. Regresemos.
Durante el viaje en murciélago hasta Entrañas, repaso los nombres en mi mente, preguntándome a quién mas puedo enredar en mi madeja. Estoy cansado de este juego, sólo quiero terminar... terminar de una vez. Entrar a matar o a morir.
En Rémol, Theron se despide y se va con Hibrys hacia el bosque. Ella le agarra del brazo, con el cabello rubio suelto a la espalda y andares de súcubo. "Mi hermana", me recuerdo a mí mismo con cierta angustia, "hija de mi padre". El brujo, encorvado hacia adelante, aún siente ese dolor en la espalda que me llega con un regusto amargo y suspicaz, porque a mi brujo, que es un elfo vil, le están saliendo alas... alas grises y oscuras de plumón suave.
- Esto no está bien - me digo a mí mismo. Drakoon se me queda mirando y me coge la mano con cierta precaución, mirándome de reojo.
- Ven conmigo.
La mano áspera me guía hacia la taberna, escaleras arriba, tirando de mí con tibia insistencia, y la joven paladina intenta recordarme cómo se olvida, se esfuerza en arrastrarme fuera de mis preocupaciones durante algunos momentos en los que, con una sensación de pesar, aguardo como el náufrago asido a la roca cuando sube la marea.
Agito la cabeza, intentando deshacerme de los jirones de la voz insidiosa mientras desmontamos. Miro hacia atrás, observando los rostros de los demás con cierta culpabilidad; Hibrys está pálida como la muerte y no se aparta del brujo, Oladian no esconde su semblante torturado y Drakoon se muestra entera. Seguramente ella sea la más fuerte de los cinco, pese a su continuo sentimiento de inferioridad que la hace esforzarse más de lo debido, más de lo requerido, para demostrar algo que no es necesario. Sus murmullos cansados y graves me traen sus miedos cuando el viento les agita el cabello, rebuscan las vendas y se encaminan hacia los médicos del Alba Argenta.
El miedo a la vida, el miedo a la muerte, el miedo a la verdad, el miedo a tu verdad. El miedo a no ser suficiente, a la soledad. Un reino de fantasmas ante tus ojos. Están cansados de la realidad.
Aparto la canción de un empujón y camino hacia el interior de la capilla. La arenisca cruje bajo mis pies, y el brujo se queda en la puerta cuando entro al edificio, sus ojos verdes, intensos, reposan sobre mi espalda mientras avanzo por la nave de piedra con las armas casi a rastras y el cabello revuelto. De nuevo Stratholme nos ha golpeado con el peso de su maldición, y ya no son los necrófagos ni los muertos alzados quienes despiertan nuestra inquietud.
Llamo a la puerta de madera y Maxwell Tyrosus me recibe con una leve inclinación de cabeza, a la que respondo con el antiguo saludo grabado en mi instinto ya.
- Lord Maxwell.
- La Luz te guarde, Albagrana - un tono grave en su voz, una mirada intensa. - ¿De nuevo en la brecha?
- Como siempre, Milord.
Mantiene las manos extendidas sobre el escritorio desvencijado, Leonid Bartholomew, con las mejillas descarnadas y la mirada apagada, se encorva junto a él, silencioso y taciturno. Han encendido las velas aunque es por la mañana. Aquí nunca hay luz suficiente, a pesar de que ahora puedo sentir las armonías bajo mis pies, los envolventes tonos palpitantes que brotan desde las profundidades de la cripta. Venganza, cantan. No habrá final hasta el final, parecen corear. Almas enardecidas de caídos en combate que se niegan a abandonarlo, que resisten envueltos por dorado fulgor, dispuestos a prestar su fuerza cuando sea necesario para exterminar el mal que les hizo caer. Los muertos del amanecer de plata.
- Supongo que quieres respuestas a tu petición - me dice el comandante de las fuerzas del Alba. Asiento con la cabeza, serio y sereno. - ¿Tienes ese ejército?
- Casi listo, milord. Quisiera contar con diez o doce brazos más.
- Tendrás nuestro apoyo.
- Necesito más soldados, milord.
Nos miramos un instante y suspira, arqueando la ceja y tamborileando con la mano sobre los papeles extendidos ante sí.
- No puedo prescindir de un solo soldado, Albagrana. A menos que acepten ir contigo voluntariamente.
- Ya sé como funciona esto, milord. Pero no puedo pedir eso a los hombres del Alba, dadas las circunstancias.
Las circunstancias son que, para aquellos que no me conocen, sólo soy un soldado que encabeza una orden militar y ha realizado más asaltos a la ciudad en llamas que cualquiera de ellos en tres años, sin embargo, no soy un Argenta. Y para aquellos que sí me conocen o me han reconocido, soy un Argenta y soy un traidor, el responsable de la muerte de una división. Puede que de dos.
- Y como tú no puedes pedírselo, pretendes que lo haga yo... - chasquea la lengua, meneando la cabeza, y suspira. - estás exprimiendo demasiado esta fruta.
- Señor, mis fines son JUSTOS - reclamo, acercándome un paso. Me hierve la sangre en las venas. - no quiero otra cosa que lo que todos queremos, vos sabéis que he cumplido. He cumplido más que de sobra.
- Has hecho una gran labor que no nos pasa desapercibida - replica secamente, irguiéndose - pero sigues pidiéndome imposibles. No puedo borrar lo que sucedió en el pasado y fingir que eres un soldado más. No puedo hacer eso cuando siempre te rodea la muerte y la pérdida de hombres y mujeres válidos. No puedo darte soldados.
Parpadeo, con una palpitación violenta en el corazón, y doy un paso atrás.
- Le dije que no fuera. - Aprieto los dientes. No me gusta el cariz que está tomando la conversación, mi tono se vuelve hostil. - La última derrota en Naxxramas no es responsabilidad mía.
- No es tu responsabilidad. Pero dime que no tiene nada que ver contigo, Albagrana, y te daré diez soldados.
Me observa. Su rostro es severo pero hay un fondo de melancolía en su mirada cuando se pasa la mano por el cabello y tiende una mano en actitud conciliadora. Sin embargo, no doy un solo paso adelante. Tengo la mandíbula tensa y me arden los ojos. Me siento de nuevo acusado, juzgado, y no me gusta.
- Lamento tu pérdida, soldado - replica suavemente. - Pero no puedes apresurar tus pasos por causa de esa pérdida. Ten paciencia, no te dejes arrastrar por la ira y vigila bien tu camino.
- Quiero mi tabardo, Señor. - parpadeo, algo me ahoga. Ya no sé muy bien lo que digo, pero siento la necesidad de reclamar lo que es mío. - quiero mi tabardo, mi insignia y que se me escuche. Quiero que la verdad resplandezca y paz para los caídos.
- Creía que habías venido a combatir la Plaga, no a remover viejas heridas.
- Viejas o nuevas, no están cerradas. No lo estarán hasta que todo se ponga en orden, Señor. Necesito esos hombres.
- Búscalos entonces... - se lo piensa largamente - y habla con Eligor Dawnbringer. Quizá pueda ayudarte. Le transmitiré tu petición.
Saludo y salgo a largas zancadas, dando vueltas al anillo de plata en mi dedo. La plata del Alba Argenta es pura y eterna... "Joder, Ivaine... estúpida. No debiste morir. Eras todo lo que me quedaba". Los ojos del brujo me aguardan en la puerta de la capilla. "Casi todo".
- ¿Ha ido bien?
- Hay que encontrar esos diez soldados como sea. Avisaré a Rashe.
- ¿Te escuchará?
Hibrys se reúne con nosotros en la puerta, los enormes ojos abiertos y cierta expresión de no enterarse muy bien de nada.
- No lo sé. Regresemos.
Durante el viaje en murciélago hasta Entrañas, repaso los nombres en mi mente, preguntándome a quién mas puedo enredar en mi madeja. Estoy cansado de este juego, sólo quiero terminar... terminar de una vez. Entrar a matar o a morir.
En Rémol, Theron se despide y se va con Hibrys hacia el bosque. Ella le agarra del brazo, con el cabello rubio suelto a la espalda y andares de súcubo. "Mi hermana", me recuerdo a mí mismo con cierta angustia, "hija de mi padre". El brujo, encorvado hacia adelante, aún siente ese dolor en la espalda que me llega con un regusto amargo y suspicaz, porque a mi brujo, que es un elfo vil, le están saliendo alas... alas grises y oscuras de plumón suave.
- Esto no está bien - me digo a mí mismo. Drakoon se me queda mirando y me coge la mano con cierta precaución, mirándome de reojo.
- Ven conmigo.
La mano áspera me guía hacia la taberna, escaleras arriba, tirando de mí con tibia insistencia, y la joven paladina intenta recordarme cómo se olvida, se esfuerza en arrastrarme fuera de mis preocupaciones durante algunos momentos en los que, con una sensación de pesar, aguardo como el náufrago asido a la roca cuando sube la marea.
martes, 13 de octubre de 2009
LVI - Inevitable
Rémol - Otoño
Sentado sobre la cama, con las piernas cruzadas, repaso los nombres de la lista concienzudamente, contando cada uno. Treinta. Treinta hombres para asaltar la fortaleza de Kel’thuzad. Treinta hombres para acabar con las pesadillas, con las voces en mi cabeza, con el peligro.
La segunda hoja de pergamino aún tiene espacio suficiente, y jugueteo con la pluma entre los dedos un instante, pensativo. Finalmente, escribo su nombre en último lugar, a la espera de saber cuántos brazos más me ofrecerá el arconte. El arconte que también desea la Crematoria. Me vienen a la memoria las palabras desesperadas de Drakoon esta misma tarde, en la marisma de Zangar. "Estás obsesionado... nos dejarás a todos atrás. Seguirás tragando y avanzando, en pos de esa maldita espada corrupta, en la creencia de que tienes lo que hay que tener para blandirla, y nos dejarás atrás. A todos."
Recuerda por qué lo estás haciendo. Recuerda por qué haces esto, Ahti. Y entonces lo hago.
Recuerdo el azote. Los cadáveres diseminados, las ruinas humeantes de mi hogar, la extinción de todos aquellos a quienes amaba. La huida, el pánico exacerbado que sentía mientras escapaba de Quel’thalas y los nerubian me arañaban la espalda con sus afiladas patas. Recuerdo las lágrimas que derramé sin tener tumbas sobre las que arrodillarme y golpear la tierra, lápidas que acariciar sumergido en el desconsuelo, sin ni siquiera tener sus nombres escritos en una piedra.
Recuerdo a todos y cada uno de los hombres de la división, sus cuerpos lacerados, atravesados, destripados, decapitados, desmembrados. Los gritos de dolor de Berth mientras se sujetaba las entrañas, con los ojos fuera de las órbitas y el espanto que reflejaban al mirarme. Las manos huesudas que arrancaban jirones de carne del cuerpo de Arristan mientras su espada hendía el aire sin éxito. Sus aullidos resuenan en mi mente, el último gesto que dibujaron sus semblantes me acompaña cada noche.
Recuerdo la desesperación en Stratholme cuando Theron desapareció. Las veladas cicatrices de su cuerpo, la cicatriz más profunda e incurable que lleva en su interior y la huella que sé que lleva en su sangre infectada. Su miedo, que no es un recuerdo sino una presencia constante. Su destino, que me oprime la garganta y me apremia, me apremia, me espolea, me insta con urgencia.
Me recuerdo a mí mismo, sin ser yo, junto a una tropa de criaturas del Azote en el Cruce de Corin. Recuerdo el pánico, el terror, el sudor frío en Naxxramas, los aullidos, los gritos y la confusión. A Lauryn presa de la desesperación. A Nodens, confundido, llevándose las manos a la cabeza. Los rostros de todos aquellos que he conocido, conmocionados y sufrientes, siempre por la misma causa. Recuerdo a Ivaine. A Ivaine. A Ivaine.
Suspiro profundamente, dejo el pergamino sobre la mesa y me incorporo despacio. Busco las botas y la capa, es hora de salir a cazar. Necesitamos más sacerdotes, no sobreviviremos con tan escaso poder de curación, y además, las criaturas de la Plaga son muy sensibles a los tipos con toga y lucecitas en las manos.
Me miro en el espejo, peinándome con los dedos, observo mis rasgos y el fondo de mis propios ojos con absoluta complacencia. Heme aquí. Yo, que no era nada, que salí de lo más bajo, aletargado durante años, agazapado entre la maleza, observando, escuchando, instruyéndome y bebiendo de todas las fuentes a las que pude acercarme. Yo, que no era más que uno entre tantos con una ambición, ahora brillo, con la certeza de que, más allá de lo moral y lo inmoral, cada uno de mis actos está destinado a poner las cosas en su lugar.
Con la convicción profunda de un fanático de sí mismo, bailo con las palabras y los gestos alrededor de todos aquellos que deben impulsarme en esta ascensión inevitable, tejiendo en sus mentes el tapiz que quiero que vean, pintando para ellos una escena tan clara que no son capaces de refutarla, uniendo las pinceladas de verdades e interpretaciones propias en un lienzo en el que todo encaja con tal perfección que solo pueden admirarlo y abrazarlo con devoción. Explicando mi verdad, que no es más que la verdad del espejo límpido. Atando en sus muñecas cadenas de seda y terciopelo que les unen a mi. Es deplorable tener que usar el engaño para mostrar la verdad, pero por ahora es todo cuanto tengo.
Apoyo las manos en el aparador y ensayo las expresiones. Sonrisa amable que provoca simpatía y confianza inmediatas. Sonrisa sesgada y mirada esquiva, algo melancólica, para despertar el interés ante un misterio. Ceño fruncido y semblante decidido.
Después de un rato, suspiro profundamente y trato de ver mi auténtico rostro, pero me cuesta saber cuál es el real. Mientras reflexiono sobre ello, se abre la puerta y entra Theron, con un montón de libros bajo el brazo, los deja sobre la mesa y se queda mirándome.
- ¿Qué haces? – pregunta. Veo su reflejo junto al mío, tan diferente… pero tan parecido. Me encojo de hombros.
- Adorarnos.
Primero se me queda mirando con cierta sorpresa, luego se ríe entre dientes. Se da la vuelta y hojea los volúmenes distraídamente. Una oleada de ternura se instala sobre mi pecho como una mancha de aceite que flota sobre todo lo demás, intensa y embriagadora, y le observo a través del espejo. Soy consciente de que esa parte de mí que está al otro lado de la habitación me conmueve profundamente, sé que ese trozo de carne con cuernos me importa más que todo y lo vulnerable o fuerte que puede hacerme eso. Es absurdo intentar racionalizarlo, luchar por controlarlo y clasificarlo. Es demasiado inmenso para etiquetarlo con una palabra o comprimirlo dentro de un concepto, podría disertar sobre ello durante siglos sin alcanzar una descripción adecuada o una razón convincente. Egoísmo, amor propio, autodefensa, narcisismo.
Pero sé que seguramente sea la parte más pura de mi, una de las pocas cosas auténticas que me quedan, esa mancha de aceite densa y envolvente que sólo despierta él, que me hace cruzar los límites de mí mismo para mantenerle a salvo, protegido, vivo, seguro, satisfecho. Lo mismo que me hace destrozarlos para golpearle, herirle y atarle en mis cadenas, recordarle quién es él y quien soy yo, cual es mi lugar y dónde están los límites. ¿Es eso egoísmo o generosidad? ¿Es amor o instinto de supervivencia? Yo que sé que coño es, pero no lo puedo evitar.
No lo puedo evitar. El espejo me muestra una marca de dientes en su cuello, la leve magulladura en sus labios. Son las huellas de algo que no comprendo y me domina cada vez que me desafía, porque es mío, mío, mío y de nadie más. No soy un gato perezoso, si tengo que morder al que toca mis tesoros, lo destrozo y lo consumo. Si tengo que recordarle a quién pertenece, lo hago. No hay razón en esto, solo el antiguo e inexplicable oleaje de las mareas, el orbitar de los planetas. Ni siquiera la culpa puede detenerme ahora, cuando es él quien suelta las cadenas con imprudencia.
Suspiro, relajado y tranquilo, y me reúno con mi brujo junto a la mesa. Levanta los ojos verdes hacia mí con curiosidad.
- ¿Qué lees?
- Consejos para provocar a brutos que gustan de abusar de los demás.
Se me escapa la risa entre los dientes. Será cabronazo.
- Si, tu de eso sabes mucho, ¿verdad?
- Más de lo que te gustaría.
- Menos de lo que crees. Además, yo no soy quien va quejándose después porque se han aprovechado de mi cándida inocencia.
- No, tú eres el que se destroza moralmente por haber caído tan bajo. ¿Y quien ha dicho nada de candidez?
Nunca llevo agua, pero alcohol no me falta. Saco la petaca y desenrosco el tapón, haciéndolo girar con un golpe diagonal de la palma de la mano, acto seguido me bebo una tercera parte de una sentada. El brujo me mira perversamente, observando el movimiento de mi garganta al tragar. Sus pensamientos ya se han disparado. Es una criatura sensible, sensible a todo. A los estímulos que existen y a los que no, vive en un mundo de constante tentación y voluptuosidad, y aún no entiendo como cualquier cosa, por estúpida que sea, puede llevarle por el camino de siempre.
- A veces se te olvida que sé lo que estás pensando.
- ¿En serio crees que se me olvida? – responde, chasqueando la lengua.
- Ya somos treinta. - Intento sacarle del bucle, antes de que esto acabe de nuevo como suele terminar últimamente. - Dentro de poco terminará el reclutamiento.
- Es una pena, empezaba a gustarme.
- Hubiera jurado que te encantaba desde el principio, sobre todo por el detalle de molestar a Lemgedith. Ahora que le tenemos controlado debes aburrirte mucho.
- Espero que no le apetezca darle la vuelta a la situación con respecto a nosotros. Literalmente.
- Lo dudo, tiene claro su lugar. – respondo, recogiendo un candelabro para inclinar la vela y encender la pipa. Aspiro con intensidad, soltando volutas de humo grisáceo. – Además, con lo bien que se lo pasa así.
- Si, demasiado bien – Se le escapa una risa suave. Nos miramos. Arqueo la ceja, percibo un regusto conocido al otro lado del vínculo.
- ¿Te fastidia acaso?
- En absoluto. ¿Por qué iba a fastidiarme?
No es verdad, sí que le molesta un poco. Las atenciones de Lemgedith, sus constantes regalos y la fría seducción del caballero le irrita en cierta manera, especialmente cuando entro en su juego. Ni que lo hiciera por gusto... porque no lo hago por gusto.
- Por nada, desde luego - replico, encogiéndome de hombros y volviendo la mirada.
- Desde luego.
- Es una cuestión de necesidad.
Y de que me encanta alimentar mi vanidad, es cierto. Y de que el Arconte es una pieza interesante a la que aplastar y mostrar las excelencias de la pirámide alimenticia. Aun así, no sé por qué estoy dándole explicaciones, justificándome.
- Exacto. Así lo veo yo - asiente con la cabeza, con cierto gesto desdeñoso y de dignidad señorial. Está molesto... hasta parece que está celoso. Pero eso es imposible. - De todos modos, ándate con cuidado no sea que el Arconte se te suba por encima. En todos los sentidos.
- A mi nadie se me sube a ningún sitio.
- Hasta ahora. Algún día tendrás que pagar por tus pecados, y no olvides quién es aquí el Supremo Ejecutor.
- Un Supremo Ejecutor actúa a las órdenes del Maestro – replico tajantemente - No es bueno para la salud desafiarlas.
- Bueno, yo soy un tanto indisciplinado y además mi salud ya anda bastante jodida. No creo que se note un poquito más.
Se recuesta en la silla lánguidamente, sin borrar esa sonrisa burlona. Otra vez está cruzando las líneas, mordisqueándole las orejas al oso, espoleando mi orgullo viril. Este tío no sabe cuándo parar, eso está claro. No es que no sea capaz de ver las advertencias, es que las ve y pasa de ellas. Este juego es extraño y peligroso, pero él verá lo que hace, no soy yo el perjudicado.
- Te disciplinarás a palos.
- Eso lo hace más interesante.
- ¿No sabes donde están los límites? Eres como un crío metiendo la cabeza en una guillotina, con la curiosidad morbosa de lo que pasará si alguien tira de la cuerda.
- No eres tan afilado como una guillotina.- responde con desdén - Te crees más peligroso de lo que eres.
- Tienes suerte de que mi autocontrol sea más poderoso que tus provocaciones. Si fuera de otro modo no hablarías tan a la ligera.
Ladea la cabeza, entornando los ojos un tanto. Un cosquilleo solazado y excitante me llega desde el otro lado y... bien. Es cierto. No es solo suyo.
- Si tuvieras el menor autocontrol ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación.
- La tenemos porque no te callas.
- No me callo porque siempre quieres tener la última palabra.
Me estoy poniendo nervioso. Si al menos no estuviéramos solos... pero la habitación está vacía, aunque la puerta esté abierta. Al otro lado no hay un alma, ¿es que nadie va a venir hoy a dar por culo, joder?
- ¿Por qué coño no hay nadie? ¿Dónde están los demás?
Se ríe con ganas y le lanzo una mirada asesina. Sonríe, gira la cabeza, se remueve en su lugar, suelta una risa ahogada. Me froto la nariz, aprieto los dientes, me echo el pelo hacia atrás. El aire se está espesando y empiezo a notar el chisporroteo hirviente en las venas, tenso. Podría salir de aquí y marcharme... pero no lo hago. Ya veo el camino que se va trazando ante nosotros, y bastaría con largarme de esta habitación para no pisarlo. Pero no lo hago. No sé cual es el motivo. Simplemente, no lo puedo evitar.
- Te torturas demasiado – dice con suavidad y un toque de burla. - Empiezo a creer que te gusta.
- Igual es eso – respondo, inexpresivo. Mi voz es más grave.
- Deberías practicar lo que predicas.
- Y tú deberías de dejar de jugar con cosas que pueden explotarte entre las manos.
Grave, seca y tajante. El ceño fruncido, la espalda en tensión.
- Eres tú quien tiene miedo de ti mismo - se encoge de hombros - Yo ninguno.
- Ese es el problema, que no lo tienes.
- ¿Preferirías que estuviera asustado como un conejito tembloroso? – En su rostro se mezcla la inocencia con la malicia. El hambre me muerde. Me está desafiando otra vez, y otra vez vamos a caer - ¿Eso te agradaría más?
- Al final acabas comportándote como tal.
- Al final, si.- Me lanza una mirada insolente - Y bien que te gusta.
- A la mierda
Tiro de él, aún mordiendo con fuerza la pipa muy digna entre las mandíbulas, que en cualquier momento se va a partir en dos. Se retuerce, debatiéndose por escapar, increpándome entre dientes mientras le arrastro y cierro la puerta de una patada; trata de sacarse el tabardo para huir. Me insulta, gritando, mientras forcejeamos. Sus músculos no son nada comparados con la tensión de los míos, su cuerpo es una presa fácil cuando el combate es meramente físico, y no hay nada más que eso.
- ¡Cabrón, violador, hijo de puta! - exclama, observándome con los ojos hirvientes. No sé si es ira. No sé que coño es, pero me importa una mierda. Él ha provocado esto, ahora que lo detenga si tiene cojones. Comienza a invocar la maldición de debilidad, y cuando está a punto de completarla, destella el fulgor dorado a mi alrededor. Ya conozco sus trucos. El escudo me protege y la maldición se disipa sin haberme rozado, despertándole un gruñido furioso.
- ¡Betún! – exclama desesperadamente cuando le inmovilizo sobre el colchón, estrujándole las muñecas y zarandeándole como un saco de patatas. - ¡Vilanda!
Caigo sobre él, aplastándole y buscando la carne blanda del cuello mientras forcejea y se debate. Solo puedo pensar en ponerle en su lugar, recordarle la jerarquía. Luego todo estará bien.
- ¿Lo ves? – su murmullo es un reproche que me llega tenue – No tienes autocontrol.
- Puede que por esta vez decida no tenerlo – escupo, antes de hincarle el diente – A ver si así captas la diferencia.
Aún tengo tiempo de sentirme culpable un momento, sólo unos instantes, antes de que mi mente decida que ya ha trabajado bastante por hoy y se abandone al inevitable y esperado cataclismo.
Sentado sobre la cama, con las piernas cruzadas, repaso los nombres de la lista concienzudamente, contando cada uno. Treinta. Treinta hombres para asaltar la fortaleza de Kel’thuzad. Treinta hombres para acabar con las pesadillas, con las voces en mi cabeza, con el peligro.
La segunda hoja de pergamino aún tiene espacio suficiente, y jugueteo con la pluma entre los dedos un instante, pensativo. Finalmente, escribo su nombre en último lugar, a la espera de saber cuántos brazos más me ofrecerá el arconte. El arconte que también desea la Crematoria. Me vienen a la memoria las palabras desesperadas de Drakoon esta misma tarde, en la marisma de Zangar. "Estás obsesionado... nos dejarás a todos atrás. Seguirás tragando y avanzando, en pos de esa maldita espada corrupta, en la creencia de que tienes lo que hay que tener para blandirla, y nos dejarás atrás. A todos."
Recuerda por qué lo estás haciendo. Recuerda por qué haces esto, Ahti. Y entonces lo hago.
Recuerdo el azote. Los cadáveres diseminados, las ruinas humeantes de mi hogar, la extinción de todos aquellos a quienes amaba. La huida, el pánico exacerbado que sentía mientras escapaba de Quel’thalas y los nerubian me arañaban la espalda con sus afiladas patas. Recuerdo las lágrimas que derramé sin tener tumbas sobre las que arrodillarme y golpear la tierra, lápidas que acariciar sumergido en el desconsuelo, sin ni siquiera tener sus nombres escritos en una piedra.
Recuerdo a todos y cada uno de los hombres de la división, sus cuerpos lacerados, atravesados, destripados, decapitados, desmembrados. Los gritos de dolor de Berth mientras se sujetaba las entrañas, con los ojos fuera de las órbitas y el espanto que reflejaban al mirarme. Las manos huesudas que arrancaban jirones de carne del cuerpo de Arristan mientras su espada hendía el aire sin éxito. Sus aullidos resuenan en mi mente, el último gesto que dibujaron sus semblantes me acompaña cada noche.
Recuerdo la desesperación en Stratholme cuando Theron desapareció. Las veladas cicatrices de su cuerpo, la cicatriz más profunda e incurable que lleva en su interior y la huella que sé que lleva en su sangre infectada. Su miedo, que no es un recuerdo sino una presencia constante. Su destino, que me oprime la garganta y me apremia, me apremia, me espolea, me insta con urgencia.
Me recuerdo a mí mismo, sin ser yo, junto a una tropa de criaturas del Azote en el Cruce de Corin. Recuerdo el pánico, el terror, el sudor frío en Naxxramas, los aullidos, los gritos y la confusión. A Lauryn presa de la desesperación. A Nodens, confundido, llevándose las manos a la cabeza. Los rostros de todos aquellos que he conocido, conmocionados y sufrientes, siempre por la misma causa. Recuerdo a Ivaine. A Ivaine. A Ivaine.
Suspiro profundamente, dejo el pergamino sobre la mesa y me incorporo despacio. Busco las botas y la capa, es hora de salir a cazar. Necesitamos más sacerdotes, no sobreviviremos con tan escaso poder de curación, y además, las criaturas de la Plaga son muy sensibles a los tipos con toga y lucecitas en las manos.
Me miro en el espejo, peinándome con los dedos, observo mis rasgos y el fondo de mis propios ojos con absoluta complacencia. Heme aquí. Yo, que no era nada, que salí de lo más bajo, aletargado durante años, agazapado entre la maleza, observando, escuchando, instruyéndome y bebiendo de todas las fuentes a las que pude acercarme. Yo, que no era más que uno entre tantos con una ambición, ahora brillo, con la certeza de que, más allá de lo moral y lo inmoral, cada uno de mis actos está destinado a poner las cosas en su lugar.
Con la convicción profunda de un fanático de sí mismo, bailo con las palabras y los gestos alrededor de todos aquellos que deben impulsarme en esta ascensión inevitable, tejiendo en sus mentes el tapiz que quiero que vean, pintando para ellos una escena tan clara que no son capaces de refutarla, uniendo las pinceladas de verdades e interpretaciones propias en un lienzo en el que todo encaja con tal perfección que solo pueden admirarlo y abrazarlo con devoción. Explicando mi verdad, que no es más que la verdad del espejo límpido. Atando en sus muñecas cadenas de seda y terciopelo que les unen a mi. Es deplorable tener que usar el engaño para mostrar la verdad, pero por ahora es todo cuanto tengo.
Apoyo las manos en el aparador y ensayo las expresiones. Sonrisa amable que provoca simpatía y confianza inmediatas. Sonrisa sesgada y mirada esquiva, algo melancólica, para despertar el interés ante un misterio. Ceño fruncido y semblante decidido.
Después de un rato, suspiro profundamente y trato de ver mi auténtico rostro, pero me cuesta saber cuál es el real. Mientras reflexiono sobre ello, se abre la puerta y entra Theron, con un montón de libros bajo el brazo, los deja sobre la mesa y se queda mirándome.
- ¿Qué haces? – pregunta. Veo su reflejo junto al mío, tan diferente… pero tan parecido. Me encojo de hombros.
- Adorarnos.
Primero se me queda mirando con cierta sorpresa, luego se ríe entre dientes. Se da la vuelta y hojea los volúmenes distraídamente. Una oleada de ternura se instala sobre mi pecho como una mancha de aceite que flota sobre todo lo demás, intensa y embriagadora, y le observo a través del espejo. Soy consciente de que esa parte de mí que está al otro lado de la habitación me conmueve profundamente, sé que ese trozo de carne con cuernos me importa más que todo y lo vulnerable o fuerte que puede hacerme eso. Es absurdo intentar racionalizarlo, luchar por controlarlo y clasificarlo. Es demasiado inmenso para etiquetarlo con una palabra o comprimirlo dentro de un concepto, podría disertar sobre ello durante siglos sin alcanzar una descripción adecuada o una razón convincente. Egoísmo, amor propio, autodefensa, narcisismo.
Pero sé que seguramente sea la parte más pura de mi, una de las pocas cosas auténticas que me quedan, esa mancha de aceite densa y envolvente que sólo despierta él, que me hace cruzar los límites de mí mismo para mantenerle a salvo, protegido, vivo, seguro, satisfecho. Lo mismo que me hace destrozarlos para golpearle, herirle y atarle en mis cadenas, recordarle quién es él y quien soy yo, cual es mi lugar y dónde están los límites. ¿Es eso egoísmo o generosidad? ¿Es amor o instinto de supervivencia? Yo que sé que coño es, pero no lo puedo evitar.
No lo puedo evitar. El espejo me muestra una marca de dientes en su cuello, la leve magulladura en sus labios. Son las huellas de algo que no comprendo y me domina cada vez que me desafía, porque es mío, mío, mío y de nadie más. No soy un gato perezoso, si tengo que morder al que toca mis tesoros, lo destrozo y lo consumo. Si tengo que recordarle a quién pertenece, lo hago. No hay razón en esto, solo el antiguo e inexplicable oleaje de las mareas, el orbitar de los planetas. Ni siquiera la culpa puede detenerme ahora, cuando es él quien suelta las cadenas con imprudencia.
Suspiro, relajado y tranquilo, y me reúno con mi brujo junto a la mesa. Levanta los ojos verdes hacia mí con curiosidad.
- ¿Qué lees?
- Consejos para provocar a brutos que gustan de abusar de los demás.
Se me escapa la risa entre los dientes. Será cabronazo.
- Si, tu de eso sabes mucho, ¿verdad?
- Más de lo que te gustaría.
- Menos de lo que crees. Además, yo no soy quien va quejándose después porque se han aprovechado de mi cándida inocencia.
- No, tú eres el que se destroza moralmente por haber caído tan bajo. ¿Y quien ha dicho nada de candidez?
Nunca llevo agua, pero alcohol no me falta. Saco la petaca y desenrosco el tapón, haciéndolo girar con un golpe diagonal de la palma de la mano, acto seguido me bebo una tercera parte de una sentada. El brujo me mira perversamente, observando el movimiento de mi garganta al tragar. Sus pensamientos ya se han disparado. Es una criatura sensible, sensible a todo. A los estímulos que existen y a los que no, vive en un mundo de constante tentación y voluptuosidad, y aún no entiendo como cualquier cosa, por estúpida que sea, puede llevarle por el camino de siempre.
- A veces se te olvida que sé lo que estás pensando.
- ¿En serio crees que se me olvida? – responde, chasqueando la lengua.
- Ya somos treinta. - Intento sacarle del bucle, antes de que esto acabe de nuevo como suele terminar últimamente. - Dentro de poco terminará el reclutamiento.
- Es una pena, empezaba a gustarme.
- Hubiera jurado que te encantaba desde el principio, sobre todo por el detalle de molestar a Lemgedith. Ahora que le tenemos controlado debes aburrirte mucho.
- Espero que no le apetezca darle la vuelta a la situación con respecto a nosotros. Literalmente.
- Lo dudo, tiene claro su lugar. – respondo, recogiendo un candelabro para inclinar la vela y encender la pipa. Aspiro con intensidad, soltando volutas de humo grisáceo. – Además, con lo bien que se lo pasa así.
- Si, demasiado bien – Se le escapa una risa suave. Nos miramos. Arqueo la ceja, percibo un regusto conocido al otro lado del vínculo.
- ¿Te fastidia acaso?
- En absoluto. ¿Por qué iba a fastidiarme?
No es verdad, sí que le molesta un poco. Las atenciones de Lemgedith, sus constantes regalos y la fría seducción del caballero le irrita en cierta manera, especialmente cuando entro en su juego. Ni que lo hiciera por gusto... porque no lo hago por gusto.
- Por nada, desde luego - replico, encogiéndome de hombros y volviendo la mirada.
- Desde luego.
- Es una cuestión de necesidad.
Y de que me encanta alimentar mi vanidad, es cierto. Y de que el Arconte es una pieza interesante a la que aplastar y mostrar las excelencias de la pirámide alimenticia. Aun así, no sé por qué estoy dándole explicaciones, justificándome.
- Exacto. Así lo veo yo - asiente con la cabeza, con cierto gesto desdeñoso y de dignidad señorial. Está molesto... hasta parece que está celoso. Pero eso es imposible. - De todos modos, ándate con cuidado no sea que el Arconte se te suba por encima. En todos los sentidos.
- A mi nadie se me sube a ningún sitio.
- Hasta ahora. Algún día tendrás que pagar por tus pecados, y no olvides quién es aquí el Supremo Ejecutor.
- Un Supremo Ejecutor actúa a las órdenes del Maestro – replico tajantemente - No es bueno para la salud desafiarlas.
- Bueno, yo soy un tanto indisciplinado y además mi salud ya anda bastante jodida. No creo que se note un poquito más.
Se recuesta en la silla lánguidamente, sin borrar esa sonrisa burlona. Otra vez está cruzando las líneas, mordisqueándole las orejas al oso, espoleando mi orgullo viril. Este tío no sabe cuándo parar, eso está claro. No es que no sea capaz de ver las advertencias, es que las ve y pasa de ellas. Este juego es extraño y peligroso, pero él verá lo que hace, no soy yo el perjudicado.
- Te disciplinarás a palos.
- Eso lo hace más interesante.
- ¿No sabes donde están los límites? Eres como un crío metiendo la cabeza en una guillotina, con la curiosidad morbosa de lo que pasará si alguien tira de la cuerda.
- No eres tan afilado como una guillotina.- responde con desdén - Te crees más peligroso de lo que eres.
- Tienes suerte de que mi autocontrol sea más poderoso que tus provocaciones. Si fuera de otro modo no hablarías tan a la ligera.
Ladea la cabeza, entornando los ojos un tanto. Un cosquilleo solazado y excitante me llega desde el otro lado y... bien. Es cierto. No es solo suyo.
- Si tuvieras el menor autocontrol ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación.
- La tenemos porque no te callas.
- No me callo porque siempre quieres tener la última palabra.
Me estoy poniendo nervioso. Si al menos no estuviéramos solos... pero la habitación está vacía, aunque la puerta esté abierta. Al otro lado no hay un alma, ¿es que nadie va a venir hoy a dar por culo, joder?
- ¿Por qué coño no hay nadie? ¿Dónde están los demás?
Se ríe con ganas y le lanzo una mirada asesina. Sonríe, gira la cabeza, se remueve en su lugar, suelta una risa ahogada. Me froto la nariz, aprieto los dientes, me echo el pelo hacia atrás. El aire se está espesando y empiezo a notar el chisporroteo hirviente en las venas, tenso. Podría salir de aquí y marcharme... pero no lo hago. Ya veo el camino que se va trazando ante nosotros, y bastaría con largarme de esta habitación para no pisarlo. Pero no lo hago. No sé cual es el motivo. Simplemente, no lo puedo evitar.
- Te torturas demasiado – dice con suavidad y un toque de burla. - Empiezo a creer que te gusta.
- Igual es eso – respondo, inexpresivo. Mi voz es más grave.
- Deberías practicar lo que predicas.
- Y tú deberías de dejar de jugar con cosas que pueden explotarte entre las manos.
Grave, seca y tajante. El ceño fruncido, la espalda en tensión.
- Eres tú quien tiene miedo de ti mismo - se encoge de hombros - Yo ninguno.
- Ese es el problema, que no lo tienes.
- ¿Preferirías que estuviera asustado como un conejito tembloroso? – En su rostro se mezcla la inocencia con la malicia. El hambre me muerde. Me está desafiando otra vez, y otra vez vamos a caer - ¿Eso te agradaría más?
- Al final acabas comportándote como tal.
- Al final, si.- Me lanza una mirada insolente - Y bien que te gusta.
- A la mierda
Tiro de él, aún mordiendo con fuerza la pipa muy digna entre las mandíbulas, que en cualquier momento se va a partir en dos. Se retuerce, debatiéndose por escapar, increpándome entre dientes mientras le arrastro y cierro la puerta de una patada; trata de sacarse el tabardo para huir. Me insulta, gritando, mientras forcejeamos. Sus músculos no son nada comparados con la tensión de los míos, su cuerpo es una presa fácil cuando el combate es meramente físico, y no hay nada más que eso.
- ¡Cabrón, violador, hijo de puta! - exclama, observándome con los ojos hirvientes. No sé si es ira. No sé que coño es, pero me importa una mierda. Él ha provocado esto, ahora que lo detenga si tiene cojones. Comienza a invocar la maldición de debilidad, y cuando está a punto de completarla, destella el fulgor dorado a mi alrededor. Ya conozco sus trucos. El escudo me protege y la maldición se disipa sin haberme rozado, despertándole un gruñido furioso.
- ¡Betún! – exclama desesperadamente cuando le inmovilizo sobre el colchón, estrujándole las muñecas y zarandeándole como un saco de patatas. - ¡Vilanda!
Caigo sobre él, aplastándole y buscando la carne blanda del cuello mientras forcejea y se debate. Solo puedo pensar en ponerle en su lugar, recordarle la jerarquía. Luego todo estará bien.
- ¿Lo ves? – su murmullo es un reproche que me llega tenue – No tienes autocontrol.
- Puede que por esta vez decida no tenerlo – escupo, antes de hincarle el diente – A ver si así captas la diferencia.
Un aullido ahogado y el sabor denso de la sangre almizclada, de extraños matices que fluye sobre mi lengua, la carne abierta muestra su regalo envenenado. Pero yo he nacido para ganar. No trago más tentación que la que sé que puedo controlar y me garantiza prevalecer. Así, me llevo la miel y aparto el veneno, sin perder jamás el control completamente, y donde otros se rinden yo impongo mis normas y nos salvo a los dos. Ladeo la cabeza para escupir la sangre y siento claramente su alivio cuando lo hago, el enardecimiento contradictorio al saber que no caigo en sus cadenas cuando le ato con las mías, mi triunfo sobre sus armas le frustra al tiempo que le empuja hacia el centro de la tormenta.
Aún tengo tiempo de sentirme culpable un momento, sólo unos instantes, antes de que mi mente decida que ya ha trabajado bastante por hoy y se abandone al inevitable y esperado cataclismo.
LV - Sogas
Rémol - Otoño
Cada minuto es una estación. Cada segundo es una penitencia. Moverme, recuerda cómo se camina, avanza hacia el Concejo, una reunión de estrategia. Un pie delante del otro, recuerda cómo se camina, avanza hacia el Concejo, una reunión de estrategia. Una reunión de estrategia.
Aplasta la hierba debajo de tus pies, avanza hacia el Concejo, no te detengas. ¿Recuerdas cómo se respira?. Toma conciencia. Por encima, mas allá del rugido intenso que resuena violento, más allá del desgarro de las zarpas furiosas, mas allá del oso, estás tu. ¿No puedes verte?
No puedo verme. En el fragor intenso, la tempestad desatada extiende su oleaje en el interior, el huracán golpea la fortaleza y resquebraja los muros, se cuela por cada grieta, impacta, devora, arrasa, duele y muerde. No me encuentro en este cataclismo. Mi conciencia vuela, tratando de asirse a los restos de la cordura mientras la bestia se agita entre sus cadenas, invocando las inmensidades, las tormentas y los incendios con su grito desesperado.
Una reunión de estrategia. Partido en dos. Queda una parte de mí que está soldada a la costumbre, al hábito incesante de mirar siempre al frente, a ella me aferro cuando el universo se tambalea. El dolor se escurre con manos frías, danza entre mis huesos y mi carne como un parásito.
Palabras que no suenan a nada. Una realidad que cae, humeante, como un velo quemado que pierde todo el valor. Tan intenso el sufrimiento que empuja lejos mi mente, lo anestesia de una patada mientras cierra las fauces en mi interior y me desgarra. Rostros a mi alrededor, espectros, fantasmas.
Minutos que hieren, segundos que pesan un universo. Respira. ¿Alguna vez dolió el corazón al palpitar, alguna vez el aire hirió los pulmones, abrasándolos? ¿Dónde están las lágrimas? Ellas también han huido, mientras el firmamento gira más allá de los muros del Concejo, las estrellas se aferran al cielo cuando la noche se hace densa. ¿Alguna vez se quebraron estas otras paredes, las que ahora se estremecen con la feroz agitación de las cadenas? No te sueltes.
Busco donde aferrarme en la helada vorágine que tira de mí hacia las negras profundidades de la locura, pero hoy no soy un pájaro buscando el refugio en la tormenta. La tormenta se ha hecho en mí y soy el trueno desgarrador y las nubes densas y negras, soy la lluvia gélida y el rayo punzante, el oso gruñe y se agita, desesperado, mordiéndose a sí mismo.
La reunión ha terminado. Camina. Espectros que parecen rostros, fantasmas de voces hechas jirones, un idioma que no existe. ¿Entiendes la vida hoy?
En otro mundo, en un universo diferente, donde aún mantengo un pie con toda la firmeza que me queda, hay un lago de aguas oscuras y orillas pedregosas. En otro mundo hay una conciencia al otro lado, un estambre de penumbra, un puente claroscuro y ondulante. A través de él, un crío avanza, curioso y preocupado, golpeando las puertas de la fortaleza con el puño. Bajo sus pies, gira el tornado devorador. No sé si tiene miedo, pero está ahí, intenta cruzar y llegar adentro. Márchate, quiero decirle. Márchate, este mundo está deshecho, al borde de la ruina. Podría desprenderse ahora y aplastarte, el oso te devorará y no quedarán de ti mas que los huesos, la tormenta quiere engullirte y gritar su dolor, consumiéndonos a todos.
En otro mundo, el vínculo es ahora la única soga a la que puedo aferrarme. Agárrala sin romperla. Sujétate sin destrozarla. No tires de él hacia tu tempestad.
Su imagen es tan lejana, tan difusa como las aguas del lago. Los ojos verdeantes brillan entre la profunda oscuridad, escrutándome, y sus palabras casi me llegan. Está recibiendo una parte del amargo cáliz, o quizá es el suyo propio. ¿Tienes tú las lágrimas que yo no encuentro, Theron? ¿Estás sufriendo conmigo o por mi? ¿Podrás llorar tú en mi lugar, ahora que he perdido lo más amado y la tierra se abre, se resquebraja?
Las palabras que puedo decir no significan nada.
En otro mundo, donde el lago lame las orillas y soy un elfo sentado en la hierba, intentando recordar cómo se habla, el brujo se sienta a mi lado y sus brazos me rodean. No me llega su calor, el tacto de la piel, de las hebras de cabello que rozan mi rostro. Ajeno, a leguas de distancia de la caverna profunda del oso, aun así soy consciente de ellas a través de él. De la frialdad de mi armadura, de la tensión de mis músculos, del resuello en mi garganta.
Las palabras sólo son estrellas muertas.
- Han enviado sus cosas - me escucho, desde una galaxia lejana. - Todas las cartas, el anillo, también los planos del interior de la ciudadela. Murieron todos esta vez.
- ¿Consiguió los planos? - es un susurro débil, la voz del brujo resuena en el interior de la tempestad. Asiento con la cabeza, tomando aire.
- Detallados. Descripciones de cada enemigo en el interior.
- No será en vano.
No será en vano... no será en vano... no será en vano. Le aparto de mí cuando se nubla mi mirada, roja como la sangre derramada, roja como ella, espesa y ardiente. Retribución. Ira, fuego y destrucción, el consuelo de la violencia desmedida y sin cadenas, el suave abrazo del tormento que se transforma en tormenta, del pesar que se viste de cólera. Experimentar un calvario convirtiéndolo en furia arrebatada que todo lo arrasa, hasta que no queda nada.
Mientras cabalgo desesperadamente sobre un corcel de luz vengativa, rechinando los dientes, el rugido me quiebra la garganta y se sueltan las cadenas del oso. Me disuelvo. Ya no existo. Es su turno.
Olfatear el aire, buscar la presa. Bosques infectos, cielo pardo y lluvia sucia. Ningún animal enfermo se me acerca, se apartan alarmados a mi paso, y paladeo el sabor de una sangre inexistente escurriéndose en mi garganta, porque cuando la Plaga es la víctima no hay carne que degustar ni vísceras que morder sin la condena de la muerte deambulante.
La soga tira de mí, y el oso se vuelve un instante, con las fauces cubiertas de espuma y el furor del depredador en la mirada brillante, penetrante. Al otro lado del vínculo, a leguas de distancia, hay un niño sentado dentro de la fortaleza, dejándose azotar por los elementos que campan a sus anchas, inmune al parecer a la destrucción, porque la destrucción es su vientre materno y su padre es el dolor. Me mira.
No estás solo. No hagas ninguna tontería, te lo ruego. No estás solo. Piensa en tu hija, y piensa en mí.
Intento no apartar la vista de esos ojos mientras me precipito hacia el portal de Naxxramas, rechinando los dientes y mordiéndome las entrañas, en busca de algo capaz de apaciguar el hambre, aliviar esta tortura. Si pudiera dejarme morir ... pero ni siquiera eso me está permitido cuando no estoy solo. Y no sé si ahora lo agradezco, aunque puede que mañana lo haga. El pensamiento de la venganza encauzará esta tempestad.
Cada minuto es una estación. Cada segundo es una penitencia. Moverme, recuerda cómo se camina, avanza hacia el Concejo, una reunión de estrategia. Un pie delante del otro, recuerda cómo se camina, avanza hacia el Concejo, una reunión de estrategia. Una reunión de estrategia.
Aplasta la hierba debajo de tus pies, avanza hacia el Concejo, no te detengas. ¿Recuerdas cómo se respira?. Toma conciencia. Por encima, mas allá del rugido intenso que resuena violento, más allá del desgarro de las zarpas furiosas, mas allá del oso, estás tu. ¿No puedes verte?
No puedo verme. En el fragor intenso, la tempestad desatada extiende su oleaje en el interior, el huracán golpea la fortaleza y resquebraja los muros, se cuela por cada grieta, impacta, devora, arrasa, duele y muerde. No me encuentro en este cataclismo. Mi conciencia vuela, tratando de asirse a los restos de la cordura mientras la bestia se agita entre sus cadenas, invocando las inmensidades, las tormentas y los incendios con su grito desesperado.
Una reunión de estrategia. Partido en dos. Queda una parte de mí que está soldada a la costumbre, al hábito incesante de mirar siempre al frente, a ella me aferro cuando el universo se tambalea. El dolor se escurre con manos frías, danza entre mis huesos y mi carne como un parásito.
Palabras que no suenan a nada. Una realidad que cae, humeante, como un velo quemado que pierde todo el valor. Tan intenso el sufrimiento que empuja lejos mi mente, lo anestesia de una patada mientras cierra las fauces en mi interior y me desgarra. Rostros a mi alrededor, espectros, fantasmas.
Minutos que hieren, segundos que pesan un universo. Respira. ¿Alguna vez dolió el corazón al palpitar, alguna vez el aire hirió los pulmones, abrasándolos? ¿Dónde están las lágrimas? Ellas también han huido, mientras el firmamento gira más allá de los muros del Concejo, las estrellas se aferran al cielo cuando la noche se hace densa. ¿Alguna vez se quebraron estas otras paredes, las que ahora se estremecen con la feroz agitación de las cadenas? No te sueltes.
Busco donde aferrarme en la helada vorágine que tira de mí hacia las negras profundidades de la locura, pero hoy no soy un pájaro buscando el refugio en la tormenta. La tormenta se ha hecho en mí y soy el trueno desgarrador y las nubes densas y negras, soy la lluvia gélida y el rayo punzante, el oso gruñe y se agita, desesperado, mordiéndose a sí mismo.
La reunión ha terminado. Camina. Espectros que parecen rostros, fantasmas de voces hechas jirones, un idioma que no existe. ¿Entiendes la vida hoy?
En otro mundo, en un universo diferente, donde aún mantengo un pie con toda la firmeza que me queda, hay un lago de aguas oscuras y orillas pedregosas. En otro mundo hay una conciencia al otro lado, un estambre de penumbra, un puente claroscuro y ondulante. A través de él, un crío avanza, curioso y preocupado, golpeando las puertas de la fortaleza con el puño. Bajo sus pies, gira el tornado devorador. No sé si tiene miedo, pero está ahí, intenta cruzar y llegar adentro. Márchate, quiero decirle. Márchate, este mundo está deshecho, al borde de la ruina. Podría desprenderse ahora y aplastarte, el oso te devorará y no quedarán de ti mas que los huesos, la tormenta quiere engullirte y gritar su dolor, consumiéndonos a todos.
En otro mundo, el vínculo es ahora la única soga a la que puedo aferrarme. Agárrala sin romperla. Sujétate sin destrozarla. No tires de él hacia tu tempestad.
Su imagen es tan lejana, tan difusa como las aguas del lago. Los ojos verdeantes brillan entre la profunda oscuridad, escrutándome, y sus palabras casi me llegan. Está recibiendo una parte del amargo cáliz, o quizá es el suyo propio. ¿Tienes tú las lágrimas que yo no encuentro, Theron? ¿Estás sufriendo conmigo o por mi? ¿Podrás llorar tú en mi lugar, ahora que he perdido lo más amado y la tierra se abre, se resquebraja?
Las palabras que puedo decir no significan nada.
En otro mundo, donde el lago lame las orillas y soy un elfo sentado en la hierba, intentando recordar cómo se habla, el brujo se sienta a mi lado y sus brazos me rodean. No me llega su calor, el tacto de la piel, de las hebras de cabello que rozan mi rostro. Ajeno, a leguas de distancia de la caverna profunda del oso, aun así soy consciente de ellas a través de él. De la frialdad de mi armadura, de la tensión de mis músculos, del resuello en mi garganta.
Las palabras sólo son estrellas muertas.
- Han enviado sus cosas - me escucho, desde una galaxia lejana. - Todas las cartas, el anillo, también los planos del interior de la ciudadela. Murieron todos esta vez.
- ¿Consiguió los planos? - es un susurro débil, la voz del brujo resuena en el interior de la tempestad. Asiento con la cabeza, tomando aire.
- Detallados. Descripciones de cada enemigo en el interior.
- No será en vano.
No será en vano... no será en vano... no será en vano. Le aparto de mí cuando se nubla mi mirada, roja como la sangre derramada, roja como ella, espesa y ardiente. Retribución. Ira, fuego y destrucción, el consuelo de la violencia desmedida y sin cadenas, el suave abrazo del tormento que se transforma en tormenta, del pesar que se viste de cólera. Experimentar un calvario convirtiéndolo en furia arrebatada que todo lo arrasa, hasta que no queda nada.
Mientras cabalgo desesperadamente sobre un corcel de luz vengativa, rechinando los dientes, el rugido me quiebra la garganta y se sueltan las cadenas del oso. Me disuelvo. Ya no existo. Es su turno.
Olfatear el aire, buscar la presa. Bosques infectos, cielo pardo y lluvia sucia. Ningún animal enfermo se me acerca, se apartan alarmados a mi paso, y paladeo el sabor de una sangre inexistente escurriéndose en mi garganta, porque cuando la Plaga es la víctima no hay carne que degustar ni vísceras que morder sin la condena de la muerte deambulante.
La soga tira de mí, y el oso se vuelve un instante, con las fauces cubiertas de espuma y el furor del depredador en la mirada brillante, penetrante. Al otro lado del vínculo, a leguas de distancia, hay un niño sentado dentro de la fortaleza, dejándose azotar por los elementos que campan a sus anchas, inmune al parecer a la destrucción, porque la destrucción es su vientre materno y su padre es el dolor. Me mira.
No estás solo. No hagas ninguna tontería, te lo ruego. No estás solo. Piensa en tu hija, y piensa en mí.
Intento no apartar la vista de esos ojos mientras me precipito hacia el portal de Naxxramas, rechinando los dientes y mordiéndome las entrañas, en busca de algo capaz de apaciguar el hambre, aliviar esta tortura. Si pudiera dejarme morir ... pero ni siquiera eso me está permitido cuando no estoy solo. Y no sé si ahora lo agradezco, aunque puede que mañana lo haga. El pensamiento de la venganza encauzará esta tempestad.
sábado, 10 de octubre de 2009
LIV - Resaca
Rémol - Otoño
El despertar es pesado, lento, extraño. Me lo trae la luz del amanecer, con una suave sensación de desagrado y hastío, la palpitación dolorosa de la resaca en las sienes y un sabor metálico en el paladar. No abro los ojos todavía. Se está demasiado bien aquí, sea donde sea. Las mantas son un abrazo denso encima de mi, y debajo, un cuerpo suave desprende un tenue calor que fluye de una piel a otra. El olor que me envuelve es familiar, acogedor, casi invita a volver a dormir y tengo el rostro enterrado en una mata de cabellos sedosos que tienen el tacto de los pétalos de alguna flor tierna recién abierta. Si la cabeza no me doliera como si un ejército de no muertos la hubiera pisoteado con sus botas de acero...
Me muevo levemente hacia un lado para no despertar a la chica que duerme, aplastada bajo mi peso, y poder rodearla con un brazo. Su cercanía es agradable, un tanto anestésica, y aún no quiero abrir los ojos. Quizá vuelva a entregarme al sueño perezoso. Hacía demasiado tiempo que no dormía tan bien, creo. No estoy seguro. Ningún sueño inquieto de sangre y Crematorias ha turbado mi descanso, y si lo ha hecho no lo recuerdo, ahora mismo solo soy consciente de lo cómodo que es este nido, de lo dulce que sabe la tregua tras días de angustia, combate, planificación y actividad al límite.
No, no quiero abrir los ojos. Pero al escuchar el leve gruñido del cuerpo desnudo bajo mi cuerpo desnudo cuando me separo un ápice para liberarle de mi asfixia, el efecto de esa voz que reconozco es como hundirse en las aguas heladas de Kel'theril.
Oh dioses. Oh dioses, dioses. Que la Luz se me lleve.
No puede ser. Mis párpados se despegan como un resorte, casi me atraganto al respirar, mientras mi acompañante se mueve para pegarse a mí, encogiéndose en un ovillo y pegando la espalda a mi pecho. Cabellos negros como la brea. Ese aroma residual.
No me atrevo ni a moverme. Tengo el corazón en un puño, un peso gélido en el esternón. Parece que la sangre se me haya detenido en las venas, y hasta el dolor de cabeza se ha esfumado por un instante ante la terrible revelación. ¿Qué cojones he hecho? ¿Qué cojones pasó ayer?
No me atrevo a levantar las mantas para cerciorarme, sé perfectamente quién está conmigo en el lecho esponjoso, sé a quien pertenece la cintura sobre la que mi brazo reposa, estrechándole con cierta posesividad. La boca me sabe a sangre. Huele a sangre ligeramente, ¿verdad?, bajo el perfume embriagador y espeso de la intimidad y la carne. Tranquilo. Haz memoria. Piensa. La resaca es violenta, pero puedo encontrar los recuerdos si los busco, estoy seguro. Esto tiene que tener alguna maldita explicación. Una lengua fría se escurre por mi espalda mientras trato de hallar las respuestas.
Una imagen se va formando en mi memoria, escenas difusas, mal cortadas y distorsionadas. Jarras de alcohol que vienen y van, el suave embotamiento del polvo arcano que chisporrotea en el cuerpo y la risa resonando en los oídos. El brujo, tambaleante y risueño, con los ojos vidriosos y una sonrisa estúpida, carraspea y se arrodilla delante de la silla. Carcajadas, el Mesón la Horca girando alrededor, vacío por completo a excepción de los cuatro miembros de la guardia que allí permanecemos, indolentes por una vez en semanas.
- ¿Te quieres casar conmigo? - eso lo dijo Theron
- Si, quiero - y eso lo dije yo.
Estupideces de borrachos, solo eso. Pasos tambaleantes, errabundos, sosteniéndonos el uno sobre el otro mientras las carcajadas nos hacen detenernos de cuando en cuando, tropezamos en ocasiones y las mandíbulas nos duelen de tanto reír con el absurdo alborozo de la embriaguez. Una sacerdotisa de la Luz y las tumbas del cementerio de Rémol que parecen ondular y reír con nosotros. Una boda descabellada que tiene lugar entre risas ahogadas que somos incapaces de reprimir y la oscuridad insistente de los Claros de Tirisfal. Una habitación cerrada, bajo la luz de los candelabros, cuatro personas sobre la cama, el cansancio y la ligereza de la ebriedad, que hace que todo importe poco. Una de las elfas desaparece. Otra también... creo que es Hibrys, que se marcha, indignada, porque no le prestamos atención.
Pestañeo, tratando de asumir los hechos bajo la caricia violenta y real de la mañana. Y los nuevos recuerdos, más claros, que me golpean con el temblor conocido de la culpabilidad, que contengo a duras penas.
No, no le prestábamos atención a nadie. Yo no prestaba atención a nadie más. Explorar un tacto extraño, nuevo. No importaba nada. Unos ojos verdeantes de mirada intensa que no se apartan de los míos, reclamándome con hambre, un beso suave, lento y tenue que me abría paso entre los labios de acre sabor a bourbon y algo más, quizá alentándome. Una caricia. Y el despertar de la violencia enajenada, con los dedos cerrándose sobre las muñecas, los dientes horadando la piel tierna. Recuerdo la resistencia, casi con angustia, y aprieto la mandíbula con un estremecimiento en mi pecho. ¿Gritó? No, no gritó. Mordía las sábanas y aguantaba los gemidos de dolor, mientras forcejeaba para escapar. Por la Luz, ¿qué le he hecho a mi amigo, a mi mejor amigo, a mi brujo que es parte de mi? ¿Qué nos he hecho?
La confusión es una piedra que rueda con estruendo en mi mente, mientras me pregunto por qué no me detuvo, por qué ha permitido esto, por qué no me atacó de verdad. Podía haberme fulminado con fuego y sombra, y no lo hizo... ¿Por qué?. Creo saber la respuesta. Quizá porque no mintió, y es cierto que él jamás me haría daño. No es como yo. Sigue acercándose ahora a mí, en el sopor inconsciente de su sueño, que le priva de enfrentarse a la realidad que a mí me está abofeteando en este preciso momento.
Mordí su carne. Le golpeé, y le aplasté contra el colchón. Desaté un universo de frustración, de ira sin sentido sobre él, una advertencia que no tenía lugar, una tormenta que no sabía dónde morir. Invadí su cuerpo con el salvajismo de las fieras, subyugado, dominado por un instinto incomprensible que me ha despedazado por dentro. Como un ciego demente, me impuse sobre aquél a quien más deseo proteger, dominándole sin necesidad, doblegándole, castigándole y revelando las jerarquías, utilizándole como se usa un muñeco de entrenamiento para desahogar la tempestad ansiosa que había crecido en mí de un tiempo a esta parte. Le he destrozado. Lo que he hecho no tiene perdón.
¿Qué clase de hijo de puta soy? Dioses... ¿es culpa suya, por provocarme y burlarse constantemente de mis zozobras los últimos días? No, no lo es... no lo sé. ¿Es culpa mía por ser depredador y comportarme como un lobo? Sí, en parte lo es. Pero sobre todo, es culpa de Lemgedith. La culpa es de Lemgedith. La culpa es de Lemgedith.
Yo no quería... joder. Yo no quería. No sé que ha pasado. No sé qué pasó, ni por qué sigo aquí, permitiendo que busque el abrazo de mi presencia cada vez que me remuevo para alejarme de mi delito, gruñendo como un gato perezoso. Los restos de una herida abierta en su hombro, una dentellada que aún rezuma algo de sangre bajo la superficie pegajosa de la temprana cicatrización, han atrapado algunos de mis cabellos al moverme, que se tienden como un puente brillante hacia su carne. Lo veo bajo la luz del amanecer temprano, su piel blanca y translúcida, un cuerno enjoyado que asoma. El contacto de su cuerpo que se une al mío constantemente en cuanto me despego un ápice me hiere con un mordisco culpable. Esto es una jodida pesadilla.
El despertar es pesado, lento, extraño. Me lo trae la luz del amanecer, con una suave sensación de desagrado y hastío, la palpitación dolorosa de la resaca en las sienes y un sabor metálico en el paladar. No abro los ojos todavía. Se está demasiado bien aquí, sea donde sea. Las mantas son un abrazo denso encima de mi, y debajo, un cuerpo suave desprende un tenue calor que fluye de una piel a otra. El olor que me envuelve es familiar, acogedor, casi invita a volver a dormir y tengo el rostro enterrado en una mata de cabellos sedosos que tienen el tacto de los pétalos de alguna flor tierna recién abierta. Si la cabeza no me doliera como si un ejército de no muertos la hubiera pisoteado con sus botas de acero...
Me muevo levemente hacia un lado para no despertar a la chica que duerme, aplastada bajo mi peso, y poder rodearla con un brazo. Su cercanía es agradable, un tanto anestésica, y aún no quiero abrir los ojos. Quizá vuelva a entregarme al sueño perezoso. Hacía demasiado tiempo que no dormía tan bien, creo. No estoy seguro. Ningún sueño inquieto de sangre y Crematorias ha turbado mi descanso, y si lo ha hecho no lo recuerdo, ahora mismo solo soy consciente de lo cómodo que es este nido, de lo dulce que sabe la tregua tras días de angustia, combate, planificación y actividad al límite.
No, no quiero abrir los ojos. Pero al escuchar el leve gruñido del cuerpo desnudo bajo mi cuerpo desnudo cuando me separo un ápice para liberarle de mi asfixia, el efecto de esa voz que reconozco es como hundirse en las aguas heladas de Kel'theril.
Oh dioses. Oh dioses, dioses. Que la Luz se me lleve.
No puede ser. Mis párpados se despegan como un resorte, casi me atraganto al respirar, mientras mi acompañante se mueve para pegarse a mí, encogiéndose en un ovillo y pegando la espalda a mi pecho. Cabellos negros como la brea. Ese aroma residual.
No me atrevo ni a moverme. Tengo el corazón en un puño, un peso gélido en el esternón. Parece que la sangre se me haya detenido en las venas, y hasta el dolor de cabeza se ha esfumado por un instante ante la terrible revelación. ¿Qué cojones he hecho? ¿Qué cojones pasó ayer?
No me atrevo a levantar las mantas para cerciorarme, sé perfectamente quién está conmigo en el lecho esponjoso, sé a quien pertenece la cintura sobre la que mi brazo reposa, estrechándole con cierta posesividad. La boca me sabe a sangre. Huele a sangre ligeramente, ¿verdad?, bajo el perfume embriagador y espeso de la intimidad y la carne. Tranquilo. Haz memoria. Piensa. La resaca es violenta, pero puedo encontrar los recuerdos si los busco, estoy seguro. Esto tiene que tener alguna maldita explicación. Una lengua fría se escurre por mi espalda mientras trato de hallar las respuestas.
Una imagen se va formando en mi memoria, escenas difusas, mal cortadas y distorsionadas. Jarras de alcohol que vienen y van, el suave embotamiento del polvo arcano que chisporrotea en el cuerpo y la risa resonando en los oídos. El brujo, tambaleante y risueño, con los ojos vidriosos y una sonrisa estúpida, carraspea y se arrodilla delante de la silla. Carcajadas, el Mesón la Horca girando alrededor, vacío por completo a excepción de los cuatro miembros de la guardia que allí permanecemos, indolentes por una vez en semanas.
- ¿Te quieres casar conmigo? - eso lo dijo Theron
- Si, quiero - y eso lo dije yo.
Estupideces de borrachos, solo eso. Pasos tambaleantes, errabundos, sosteniéndonos el uno sobre el otro mientras las carcajadas nos hacen detenernos de cuando en cuando, tropezamos en ocasiones y las mandíbulas nos duelen de tanto reír con el absurdo alborozo de la embriaguez. Una sacerdotisa de la Luz y las tumbas del cementerio de Rémol que parecen ondular y reír con nosotros. Una boda descabellada que tiene lugar entre risas ahogadas que somos incapaces de reprimir y la oscuridad insistente de los Claros de Tirisfal. Una habitación cerrada, bajo la luz de los candelabros, cuatro personas sobre la cama, el cansancio y la ligereza de la ebriedad, que hace que todo importe poco. Una de las elfas desaparece. Otra también... creo que es Hibrys, que se marcha, indignada, porque no le prestamos atención.
Pestañeo, tratando de asumir los hechos bajo la caricia violenta y real de la mañana. Y los nuevos recuerdos, más claros, que me golpean con el temblor conocido de la culpabilidad, que contengo a duras penas.
No, no le prestábamos atención a nadie. Yo no prestaba atención a nadie más. Explorar un tacto extraño, nuevo. No importaba nada. Unos ojos verdeantes de mirada intensa que no se apartan de los míos, reclamándome con hambre, un beso suave, lento y tenue que me abría paso entre los labios de acre sabor a bourbon y algo más, quizá alentándome. Una caricia. Y el despertar de la violencia enajenada, con los dedos cerrándose sobre las muñecas, los dientes horadando la piel tierna. Recuerdo la resistencia, casi con angustia, y aprieto la mandíbula con un estremecimiento en mi pecho. ¿Gritó? No, no gritó. Mordía las sábanas y aguantaba los gemidos de dolor, mientras forcejeaba para escapar. Por la Luz, ¿qué le he hecho a mi amigo, a mi mejor amigo, a mi brujo que es parte de mi? ¿Qué nos he hecho?
La confusión es una piedra que rueda con estruendo en mi mente, mientras me pregunto por qué no me detuvo, por qué ha permitido esto, por qué no me atacó de verdad. Podía haberme fulminado con fuego y sombra, y no lo hizo... ¿Por qué?. Creo saber la respuesta. Quizá porque no mintió, y es cierto que él jamás me haría daño. No es como yo. Sigue acercándose ahora a mí, en el sopor inconsciente de su sueño, que le priva de enfrentarse a la realidad que a mí me está abofeteando en este preciso momento.
Mordí su carne. Le golpeé, y le aplasté contra el colchón. Desaté un universo de frustración, de ira sin sentido sobre él, una advertencia que no tenía lugar, una tormenta que no sabía dónde morir. Invadí su cuerpo con el salvajismo de las fieras, subyugado, dominado por un instinto incomprensible que me ha despedazado por dentro. Como un ciego demente, me impuse sobre aquél a quien más deseo proteger, dominándole sin necesidad, doblegándole, castigándole y revelando las jerarquías, utilizándole como se usa un muñeco de entrenamiento para desahogar la tempestad ansiosa que había crecido en mí de un tiempo a esta parte. Le he destrozado. Lo que he hecho no tiene perdón.
¿Qué clase de hijo de puta soy? Dioses... ¿es culpa suya, por provocarme y burlarse constantemente de mis zozobras los últimos días? No, no lo es... no lo sé. ¿Es culpa mía por ser depredador y comportarme como un lobo? Sí, en parte lo es. Pero sobre todo, es culpa de Lemgedith. La culpa es de Lemgedith. La culpa es de Lemgedith.
Yo no quería... joder. Yo no quería. No sé que ha pasado. No sé qué pasó, ni por qué sigo aquí, permitiendo que busque el abrazo de mi presencia cada vez que me remuevo para alejarme de mi delito, gruñendo como un gato perezoso. Los restos de una herida abierta en su hombro, una dentellada que aún rezuma algo de sangre bajo la superficie pegajosa de la temprana cicatrización, han atrapado algunos de mis cabellos al moverme, que se tienden como un puente brillante hacia su carne. Lo veo bajo la luz del amanecer temprano, su piel blanca y translúcida, un cuerno enjoyado que asoma. El contacto de su cuerpo que se une al mío constantemente en cuanto me despego un ápice me hiere con un mordisco culpable. Esto es una jodida pesadilla.
"Soy como el Monstruo. Soy igual que él, y aquí está la prueba, entre tus brazos ondula, trémula y herida". Tengo un nudo gélido en la garganta y la saliva se escurre cortante, incapaz de traspasarlo. Perdí el control. Tantos años, tanta contención, y he perdido el jodido control cuando menos debía hacerlo, con quien menos merecía conocer este salvajismo, esta maldición.
No volverá a pasar, me repito, sin moverme más, mientras confío en que no recuerde nada al despertar. No volverá a pasar. Le acaricio el cabello instintivamente mientras duerme, como si esto pudiera paliar algo del dolor que le he causado, de la humillación a la que le he sometido, sin las agallas necesarias para hacer este sencillo gesto en otro momento en el que la consciencia le permita darse cuenta.
Trago saliva, que se desliza amarga hasta mi estómago y, atenazado por el pánico y la incomprensión, me quedo ahí hasta que pueda escapar, huir y fingir que nada ha sucedido. No hablar de ello quizá lo borre de la realidad. Ignorarlo, tal vez haga que el engaño se convierta en verdad. Si no hay consecuencias después de esto, entonces nunca las habrá, porque no va a volver a suceder.
La culpa es de Lemgedith. Me las pagará.
No volverá a pasar, me repito, sin moverme más, mientras confío en que no recuerde nada al despertar. No volverá a pasar. Le acaricio el cabello instintivamente mientras duerme, como si esto pudiera paliar algo del dolor que le he causado, de la humillación a la que le he sometido, sin las agallas necesarias para hacer este sencillo gesto en otro momento en el que la consciencia le permita darse cuenta.
Trago saliva, que se desliza amarga hasta mi estómago y, atenazado por el pánico y la incomprensión, me quedo ahí hasta que pueda escapar, huir y fingir que nada ha sucedido. No hablar de ello quizá lo borre de la realidad. Ignorarlo, tal vez haga que el engaño se convierta en verdad. Si no hay consecuencias después de esto, entonces nunca las habrá, porque no va a volver a suceder.
La culpa es de Lemgedith. Me las pagará.
LIII - Menta de entrañas
Rémol - Otoño
- Te lo tomas demasiado a pecho
- Que te jodan, Theron
Me paso la mano por la lengua y escupo una vez más en el cuenco, con la visión turbia por el rojo resplandor de la ira. Mi voz suena violenta, no puedo evitar que tiemble a pesar del eco de fondo de la risita del brujo, que está tirado en una de las camas, mordisqueando la pipa. Tengo los dedos tan crispados que me duelen los nudillos, y aún me sabe la boca a pétalos marchitos y fría saliva. "Dioses, algún día ese cabrón me las va a pagar por lo que me está haciendo pasar. Le mataré, le desollaré y luego le resucitaré para volver a matarle hasta que se quede tonto del tránsito"
- Tómatelo como un trabajo y no le des tanta importancia.
- ¿Como un trabajo? ESTO no forma parte de mi trabajo. No soy ninguna puta.
He cerrado la puerta de la habitación por dentro, con llave. Es algo estúpido e irracional, pero me siento jodida y absolutamente asediado, superado por esta maldita locura. Apoyo las manos en la estantería y bajo la cabeza, sacando la petaca para dar un largo trago de bourbon, respirando agitadamente. El sabor del alcohol no parece limpiar el regusto dulzón que queda aún en mi boca, el recuerdo de lo que ha sucedido hace unos minutos en la planta de abajo de la taberna.
- Menta de Entrañas... yo me cago en su puta madre.
Theron se ríe entre dientes. Joder, a éste también le partiría la cara.
Bien, es cierto, admito, que Lemgedith me provoca una extraña reacción de admiración y competitividad, de desafío, cada vez que le tengo cerca. Eso es innegable, aunque no sé por qué sucede ni soy capaz de definir exactamente lo que es. Con el paso de los días hemos forjado una extraña relación de respeto mutuo y rivalidad, y he sido capaz de sacar provecho de ello convenciéndole para que preste sus fuerzas para el asalto a Naxxramas. Soportar pacientemente sus flirteos insinuantes ha servido para que nuestro ejército cuente con casi una veintena más de brazos, cosa que interpreto como un triunfo. Incluso hemos combatido juntos en el Cruce en una ocasión. Somos capaces en ocasiones de entregarnos a una conversación seria y puramente militar, sin que sus insistentes coqueteos velados dispersen mi atención, y esos momentos me resultan de extremo alivio. Pero últimamente la confusión se ha apresado de mis pensamientos, haciendo que me pregunte cosas que nunca me he preguntado, que dude sobre aspectos acerca de los que jamás albergué la menor vacilación.
A Theron le hizo mucha gracia sorprender algunas de mis imágenes mentales, aunque aceptó con naturalidad que le preguntase acerca de su desviación, cuando la curiosidad me pudo finalmente. Tengo la impresión de haber atisbado, por culpa del Arconte a través de una puerta a la que no tenía ninguna necesidad de asomarme. Pero no me jodas, puedo soportar las pesadillas macabras de mis noches en vela, puedo soportar que un muerto que me da un ejército me sobe el brazo con disimulo o se me acerque más de la cuenta para hablar de cualquier trivialidad, incluso puedo soportar que me mande regalos constantemente. Pero hoy se ha pasado de la raya.
- No es para tanto, Ahti. No seas exagerado, ha sido sólo un beso. No es un precio muy alto por sus soldados.
- ¿Solo un beso? Tu padre - me vuelvo hacia él, con los dedos crispados sobre la estantería. He clavado las uñas en la madera tan profundamente que me hago daño, pero no me importa. Me lo merezco. - Se ha tirado hacia mí sin más y me ha metido la lengua hasta el hígado... joder... como una... como una auténtica zorra de Bahía del Botín.
- ¿Tanto te ha gustado? No sabía que besaba tan bien.
Le atravieso con la mirada, rechinando los dientes. Estoy furioso. Furioso como hacía tiempo que no estaba, la sangre me hierve en las venas. Lo que me faltaba es que ahora llegue este capullo y se cachondee de mí.
- Tu eres un poco gilipollas, ¿no?
- Deberías relajarte, Ahti.
Sonríe a medias y mordisquea la boquilla, su expresión se ha vuelto turbia y absolutamente insolente, entreabre los labios para aspirar el humo, batiendo las oscuras pestañas y removiéndose sobre el colchón como un animal sinuoso, perezoso y sensual. Asedio. Esto es un jodido asedio a mi masculinidad. Cerdos pervertidos, desviados, sucios... todos, todos. Aparto la mirada, gruñendo, mientras resuena de nuevo la voz del Arconte en mi mente, fundiéndose con las imágenes de la pesadilla nocturna en una amalgama aberrante en la que los muertos que conforman la escalera abren sus bocas agostadas para repetir la despreciable excusa de Lemgedith. "¿Qué es eso que estás masticando, Ahti? ¡Oh, menta de entrañas, mi favorita!". Su puta madre. Menta de entrañas.
- Le voy a meter la menta por el culo.
- Seguro que eso le gustaría. Y a lo mejor hasta tú disfrutarías haciéndolo.
- Theron. Cállate.
Es una advertencia clara, tajante. Se encoge de hombros y sigue fumando, extendiendo el enervante aroma del vil por toda la habitación y estimulando aun más mi violencia ya de por si difícil de contener. Tengo que salir de aquí y matar algo, antes de volverme loco con tanta gilipollez. No debería ni siquiera pensar en esto, no debería darle tantas vueltas a algo tan absurdo, no debería dejar que me afecte, no debería... no debería.
- Te reprimes demasiado, y éste es el resultado - la voz del brujo es pérfida y venenosa, suave como el hechizo de la mandrágora. Es el tipo de cosas en las que yo nunca caigo. Hoy no será una excepción - te escapas de los deseos espontáneos que te asaltan de cuando en cuando, y por eso te colapsas si pasan cosas así.
- No te confundas. - Despego los dedos de la estantería de madera y apuro la jarra, mirándole de reojo mientras observa con una sonrisita voluptuosa el movimiento de mi garganta al tragar. - Me colapso cuando un muerto me mete la lengua hasta el esófago aduciendo que estoy comiendo alguna puta mierda que a él le gusta mucho. Además es que el jodido pretexto era patético. Si quería besarme podía haberse inventado algo mejor.
- ¿Te ha molestado el beso o que él haya llevado la iniciativa?
- Me molesta su existencia.
De nuevo se ríe, levantándose de la cama y acercándose a mí. Le miro, de nuevo le aviso, con los ojos amenazadores fijos en su rostro que se aproxima demasiado, y el aliento dulzón estalla ante mi cara, haciéndome apretar los dientes. Ladea la cabeza y aproxima la boquilla de cristal a mis labios.
Theron... no tientes a la suerte
Serías mas feliz si dejaras de negarte tus propios impulsos
- Y tú serías menos feliz si yo no me los negara, si es que existen de verdad y no es producto de vuestros jodidos juegos. Apártate. - No espero que lo haga él, sólo le cojo de los hombros y le empujo sin violencia.
No voy a pagarlo con él, es mi amigo, mi compañero y mi brujo. Parece decepcionado, pero esto es lo mejor para los dos y lo mejor para todos. No sé si no se da cuenta de que provocándome así sólo está despertando una bestia que ya asoma la cabeza demasiado entre los barrotes, gracias a la inestimable ayuda del hijo de la grandísima puta de Lemgedith. Acabaré perdiendo el control y dejando una matanza a mi paso, haciendo realidad la maldita pesadilla.
- Pareces muy seguro de eso.
Cojo las armas con precipitación. He venido aquí buscando el consuelo de quien mejor me comprende y sólo encuentro más confusión y los constantes mordiscos de los animalillos atrevidos, que se acercan a morderle las orejas al oso.
- Créeme, lo estoy - escupo entre dientes - Dejad de jugar conmigo.
Dejad dormir a la fiera, coño... dejadla en paz. Ella ya sabe dónde ir a comer, dónde encontrar su deleite, y no es aquí, malditos seáis todos. Estoy demasiado cabreado para escuchar el ácido reproche del brujo, pero su mirada de desprecio se me clava en la nuca cuando cierro la puerta de golpe tras de mí y me precipito escaleras abajo, armado hasta los dientes e hirviendo de cólera. Su presencia ofendida me acompaña mientras me deshago de la frustración absurda y desahogo la contención más allá del baluarte, destrozando los cuerpos sin vida de los necrófagos resucitados por el exánime, imaginando que cada uno de ellos lleva un parche en el ojo.
- Te lo tomas demasiado a pecho
- Que te jodan, Theron
Me paso la mano por la lengua y escupo una vez más en el cuenco, con la visión turbia por el rojo resplandor de la ira. Mi voz suena violenta, no puedo evitar que tiemble a pesar del eco de fondo de la risita del brujo, que está tirado en una de las camas, mordisqueando la pipa. Tengo los dedos tan crispados que me duelen los nudillos, y aún me sabe la boca a pétalos marchitos y fría saliva. "Dioses, algún día ese cabrón me las va a pagar por lo que me está haciendo pasar. Le mataré, le desollaré y luego le resucitaré para volver a matarle hasta que se quede tonto del tránsito"
- Tómatelo como un trabajo y no le des tanta importancia.
- ¿Como un trabajo? ESTO no forma parte de mi trabajo. No soy ninguna puta.
He cerrado la puerta de la habitación por dentro, con llave. Es algo estúpido e irracional, pero me siento jodida y absolutamente asediado, superado por esta maldita locura. Apoyo las manos en la estantería y bajo la cabeza, sacando la petaca para dar un largo trago de bourbon, respirando agitadamente. El sabor del alcohol no parece limpiar el regusto dulzón que queda aún en mi boca, el recuerdo de lo que ha sucedido hace unos minutos en la planta de abajo de la taberna.
- Menta de Entrañas... yo me cago en su puta madre.
Theron se ríe entre dientes. Joder, a éste también le partiría la cara.
Bien, es cierto, admito, que Lemgedith me provoca una extraña reacción de admiración y competitividad, de desafío, cada vez que le tengo cerca. Eso es innegable, aunque no sé por qué sucede ni soy capaz de definir exactamente lo que es. Con el paso de los días hemos forjado una extraña relación de respeto mutuo y rivalidad, y he sido capaz de sacar provecho de ello convenciéndole para que preste sus fuerzas para el asalto a Naxxramas. Soportar pacientemente sus flirteos insinuantes ha servido para que nuestro ejército cuente con casi una veintena más de brazos, cosa que interpreto como un triunfo. Incluso hemos combatido juntos en el Cruce en una ocasión. Somos capaces en ocasiones de entregarnos a una conversación seria y puramente militar, sin que sus insistentes coqueteos velados dispersen mi atención, y esos momentos me resultan de extremo alivio. Pero últimamente la confusión se ha apresado de mis pensamientos, haciendo que me pregunte cosas que nunca me he preguntado, que dude sobre aspectos acerca de los que jamás albergué la menor vacilación.
A Theron le hizo mucha gracia sorprender algunas de mis imágenes mentales, aunque aceptó con naturalidad que le preguntase acerca de su desviación, cuando la curiosidad me pudo finalmente. Tengo la impresión de haber atisbado, por culpa del Arconte a través de una puerta a la que no tenía ninguna necesidad de asomarme. Pero no me jodas, puedo soportar las pesadillas macabras de mis noches en vela, puedo soportar que un muerto que me da un ejército me sobe el brazo con disimulo o se me acerque más de la cuenta para hablar de cualquier trivialidad, incluso puedo soportar que me mande regalos constantemente. Pero hoy se ha pasado de la raya.
- No es para tanto, Ahti. No seas exagerado, ha sido sólo un beso. No es un precio muy alto por sus soldados.
- ¿Solo un beso? Tu padre - me vuelvo hacia él, con los dedos crispados sobre la estantería. He clavado las uñas en la madera tan profundamente que me hago daño, pero no me importa. Me lo merezco. - Se ha tirado hacia mí sin más y me ha metido la lengua hasta el hígado... joder... como una... como una auténtica zorra de Bahía del Botín.
- ¿Tanto te ha gustado? No sabía que besaba tan bien.
Le atravieso con la mirada, rechinando los dientes. Estoy furioso. Furioso como hacía tiempo que no estaba, la sangre me hierve en las venas. Lo que me faltaba es que ahora llegue este capullo y se cachondee de mí.
- Tu eres un poco gilipollas, ¿no?
- Deberías relajarte, Ahti.
Sonríe a medias y mordisquea la boquilla, su expresión se ha vuelto turbia y absolutamente insolente, entreabre los labios para aspirar el humo, batiendo las oscuras pestañas y removiéndose sobre el colchón como un animal sinuoso, perezoso y sensual. Asedio. Esto es un jodido asedio a mi masculinidad. Cerdos pervertidos, desviados, sucios... todos, todos. Aparto la mirada, gruñendo, mientras resuena de nuevo la voz del Arconte en mi mente, fundiéndose con las imágenes de la pesadilla nocturna en una amalgama aberrante en la que los muertos que conforman la escalera abren sus bocas agostadas para repetir la despreciable excusa de Lemgedith. "¿Qué es eso que estás masticando, Ahti? ¡Oh, menta de entrañas, mi favorita!". Su puta madre. Menta de entrañas.
- Le voy a meter la menta por el culo.
- Seguro que eso le gustaría. Y a lo mejor hasta tú disfrutarías haciéndolo.
- Theron. Cállate.
Es una advertencia clara, tajante. Se encoge de hombros y sigue fumando, extendiendo el enervante aroma del vil por toda la habitación y estimulando aun más mi violencia ya de por si difícil de contener. Tengo que salir de aquí y matar algo, antes de volverme loco con tanta gilipollez. No debería ni siquiera pensar en esto, no debería darle tantas vueltas a algo tan absurdo, no debería dejar que me afecte, no debería... no debería.
- Te reprimes demasiado, y éste es el resultado - la voz del brujo es pérfida y venenosa, suave como el hechizo de la mandrágora. Es el tipo de cosas en las que yo nunca caigo. Hoy no será una excepción - te escapas de los deseos espontáneos que te asaltan de cuando en cuando, y por eso te colapsas si pasan cosas así.
- No te confundas. - Despego los dedos de la estantería de madera y apuro la jarra, mirándole de reojo mientras observa con una sonrisita voluptuosa el movimiento de mi garganta al tragar. - Me colapso cuando un muerto me mete la lengua hasta el esófago aduciendo que estoy comiendo alguna puta mierda que a él le gusta mucho. Además es que el jodido pretexto era patético. Si quería besarme podía haberse inventado algo mejor.
- ¿Te ha molestado el beso o que él haya llevado la iniciativa?
- Me molesta su existencia.
De nuevo se ríe, levantándose de la cama y acercándose a mí. Le miro, de nuevo le aviso, con los ojos amenazadores fijos en su rostro que se aproxima demasiado, y el aliento dulzón estalla ante mi cara, haciéndome apretar los dientes. Ladea la cabeza y aproxima la boquilla de cristal a mis labios.
Theron... no tientes a la suerte
Serías mas feliz si dejaras de negarte tus propios impulsos
- Y tú serías menos feliz si yo no me los negara, si es que existen de verdad y no es producto de vuestros jodidos juegos. Apártate. - No espero que lo haga él, sólo le cojo de los hombros y le empujo sin violencia.
No voy a pagarlo con él, es mi amigo, mi compañero y mi brujo. Parece decepcionado, pero esto es lo mejor para los dos y lo mejor para todos. No sé si no se da cuenta de que provocándome así sólo está despertando una bestia que ya asoma la cabeza demasiado entre los barrotes, gracias a la inestimable ayuda del hijo de la grandísima puta de Lemgedith. Acabaré perdiendo el control y dejando una matanza a mi paso, haciendo realidad la maldita pesadilla.
- Pareces muy seguro de eso.
Cojo las armas con precipitación. He venido aquí buscando el consuelo de quien mejor me comprende y sólo encuentro más confusión y los constantes mordiscos de los animalillos atrevidos, que se acercan a morderle las orejas al oso.
- Créeme, lo estoy - escupo entre dientes - Dejad de jugar conmigo.
Dejad dormir a la fiera, coño... dejadla en paz. Ella ya sabe dónde ir a comer, dónde encontrar su deleite, y no es aquí, malditos seáis todos. Estoy demasiado cabreado para escuchar el ácido reproche del brujo, pero su mirada de desprecio se me clava en la nuca cuando cierro la puerta de golpe tras de mí y me precipito escaleras abajo, armado hasta los dientes e hirviendo de cólera. Su presencia ofendida me acompaña mientras me deshago de la frustración absurda y desahogo la contención más allá del baluarte, destrozando los cuerpos sin vida de los necrófagos resucitados por el exánime, imaginando que cada uno de ellos lleva un parche en el ojo.
La sensación de suciedad no me abandona a pesar de todo, y empujo con fuerza el recuerdo del Monstruo del pasado, que asoma un instante en mi mente, diciendo con su voz escurridiza: "Menta de entrañas, mi favorita"
LII - Lemgedith
Rémol - Otoño
- De modo que ya habéis presentado vuestros respetos a la Dama Oscura.
- Así es.
La lluvia fina repiquetea contra los tejados de la aldea y la noche baña de pálida luz las sombras intensas de Rémol. Detenidos bajo el alero del concejo, converso con el tuerto, que se mantiene jodidamente impecable en su armadura plateada. El ojo brillante me observa, lanzando breves vistazos de cuando en cuando al brujo, que permanece detrás de mí. Aguanto su mirada, impertérrito y digno, pero a la de Theron no puedo escapar. Su pensamiento accede a través del vínculo a las confusas sensaciones que me produce la cercanía del caballero Lemgedith Loth'derel, Arconte de los Caballeros de Sylvanas y máxima autoridad reconocida en la aldea de los renegados, hasta donde he podido averiguar. El brujo es consciente de la incomodidad y la admiración que me despierta la jodida estatua muerta, y aunque intento encerrar esa fascinación bien lejos de su percepción, el tono divertido que me transmite su mera presencia me indica que es trabajo vano.
- Soy consciente de que no somos bienvenidos - continúo, levantando la barbilla y prendiendo los pulgares en el cinturón. No es tan alto como yo, pero su imagen impone respeto. - Sé que, como es natural, se mira con cautela a los extraños en este lugar de paz y sosiego, y entiendo vuestras reticencias.
- No queremos problemas aquí. - responde, frío y distante, inexpresivo.
- Hemos venido a esta aldea con el propósito de combatir a la plaga en el Este, y nada más. Mientras permanezcamos en vuestra tierra, la defenderemos como si fuera la nuestra y colaboraremos en todo lo que sea necesario... siempre que no sea radicalmente contrario a nuestro objetivo.
Diplomacia con un muerto. Esto creo que no lo había hecho nunca. Su mirada me atraviesa y se mantiene en silencio por un tiempo, antes de asentir.
- Sois responsable del comportamiento de vuestros hombres. Si la Dama Oscura ha aceptado vuestra estancia temporal entre nosotros, no soy nadie para negarme.
No le gustamos nada
Pero nada de nada
- No veréis perturbadas vuestras actividades por nuestra presencia aquí - replico, inclinándome levemente y sonriendo a medias.
He notado el énfasis en la palabra "temporal", por supuesto, y percibo sus temores. Al joven, muerto e intemporalmente hermoso Lord Lemgedith no le gustan los desconocidos y no le agrada que haya forasteros cerca, que puedan inmiscuirse en sus asuntos, sean cuales fueren.
- Theron, acércate.
- Señor. - El brujo da unos pasos y se coloca a mi lado, en actitud respetuosa.
- Éste es Theron Solámbar, mi brujo.
Lemgedith nos observa y vuelve su ojo hacia mi camarada, quien le saluda con regia dignidad. Somos buenos actores si nos lo proponemos, y hemos determinado que lo mejor en este lugar es dar una imagen disciplinada y recta de la Guardia. Eso incluye que todo el mundo me trata con una deferencia que nunca antes había querido ni tenido, también y especialmente mi inseparable compañero, que deja oír una risa curiosa en mi mente al escucharme.
¿Tu brujo?
Se supone que tienen que verme como a un líder y una cabeza visible dentro de la Orden, ¿no?
Si, si, claro.
Una sensación casi grata me llega desde su lado, extraña y algo nerviosa, o eso me parece. Quizá sea yo mismo. Estos juegos no son mi especialidad, pero los ejecuto lo mejor que puedo si es necesario, aunque no me gusten... cosa de la que no estoy del todo seguro.
- Así que vuestro brujo - El muerto sonríe a medias, mirándonos a ambos y se lame los labios, deteniendo la vista en mí de nuevo. - Comprendo.
- Él es el segundo al mando si estoy ausente. Os pido que se le dispense el mismo trato que a mí.
- ¿Estáis seguro de eso?
Sonrío a medias, entrando en la provocación. Aún no ha decidido como va a tratarnos, desde luego, pero creo que es algo que puedo decidir por él.
- Lo estoy. Sé que pocas veces llegan a esta aldea visitantes con firme voluntad de cooperar con sus habitantes, y en los tiempos que corren, donde las alianzas adecuadas en los momentos precisos pueden suponer un triunfo ante la adversidad, ningún líder sería tan necio como para dejar escapar una posibilidad de colaboración sin, al menos, haberla probado.
De nuevo se lame los labios, el ojo destella y crispa ligeramente los dedos de la mano derecha.
- Probarlo, sí. Es posible. - su tono se vuelve menos susurrante y alza un tanto la voz. - Bienvenidos a Rémol, entonces. Pasemos a la taberna a tomar un trago.
Probarlo... ya. Joder con el muerto. Igual no le resultamos tan desagradables como creíamos
¿Que?
Nada, nada
Nos hace un gesto amplio con la mano y se encamina hacia el Mesón la Horca, con la gran espada rúnica destellando a la espalda y los cabellos húmedos ondeando tras de sí. Las gotas de lluvia se prenden a las finísimas hebras, brillando, y sus movimientos son lentos pero armoniosos. Theron nos sigue a un paso por detrás de mi, con su actitud grave y cortés y el gesto serio, aunque interiormente algo le resulta muy divertido. Algo que yo no sé que es.
- No debisteis mentirme cuando nos encontramos hace unas semanas.
- No os mentí.- respondo, volviendo la mirada hacia el rostro pálido del caballero. - Al igual que vos, sólo fui prudente.
- Alguien como yo no necesita la prudencia. Estoy muerto.
- Tampoco necesitáis ir vestido o llevar un parche, y sin embargo, lo hacéis.
No responde, solo deja asomar de nuevo la lengua rosada y macilenta, observándome con un destello extraño en la pupila azul. Es una sensación muy rara, de manera que me mantengo en silencio y avanzamos hasta entrar en el mesón, dirigiéndonos hacia las sillas dispuestas en círculo. Una elfa de cabellos rojos y mejillas de lineas suaves levanta la mirada hacia nosotros. Lleva el mismo tabardo que el Lord Arconte, por lo que deduzco que son compañeros.
- Kalishta.
- Saludos, Arconte. - la elfa nos observa con curiosidad y algo de rechazo, especialmente a Theron, pero no dice una palabra.
Está buena
Si, no está mal
Nos sentamos, mientras el caballero desciende al sótano. Cuando regresa, trae una caja de madera que abre con un extraño artilugio, dejándola sobre la barra. Por supuesto, Renée no hace el menor comentario al verle extraer varios picheles de cerveza de la Luna Negra de su embalaje y ofrecérnoslos con toda serenidad y su habitual parsimonia, bajo la atenta mirada de su compañera, que no parece entender muy bien lo que está pasando.
- Es un licor de bienvenida - explica con voz átona, cuando toma asiento junto a mí y el silencio comienza a espesarse. - Por que vuestra estancia aquí sea grata. Es lo que se dice en estas ocasiones, ¿no?
La sonrisa que esboza me hace pensar en uno de esos autómatas de los goblins, que hablan y actúan casi por inercia, o siguiendo las órdenes de un control remoto. Por algún extraño motivo, el caballero me da un poco de pena. Una cáscara tan fascinante y la imposibilidad de poder ser... en general, de poder ser algo. La muerte al parecer le ha despojado de cualquier atisbo de sentimiento o emoción, aunque de cuando en cuando me parece ver una suave llama que pugna por prender en alguna parte.
- Sea pues.
- Claro - Theron ya había dado un trago.
Levanto la jarra a continuación y bebemos a la salud de los que aún tenemos de eso, y nos internamos en una conversación lenta, pausada y algo banal a mi parecer, bajo la mirada analítica de la llamada Kalishta y entre los dulces tragos de licor. En un momento dado, el brujo - mi brujo - pregunta algo a la dama, y es entonces cuando el Arconte se inclina hacia mí en un gesto confidente y su voz suena en un susurro.
- Si os gusta esta cerveza, será un placer regalaros una caja.
Arqueo la ceja y me vuelvo para mirarle y replicar algo, cuando siento un contacto frío sobre mi pierna. Un relámpago me cruza las mientes y me quedo helado un segundo. Lemgedith sonríe con una expresión que no sé descifrar, o no quiero descifrar, y por un instante que se me hace largo, eterno, no soy capaz de reaccionar.
Este mariconazo me está tocando la pierna
No jodas... coño, es verdad
Me cuesta un mundo empujar al fondo de mi mente la absoluta repulsión que me provoca el gesto, reprimir las ganas de tirarle la jarra a la cara, inflarle a hostias y arrancarle el estúpido parche para mearme en la cuenca de su ojo. Si hago eso, a lo mejor se enfadan un poco y nos echan de aquí, y no estoy en posición de buscarme enemigos cuando lo que más necesitamos ahora, son aliados. Por eso, aunque mi cuerpo se tensa de inmediato, esbozo una sonrisa tirante y le sigo el juego al pervertido.
- No es necesario, aunque si recibiera un presente de vuestra parte, no sería tan descortés como para rechazarlo.
Theron se está partiendo el culo en la intimidad de su pensamiento, me mira de soslayo divertido, y parece que a la tal Kalishta también le hace mucha gracia. Si, bien, que se rían. No voy a dejarme asustar por Lemgedith, por muy arconte, caballero resucitado, tuerto o desviado que sea, así que me quedo donde estoy, sin moverme, con toda la naturalidad del mundo y bebiendo de mi jarra alegremente, con la mano de un renegado sobre mi pierna y la risa resonante de Theron Solámbar en nuestro vínculo compartido. Se hace más llevadera la situación mientras me imagino, manteniendo siempre la compostura, las diversas formas de torturar, apalizar y dejar reducido a cenizas a la autoridad de la aldea de Rémol.
- De modo que ya habéis presentado vuestros respetos a la Dama Oscura.
- Así es.
La lluvia fina repiquetea contra los tejados de la aldea y la noche baña de pálida luz las sombras intensas de Rémol. Detenidos bajo el alero del concejo, converso con el tuerto, que se mantiene jodidamente impecable en su armadura plateada. El ojo brillante me observa, lanzando breves vistazos de cuando en cuando al brujo, que permanece detrás de mí. Aguanto su mirada, impertérrito y digno, pero a la de Theron no puedo escapar. Su pensamiento accede a través del vínculo a las confusas sensaciones que me produce la cercanía del caballero Lemgedith Loth'derel, Arconte de los Caballeros de Sylvanas y máxima autoridad reconocida en la aldea de los renegados, hasta donde he podido averiguar. El brujo es consciente de la incomodidad y la admiración que me despierta la jodida estatua muerta, y aunque intento encerrar esa fascinación bien lejos de su percepción, el tono divertido que me transmite su mera presencia me indica que es trabajo vano.
- Soy consciente de que no somos bienvenidos - continúo, levantando la barbilla y prendiendo los pulgares en el cinturón. No es tan alto como yo, pero su imagen impone respeto. - Sé que, como es natural, se mira con cautela a los extraños en este lugar de paz y sosiego, y entiendo vuestras reticencias.
- No queremos problemas aquí. - responde, frío y distante, inexpresivo.
- Hemos venido a esta aldea con el propósito de combatir a la plaga en el Este, y nada más. Mientras permanezcamos en vuestra tierra, la defenderemos como si fuera la nuestra y colaboraremos en todo lo que sea necesario... siempre que no sea radicalmente contrario a nuestro objetivo.
Diplomacia con un muerto. Esto creo que no lo había hecho nunca. Su mirada me atraviesa y se mantiene en silencio por un tiempo, antes de asentir.
- Sois responsable del comportamiento de vuestros hombres. Si la Dama Oscura ha aceptado vuestra estancia temporal entre nosotros, no soy nadie para negarme.
No le gustamos nada
Pero nada de nada
- No veréis perturbadas vuestras actividades por nuestra presencia aquí - replico, inclinándome levemente y sonriendo a medias.
He notado el énfasis en la palabra "temporal", por supuesto, y percibo sus temores. Al joven, muerto e intemporalmente hermoso Lord Lemgedith no le gustan los desconocidos y no le agrada que haya forasteros cerca, que puedan inmiscuirse en sus asuntos, sean cuales fueren.
- Theron, acércate.
- Señor. - El brujo da unos pasos y se coloca a mi lado, en actitud respetuosa.
- Éste es Theron Solámbar, mi brujo.
Lemgedith nos observa y vuelve su ojo hacia mi camarada, quien le saluda con regia dignidad. Somos buenos actores si nos lo proponemos, y hemos determinado que lo mejor en este lugar es dar una imagen disciplinada y recta de la Guardia. Eso incluye que todo el mundo me trata con una deferencia que nunca antes había querido ni tenido, también y especialmente mi inseparable compañero, que deja oír una risa curiosa en mi mente al escucharme.
¿Tu brujo?
Se supone que tienen que verme como a un líder y una cabeza visible dentro de la Orden, ¿no?
Si, si, claro.
Una sensación casi grata me llega desde su lado, extraña y algo nerviosa, o eso me parece. Quizá sea yo mismo. Estos juegos no son mi especialidad, pero los ejecuto lo mejor que puedo si es necesario, aunque no me gusten... cosa de la que no estoy del todo seguro.
- Así que vuestro brujo - El muerto sonríe a medias, mirándonos a ambos y se lame los labios, deteniendo la vista en mí de nuevo. - Comprendo.
- Él es el segundo al mando si estoy ausente. Os pido que se le dispense el mismo trato que a mí.
- ¿Estáis seguro de eso?
Sonrío a medias, entrando en la provocación. Aún no ha decidido como va a tratarnos, desde luego, pero creo que es algo que puedo decidir por él.
- Lo estoy. Sé que pocas veces llegan a esta aldea visitantes con firme voluntad de cooperar con sus habitantes, y en los tiempos que corren, donde las alianzas adecuadas en los momentos precisos pueden suponer un triunfo ante la adversidad, ningún líder sería tan necio como para dejar escapar una posibilidad de colaboración sin, al menos, haberla probado.
De nuevo se lame los labios, el ojo destella y crispa ligeramente los dedos de la mano derecha.
- Probarlo, sí. Es posible. - su tono se vuelve menos susurrante y alza un tanto la voz. - Bienvenidos a Rémol, entonces. Pasemos a la taberna a tomar un trago.
Probarlo... ya. Joder con el muerto. Igual no le resultamos tan desagradables como creíamos
¿Que?
Nada, nada
Nos hace un gesto amplio con la mano y se encamina hacia el Mesón la Horca, con la gran espada rúnica destellando a la espalda y los cabellos húmedos ondeando tras de sí. Las gotas de lluvia se prenden a las finísimas hebras, brillando, y sus movimientos son lentos pero armoniosos. Theron nos sigue a un paso por detrás de mi, con su actitud grave y cortés y el gesto serio, aunque interiormente algo le resulta muy divertido. Algo que yo no sé que es.
- No debisteis mentirme cuando nos encontramos hace unas semanas.
- No os mentí.- respondo, volviendo la mirada hacia el rostro pálido del caballero. - Al igual que vos, sólo fui prudente.
- Alguien como yo no necesita la prudencia. Estoy muerto.
- Tampoco necesitáis ir vestido o llevar un parche, y sin embargo, lo hacéis.
No responde, solo deja asomar de nuevo la lengua rosada y macilenta, observándome con un destello extraño en la pupila azul. Es una sensación muy rara, de manera que me mantengo en silencio y avanzamos hasta entrar en el mesón, dirigiéndonos hacia las sillas dispuestas en círculo. Una elfa de cabellos rojos y mejillas de lineas suaves levanta la mirada hacia nosotros. Lleva el mismo tabardo que el Lord Arconte, por lo que deduzco que son compañeros.
- Kalishta.
- Saludos, Arconte. - la elfa nos observa con curiosidad y algo de rechazo, especialmente a Theron, pero no dice una palabra.
Está buena
Si, no está mal
Nos sentamos, mientras el caballero desciende al sótano. Cuando regresa, trae una caja de madera que abre con un extraño artilugio, dejándola sobre la barra. Por supuesto, Renée no hace el menor comentario al verle extraer varios picheles de cerveza de la Luna Negra de su embalaje y ofrecérnoslos con toda serenidad y su habitual parsimonia, bajo la atenta mirada de su compañera, que no parece entender muy bien lo que está pasando.
- Es un licor de bienvenida - explica con voz átona, cuando toma asiento junto a mí y el silencio comienza a espesarse. - Por que vuestra estancia aquí sea grata. Es lo que se dice en estas ocasiones, ¿no?
La sonrisa que esboza me hace pensar en uno de esos autómatas de los goblins, que hablan y actúan casi por inercia, o siguiendo las órdenes de un control remoto. Por algún extraño motivo, el caballero me da un poco de pena. Una cáscara tan fascinante y la imposibilidad de poder ser... en general, de poder ser algo. La muerte al parecer le ha despojado de cualquier atisbo de sentimiento o emoción, aunque de cuando en cuando me parece ver una suave llama que pugna por prender en alguna parte.
- Sea pues.
- Claro - Theron ya había dado un trago.
Levanto la jarra a continuación y bebemos a la salud de los que aún tenemos de eso, y nos internamos en una conversación lenta, pausada y algo banal a mi parecer, bajo la mirada analítica de la llamada Kalishta y entre los dulces tragos de licor. En un momento dado, el brujo - mi brujo - pregunta algo a la dama, y es entonces cuando el Arconte se inclina hacia mí en un gesto confidente y su voz suena en un susurro.
- Si os gusta esta cerveza, será un placer regalaros una caja.
Arqueo la ceja y me vuelvo para mirarle y replicar algo, cuando siento un contacto frío sobre mi pierna. Un relámpago me cruza las mientes y me quedo helado un segundo. Lemgedith sonríe con una expresión que no sé descifrar, o no quiero descifrar, y por un instante que se me hace largo, eterno, no soy capaz de reaccionar.
Este mariconazo me está tocando la pierna
No jodas... coño, es verdad
Me cuesta un mundo empujar al fondo de mi mente la absoluta repulsión que me provoca el gesto, reprimir las ganas de tirarle la jarra a la cara, inflarle a hostias y arrancarle el estúpido parche para mearme en la cuenca de su ojo. Si hago eso, a lo mejor se enfadan un poco y nos echan de aquí, y no estoy en posición de buscarme enemigos cuando lo que más necesitamos ahora, son aliados. Por eso, aunque mi cuerpo se tensa de inmediato, esbozo una sonrisa tirante y le sigo el juego al pervertido.
- No es necesario, aunque si recibiera un presente de vuestra parte, no sería tan descortés como para rechazarlo.
Theron se está partiendo el culo en la intimidad de su pensamiento, me mira de soslayo divertido, y parece que a la tal Kalishta también le hace mucha gracia. Si, bien, que se rían. No voy a dejarme asustar por Lemgedith, por muy arconte, caballero resucitado, tuerto o desviado que sea, así que me quedo donde estoy, sin moverme, con toda la naturalidad del mundo y bebiendo de mi jarra alegremente, con la mano de un renegado sobre mi pierna y la risa resonante de Theron Solámbar en nuestro vínculo compartido. Se hace más llevadera la situación mientras me imagino, manteniendo siempre la compostura, las diversas formas de torturar, apalizar y dejar reducido a cenizas a la autoridad de la aldea de Rémol.
LI - Crematoria
Rémol - Otoño
Los soldados están sentados en la hierba, mirándose unos a otros, agrupados junto al pozo. Sus siluetas me resultan difusas, casi irreales. Llevo tanto tiempo sin dormir que ya no sé cuando estoy despierto y cuándo no, qué día es hoy o cuántos minutos han pasado desde que me levanté, si es que lo he hecho.
- Estamos fuera de nuestro territorio - está diciendo Theron. Su nuevo rango de oficial le sienta bien y sé que puedo dejar cualquier cosa en sus manos con plena confianza. Sobre todo ahora, que las mías no aciertan a mantener la firmeza ni siquiera cuando aprieto los puños. - Aquí tenemos que dar una imagen intachable. Nos comportaremos como lo que somos, soldados de una Orden Militar. Nos dirigiremos a Ahti con respeto y disciplina. Cualquier asunto de diplomacia debe pasar a su conocimiento...
Escucho las palabras, intentando centrarme en la breve reunión. Ya que mi esfuerzo no es suficiente para abstraerme realmente de las macabras imágenes que hay en mi mente, residuos de una pesadilla que se solapa con la realidad, al menos me sirve para dar la imagen que se requiere y que todos deben ver ahora en mí. Mantengo la espalda erguida, el gesto severo, les miro aunque no les vea.
S olo tengo visiones de sangre y muerte delante de mis ojos. Un paraje oscuro, brumoso, de contornos indefinidos y nubes oscuras en un firmamento negro. Adivino retazos de edificios inclinados sobre una tierra yerma, y lo único que puedo contemplar con claridad es un camino y una amplia escalera, y al final del ascenso la Crematoria, la espada que nos concederá la victoria sobre el mal que nos acecha en cada esquina. Tras ella, una puerta ornamentada de dos hojas se dibuja con la hermosura propia de la entrada al Paraíso, es a mis ojos una promesa de maravillas sin fin y paz eterna.
- Él es el líder, y esa es la imagen que debemos dar. Nos representa, es el rostro visible de nuestra Orden, y así deben verlo los señores de estas tierras y todos aquellos aliados que pretendan unirse a nosotros en la batalla contra la Ciudadela...
Subo los peldaños, extrañamente blandos y escurridizos. La Guardia está conmigo y también mis amigos, los camaradas de Lobos Sanguinarios, los compañeros del Alba de Plata, Ivaine y Sean...¿Qué hace Sean aquí? Qué mas da, no es más que un sueño turbio e inquietante. Subir sin mirar al suelo, ascender... gárgolas del azote nos sobrevuelan, mas allá de las gradas, bajo ellas, sólo un pozo de profunda y aterradora tiniebla, y tras de mí torres afiladas que se alzan, en un mundo arrasado por el desastre. Lánguidas ruinas al borde del desmoronamiento, todo eso es lo que dejo atrás mientras avanzo por la escalera sinuosa, escuchando bajo mis botas algún crujido, un breve sonido viscoso, el estallido de algo burbujeante.
- Formaremos grupos para que todo el mundo visite Stratholme. Cada uno de vosotros debe pisar el lugar, comprender lo que entraña. - lo digo de un modo casi mecánico, observándoles con una intensidad que no es real, pues mas allá de mi mirada, la escalera se tambalea brevemente a cada paso. - En los archivos de la Guardia están las copias de todos los libros que hemos encontrado sobre la formación de la Plaga y el alzamiento del Rey Exánime. También sobre nuestro enemigo, Kel'thuzad.
La atmósfera se vuelve más pesada a medida que avanzo, y un intenso hedor a podredumbre y corrupción impregna mis sentidos. No aparto la mirada de mi objetivo, el acero reluciente y la puerta ornamentada, que parecen llamarme con voz invitadora. Y al fin, he llegado al final, pero el camino termina, se quiebra abruptamente. El vacío eterno y negro, más denso que la lava me separa de la espada, que flota en el vacío y danza en círculos. Su brillo es un reclamo obsesivo y tintinea suavemente con una melodía semejante a la del naaru de Shattrath. "Tienes que alcanzarla", me dice la voz que ya es casi familiar, dentro de mi cabeza.
Es mi pesadilla. La que cada noche se repite al quedar dormido, la que me hace mantenerme con los ojos abiertos por temor a volver a revivirla, pellizcándome o dejando una vela bajo mi mano para que su llama me aparte con punzante dolor del sueño, si caigo en él. En mi pesadilla eterna, al escuchar la voz miro hacia abajo y observo los escalones que he ascendido, el sendero que he recorrido. Mis botas están cubiertas de sangre hasta los talones y me mantengo en pie al final de una calzada de cuerpos inertes, retazos de coágulos y vísceras enredadas, rostros muertos que abren su boca y sus ojos velados, blanquecinos. Reconozco algunos de ellos. "Somos lo que hacemos con nuestras manos", me dice la voz... y entonces sé lo que debo hacer para obtener mi propósito.
- Todo claro, entonces.
Los soldados de la Guardia asienten, saludando y levantándose de la hierba que aún permanece cuajada de rocío. Hay algunas miradas extrañas, incómodas, y después montan en sus cabalgaduras y parten hacia sus destinos, alejándose. Llevo cerrada la capa, intentando huir de un frío que no me abraza desde el exterior, sé que está dentro de mi, y así les veo marchar surcando el camino como estelas de brillante luz que me arropaba hasta ahora.
- Deberías descansar.
Miro de soslayo al brujo, con la mente embotada por la inquietud y la onírica y delirante caricia de mis fantasmas, de mi propia sombra que no me abandona ya ni siquiera entre la más acogedora luminosidad. Su rostro refleja preocupación, pero no tengo fuerzas ni ganas para molestarme por ello y soltarle alguna frase engreída con voz poderosa para que se enfade y la ira sustituya a la inquietud en su espíritu.
En mi sueño, mi espada atraviesa a mis compañeros de batalla y sus cuerpos caen inertes, con el gesto de sorpresa y tristeza en los rostros. Todos caen bajo mi mano, y les arrastro para completar la escalera rota alcanzando así la Crematoria. Al cerrar la mano sobre la empuñadura, el corazón se me acelera, transformando el horror de las visiones en un sentimiento de poder sublime y transcendente que hace que todo sea banal comparado con él, que nada más importe sino mantener los dedos ceñidos al arma brillante cuyo resplandor me envuelve en un aura de energía y resolución. Y se abre la puerta...
- ...y detrás estás tú - le digo al brujo.- Y entonces yo...
Creo que Hibrys me está mirando, extrañada. Theron traga saliva, pálido, y menea la cabeza, poniendo la mano sobre mi brazo y tirando de mí con una extraña suavidad que me resulta ajena y distante ahora mismo. Estoy tan cansado que no sé cuan lejos me hallo de la realidad, a merced de una marea de desvelo que me empuja con su resaca hacia una orilla desconocida.
- He hablado con Ysbald. Hemos conseguido pociones de letargo sin sueños. Tienes que dormir, o te volverás loco.
No quiero dormir
Tienes que hacerlo
Me dejo llevar hacia la taberna y asciendo las escaleras como un autómata. Al entrar en la habitación, solo la visión de la cama de blancas sábanas despierta las alarmas en mi interior y me hace cerrar todas las puertas mecánicamente, encerrándome dentro de mí mismo. Dioses, estoy aterrado. No quiero volver a pasar por eso. La falta de descanso enturbia mi visión con puntos difusos de colores que no existen, y el lecho que aguarda me parece la pálida boca abierta de un difunto, grotesca y de largos dientes...
- Bébetelo - Theron me pone el frasco entre las manos y me trago su contenido sin pensar en nada.
Creo que ya no soy capaz de hilvanar el menor razonamiento, y apenas soy consciente de las manos que me despojan de la armadura, buscando cierres y correajes con torpeza. Hago un último esfuerzo por mantener la compostura y la dignidad, quitándome parte de las placas yo mismo, y me dirijo con gravedad a la espantosa cama. Tenerle miedo a una almohada y unas mantas es demasiado vergonzoso para alguien como yo, y sin embargo, la turbia sensación no me abandona hasta que la poción comienza a hacer efecto, limpiando mi consciencia con la suavidad de un paño de seda, hasta que todo queda en blanco y ya no hay nada que me turbe durante unas horas.
Los soldados están sentados en la hierba, mirándose unos a otros, agrupados junto al pozo. Sus siluetas me resultan difusas, casi irreales. Llevo tanto tiempo sin dormir que ya no sé cuando estoy despierto y cuándo no, qué día es hoy o cuántos minutos han pasado desde que me levanté, si es que lo he hecho.
- Estamos fuera de nuestro territorio - está diciendo Theron. Su nuevo rango de oficial le sienta bien y sé que puedo dejar cualquier cosa en sus manos con plena confianza. Sobre todo ahora, que las mías no aciertan a mantener la firmeza ni siquiera cuando aprieto los puños. - Aquí tenemos que dar una imagen intachable. Nos comportaremos como lo que somos, soldados de una Orden Militar. Nos dirigiremos a Ahti con respeto y disciplina. Cualquier asunto de diplomacia debe pasar a su conocimiento...
Escucho las palabras, intentando centrarme en la breve reunión. Ya que mi esfuerzo no es suficiente para abstraerme realmente de las macabras imágenes que hay en mi mente, residuos de una pesadilla que se solapa con la realidad, al menos me sirve para dar la imagen que se requiere y que todos deben ver ahora en mí. Mantengo la espalda erguida, el gesto severo, les miro aunque no les vea.
S olo tengo visiones de sangre y muerte delante de mis ojos. Un paraje oscuro, brumoso, de contornos indefinidos y nubes oscuras en un firmamento negro. Adivino retazos de edificios inclinados sobre una tierra yerma, y lo único que puedo contemplar con claridad es un camino y una amplia escalera, y al final del ascenso la Crematoria, la espada que nos concederá la victoria sobre el mal que nos acecha en cada esquina. Tras ella, una puerta ornamentada de dos hojas se dibuja con la hermosura propia de la entrada al Paraíso, es a mis ojos una promesa de maravillas sin fin y paz eterna.
- Él es el líder, y esa es la imagen que debemos dar. Nos representa, es el rostro visible de nuestra Orden, y así deben verlo los señores de estas tierras y todos aquellos aliados que pretendan unirse a nosotros en la batalla contra la Ciudadela...
Subo los peldaños, extrañamente blandos y escurridizos. La Guardia está conmigo y también mis amigos, los camaradas de Lobos Sanguinarios, los compañeros del Alba de Plata, Ivaine y Sean...¿Qué hace Sean aquí? Qué mas da, no es más que un sueño turbio e inquietante. Subir sin mirar al suelo, ascender... gárgolas del azote nos sobrevuelan, mas allá de las gradas, bajo ellas, sólo un pozo de profunda y aterradora tiniebla, y tras de mí torres afiladas que se alzan, en un mundo arrasado por el desastre. Lánguidas ruinas al borde del desmoronamiento, todo eso es lo que dejo atrás mientras avanzo por la escalera sinuosa, escuchando bajo mis botas algún crujido, un breve sonido viscoso, el estallido de algo burbujeante.
- Formaremos grupos para que todo el mundo visite Stratholme. Cada uno de vosotros debe pisar el lugar, comprender lo que entraña. - lo digo de un modo casi mecánico, observándoles con una intensidad que no es real, pues mas allá de mi mirada, la escalera se tambalea brevemente a cada paso. - En los archivos de la Guardia están las copias de todos los libros que hemos encontrado sobre la formación de la Plaga y el alzamiento del Rey Exánime. También sobre nuestro enemigo, Kel'thuzad.
La atmósfera se vuelve más pesada a medida que avanzo, y un intenso hedor a podredumbre y corrupción impregna mis sentidos. No aparto la mirada de mi objetivo, el acero reluciente y la puerta ornamentada, que parecen llamarme con voz invitadora. Y al fin, he llegado al final, pero el camino termina, se quiebra abruptamente. El vacío eterno y negro, más denso que la lava me separa de la espada, que flota en el vacío y danza en círculos. Su brillo es un reclamo obsesivo y tintinea suavemente con una melodía semejante a la del naaru de Shattrath. "Tienes que alcanzarla", me dice la voz que ya es casi familiar, dentro de mi cabeza.
Es mi pesadilla. La que cada noche se repite al quedar dormido, la que me hace mantenerme con los ojos abiertos por temor a volver a revivirla, pellizcándome o dejando una vela bajo mi mano para que su llama me aparte con punzante dolor del sueño, si caigo en él. En mi pesadilla eterna, al escuchar la voz miro hacia abajo y observo los escalones que he ascendido, el sendero que he recorrido. Mis botas están cubiertas de sangre hasta los talones y me mantengo en pie al final de una calzada de cuerpos inertes, retazos de coágulos y vísceras enredadas, rostros muertos que abren su boca y sus ojos velados, blanquecinos. Reconozco algunos de ellos. "Somos lo que hacemos con nuestras manos", me dice la voz... y entonces sé lo que debo hacer para obtener mi propósito.
- Todo claro, entonces.
Los soldados de la Guardia asienten, saludando y levantándose de la hierba que aún permanece cuajada de rocío. Hay algunas miradas extrañas, incómodas, y después montan en sus cabalgaduras y parten hacia sus destinos, alejándose. Llevo cerrada la capa, intentando huir de un frío que no me abraza desde el exterior, sé que está dentro de mi, y así les veo marchar surcando el camino como estelas de brillante luz que me arropaba hasta ahora.
- Deberías descansar.
Miro de soslayo al brujo, con la mente embotada por la inquietud y la onírica y delirante caricia de mis fantasmas, de mi propia sombra que no me abandona ya ni siquiera entre la más acogedora luminosidad. Su rostro refleja preocupación, pero no tengo fuerzas ni ganas para molestarme por ello y soltarle alguna frase engreída con voz poderosa para que se enfade y la ira sustituya a la inquietud en su espíritu.
En mi sueño, mi espada atraviesa a mis compañeros de batalla y sus cuerpos caen inertes, con el gesto de sorpresa y tristeza en los rostros. Todos caen bajo mi mano, y les arrastro para completar la escalera rota alcanzando así la Crematoria. Al cerrar la mano sobre la empuñadura, el corazón se me acelera, transformando el horror de las visiones en un sentimiento de poder sublime y transcendente que hace que todo sea banal comparado con él, que nada más importe sino mantener los dedos ceñidos al arma brillante cuyo resplandor me envuelve en un aura de energía y resolución. Y se abre la puerta...
- ...y detrás estás tú - le digo al brujo.- Y entonces yo...
Creo que Hibrys me está mirando, extrañada. Theron traga saliva, pálido, y menea la cabeza, poniendo la mano sobre mi brazo y tirando de mí con una extraña suavidad que me resulta ajena y distante ahora mismo. Estoy tan cansado que no sé cuan lejos me hallo de la realidad, a merced de una marea de desvelo que me empuja con su resaca hacia una orilla desconocida.
- He hablado con Ysbald. Hemos conseguido pociones de letargo sin sueños. Tienes que dormir, o te volverás loco.
No quiero dormir
Tienes que hacerlo
Me dejo llevar hacia la taberna y asciendo las escaleras como un autómata. Al entrar en la habitación, solo la visión de la cama de blancas sábanas despierta las alarmas en mi interior y me hace cerrar todas las puertas mecánicamente, encerrándome dentro de mí mismo. Dioses, estoy aterrado. No quiero volver a pasar por eso. La falta de descanso enturbia mi visión con puntos difusos de colores que no existen, y el lecho que aguarda me parece la pálida boca abierta de un difunto, grotesca y de largos dientes...
Nunca te haría daño. Es solo una pesadilla.
- Bébetelo - Theron me pone el frasco entre las manos y me trago su contenido sin pensar en nada.
Creo que ya no soy capaz de hilvanar el menor razonamiento, y apenas soy consciente de las manos que me despojan de la armadura, buscando cierres y correajes con torpeza. Hago un último esfuerzo por mantener la compostura y la dignidad, quitándome parte de las placas yo mismo, y me dirijo con gravedad a la espantosa cama. Tenerle miedo a una almohada y unas mantas es demasiado vergonzoso para alguien como yo, y sin embargo, la turbia sensación no me abandona hasta que la poción comienza a hacer efecto, limpiando mi consciencia con la suavidad de un paño de seda, hasta que todo queda en blanco y ya no hay nada que me turbe durante unas horas.
viernes, 9 de octubre de 2009
L - El elfo del parche
Parpadeo y me libero de la abstracción un instante, incómodo en la silla. Las velas se han consumido hasta la mitad, y la maldita planificación me había absorbido tanto que ni siquiera me he dado cuenta de la hora que es. Bostezo, frotándome un ojo y estiro la espalda, crujiendo el cuello. La armadura se me hace terriblemente pesada, de modo que me levanto en un silencio sepulcral y me la quito con cuidado, despacio para no hacer ruido.
La habitación está a oscuras a excepción del candelabro de la mesa, donde estaba sumergido en una dura decisión acerca de las funciones de los miembros confirmados para el asalto. La luz es un suave halo que apenas mantiene la estancia en una penumbra más cercana a la tiniebla y sólo permite plena visibilidad en el rincón. Es evidente que el suave destello no es una molestia para el brujo, que está roncando a pierna suelta con un murmullo parecido al ronroneo de los gatos.
Me pongo los pantalones de cuero y las botas flexibles, y cierro la guerrera sin mangas sobre la piel desnuda cuando aparto la camisa, abrochando las correas hasta arriba para tapar las cicatrices. No tengo sueño, y me apetece sentarme en esa alfombra de oso de abajo, fumarme el tabaco que he comprado en mi último viaje a trinquete y no pensar en nada por un instante, antes de regresar a dormir.
Cuando me echo la capa por encima, me siento un poco culpable por dejar solo al brujo. Es algo absurdo, pero no me hace mucha gracia abandonarle aquí, me acerco de puntillas en silencio y meneo la cabeza, mirándole. Está tirado boca abajo de cualquier manera, con el brazo izquierdo colgando hacia el suelo y la pipa aún entre los dedos, la ropa de cama arrugada en los pies y vestido con la toga y las hombreras. Un rayo de luna se cuela por la ventana y reposa sobre la boquilla de vidrio, destellando, como una estrella sentada cerca de la blanca mano de mi camarada. De alguna extraña manera, me parece muy indefenso ahora mismo, así que, como estoy seguro de que está profundamente dormido y no se va a enterar, le quito la pipa con cuidado y le arropo, colocándole el brazo sobre el colchón.
Me escurro sigiloso hacia la puerta, cojo la llave y salgo, cerrando delicadamente. Tras pensarlo un momento, cierro por fuera. Vale, no está bien encerrar brujos en tu cuarto, pero joder, mejor eso a que entre cualquiera y nos robe, o le maten mientras duerme, o algo así. ¿Verdad? Verdad. Pues ya está, no voy a sentirme mal. Bajo las escaleras, estirándome y rebuscando la petaca entre los ropajes, mientras Renée me observa con mirada cortante. Le sonrío. Los muertos no duermen, por supuesto.
Y cuando me voy a encaminar hacia el recodo donde las sillas aguardan en semicírculo a que me siente en ellas y frote los pies contra el suave pelaje de la alfombra, veo al elfo del parche. Un elfo joven, de largos cabellos blancos y aspecto cetrino y severo, que está sentado con la espalda erguida, un muerto alzado y perfectamente conservado que clava su único ojo en mí con un resplandor azulado, inmóvil como una estatua de alabastro en el rincón. Tiene las palmas de las manos sobre los muslos, viste con una larga toga de tonalidades oscuras, y una enorme espada reluciente, grabada con runas en la hoja, reposa a su lado, en contacto con su brazo.
La severidad de las facciones bien cinceladas, su absoluta ausencia de movimiento hasta el punto de que no respira y ese modo de sencillamente, estar ahí, sin prisa por nada ni por nadie, me confirman que el fulano está muerto. Arqueo la ceja, sintiéndome un poco tonto. Vale, tiene una gran pose y parece la escultura de un noble en su trono, ahí sentado sin hacer el menor gesto, pero no debería dejarme impresionar por esta imponente fachada.
- ¿Bebes? - Le tiendo la petaca, mientras me dejo caer con ligereza sobre el asiento contiguo y hundo bien los pies en el oso muerto. Joder, que ganas tenía.
Diría que es tan guapo como yo, si es que eso es posible, aunque su belleza es la de una figura muy bien tallada. Me estoy empezando a preguntar si no lo es cuando levanta una mano con extrema lentitud y sus labios pétreos se mueven.
- No, gracias. - El ojo azulado resplandece un instante, sin apartarse de mi, escrutándome como una daga de hielo que hurgase en mis entrañas. Su voz es plana, inexpresiva. Fría.
Joder con el muerto. Me encojo de hombros y desenrosco el tapón, dando un largo trago y observándole descaradamente mientras bostezo y me froto los párpados con el puño; tengo la vista cansada. No lleva tabardo ni ninguna insignia que le identifique como nada en absoluto, así que no tengo ni la más remota idea de quien es este tipo, pero tengo la vaga impresión de haberle visto antes.
- Este es un lugar de paz - me dice, y parece haber una advertencia implícita en sus palabras. Sé que Renée nos espía mientras disimula, afanándose en parecer una muerta que se hace el muerto en una taberna, quietecita de espaldas a nosotros, pero hasta las paredes están pendientes de nosotros. Como si aquí fuera a decidirse algo crucial y que no entiendo en absoluto.
- Ya lo he visto, ya. Por eso estoy aquí.
- A veces los que vienen a buscar la paz, turban la de aquellos que ya la han encontrado.
- Esperemos que no sea así en este caso. - sonrío de medio lado, dando un largo trago.
Estoy hablando a media voz, igual que él, y aguanto la insistente mirada sin arredrarme. Pero cuando saca la lengua y se lame los labios, con un gesto peculiar, se anuda una extraña incomodidad en mi garganta. Ha crispado los dedos, que reposaban lánguidos sobre sus piernas, y juraría que eso ha sido un ademán absolutamente lascivo. Joooooder con el muerto. Ojito con el muerto, Ahti.
- No sois oriundo de estas tierras señor...
- Albagrana. Rodrith Albagrana - me acomodo en el asiento, con una mezcla de alerta y curiosidad. - ¿Con quien tengo el honor de hablar?
- Loth'derel - esboza una sonrisa mecánica, sin rastro de sentimientos. - un insignificante habitante de la región.
Ya, claro. Y yo soy Lor'themar Theron. Esa simple afirmación, junto a las pintas que gasta el muerto, me bastan para llegar a la conclusión de que este tío es alguien importante, aunque aún no pueda concretarlo. Percibo la sombra a su alrededor, en su interior, pero no es un brujo ni un sacerdote. La espada rúnica me da una pista que aún no me atrevo a confirmar, mientras agito la petaca y cruzo los brazos, aparentando convincentemente seguridad y naturalidad. Aunque esté nervioso, sin saber por qué.
- Nadie es tan insignificante como dice ser.
- Ni tan importante como se cree. ¿A qué grupo pertenecéis vos, milord?
- Al de los tipos normales que beben bourbon.
La risa suena tan impostora en su boca como todo lo demás, no convence como una risa real, verdadera. Es solo una mala imitación de algo vivo, una carcasa animada de manera artificial... pero una carcasa impresionante. Coño, Ahti. No te dejes deslumbrar. Me hago el tonto convenientemente y finjo que no me entero de nada, riendo entre dientes con él.
- ¿Qué os trae por nuestras tierras, noble visitante?
- He venido a pescar.
- Oh, la pesca. Maravilloso. Dentro de dos días iré a Tuercespina, a la competición. ¿Puede que coincidamos allí?
- Lo dudo - arqueo la ceja - puede que coincidamos más aquí, para ser sincero.
- ¿Pensáis pasar mucho tiempo entre nosotros? - No finge mal, pero mira, ahí asoma un sentimiento. No parece que le guste la perspectiva de compañía, así que me dispongo a meterle el dedo en el ojo un poquito. En sentido figurado, claro. Sonrío exageradamente.
- Me ha gustado este sitio, sí. Es probable que me quede un tiempo. Espero que no se me contagie la muertez.
- Eso depende de vos, Lord Albagrana.
Sonrisa peligrosa. Uy, creo que le estoy molestando. Y no debería disfrutar con ello, pero lo hago, me revuelco en la sensación con toda complacencia, antes de levantarme y sacudirme la capa, echando el pelo hacia atrás.
- Soy un ser muy vital. No creo que tenga problemas al respecto. Buenas noches, Loth'derel.
Ya recuerdo a este tipo. Voy hacia la escalera con estudiada calma, con el ojo del tuerto pesándome sobre la espalda con una mirada pertinaz, bostezo fingidamente y asciendo con soltura, cambiando el gesto en cuanto quedo fuera del alcance de su vista. Me he cruzado al señor Loth'derel hace unos meses, en el ascensor de Shattrath. Vestido con armadura y una hoja rúnica a la espalda, un tabardo negro con una espada plateada en el centro y la misma expresión gélida al dirigir su rostro cubierto por el yelmo hacia mí, montado en un corcel esquelético.
Este tío no es ningún patán, es un guerrero, y un guerrero chungo. Así que ojito con el tuerto, Ahti... ojito con el tuerto.
*** Cumplimos cincuenta entradas! Y las cumplimos con la intervención de Lemgedith, que ya le llegaba la hora. Por otras cincuenta más, y que las disfrutéis, muchas gracias a todos por leer y por espolear mi creatividad, sabiendo que lo que hago no solo me gusta a mi, sino que también deleita vuestra avidez lectora. Que la Luz os guarde, y la factura sea baja! ***
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