Los soldados están sentados en la hierba, mirándose unos a otros, agrupados junto al pozo. Sus siluetas me resultan difusas, casi irreales. Llevo tanto tiempo sin dormir que ya no sé cuando estoy despierto y cuándo no, qué día es hoy o cuántos minutos han pasado desde que me levanté, si es que lo he hecho.
- Estamos fuera de nuestro territorio - está diciendo Theron. Su nuevo rango de oficial le sienta bien y sé que puedo dejar cualquier cosa en sus manos con plena confianza. Sobre todo ahora, que las mías no aciertan a mantener la firmeza ni siquiera cuando aprieto los puños. - Aquí tenemos que dar una imagen intachable. Nos comportaremos como lo que somos, soldados de una Orden Militar. Nos dirigiremos a Ahti con respeto y disciplina. Cualquier asunto de diplomacia debe pasar a su conocimiento...
Escucho las palabras, intentando centrarme en la breve reunión. Ya que mi esfuerzo no es suficiente para abstraerme realmente de las macabras imágenes que hay en mi mente, residuos de una pesadilla que se solapa con la realidad, al menos me sirve para dar la imagen que se requiere y que todos deben ver ahora en mí. Mantengo la espalda erguida, el gesto severo, les miro aunque no les vea.
S olo tengo visiones de sangre y muerte delante de mis ojos. Un paraje oscuro, brumoso, de contornos indefinidos y nubes oscuras en un firmamento negro. Adivino retazos de edificios inclinados sobre una tierra yerma, y lo único que puedo contemplar con claridad es un camino y una amplia escalera, y al final del ascenso la Crematoria, la espada que nos concederá la victoria sobre el mal que nos acecha en cada esquina. Tras ella, una puerta ornamentada de dos hojas se dibuja con la hermosura propia de la entrada al Paraíso, es a mis ojos una promesa de maravillas sin fin y paz eterna.
- Él es el líder, y esa es la imagen que debemos dar. Nos representa, es el rostro visible de nuestra Orden, y así deben verlo los señores de estas tierras y todos aquellos aliados que pretendan unirse a nosotros en la batalla contra la Ciudadela...
Subo los peldaños, extrañamente blandos y escurridizos. La Guardia está conmigo y también mis amigos, los camaradas de Lobos Sanguinarios, los compañeros del Alba de Plata, Ivaine y Sean...¿Qué hace Sean aquí? Qué mas da, no es más que un sueño turbio e inquietante. Subir sin mirar al suelo, ascender... gárgolas del azote nos sobrevuelan, mas allá de las gradas, bajo ellas, sólo un pozo de profunda y aterradora tiniebla, y tras de mí torres afiladas que se alzan, en un mundo arrasado por el desastre. Lánguidas ruinas al borde del desmoronamiento, todo eso es lo que dejo atrás mientras avanzo por la escalera sinuosa, escuchando bajo mis botas algún crujido, un breve sonido viscoso, el estallido de algo burbujeante.
- Formaremos grupos para que todo el mundo visite Stratholme. Cada uno de vosotros debe pisar el lugar, comprender lo que entraña. - lo digo de un modo casi mecánico, observándoles con una intensidad que no es real, pues mas allá de mi mirada, la escalera se tambalea brevemente a cada paso. - En los archivos de la Guardia están las copias de todos los libros que hemos encontrado sobre la formación de la Plaga y el alzamiento del Rey Exánime. También sobre nuestro enemigo, Kel'thuzad.
La atmósfera se vuelve más pesada a medida que avanzo, y un intenso hedor a podredumbre y corrupción impregna mis sentidos. No aparto la mirada de mi objetivo, el acero reluciente y la puerta ornamentada, que parecen llamarme con voz invitadora. Y al fin, he llegado al final, pero el camino termina, se quiebra abruptamente. El vacío eterno y negro, más denso que la lava me separa de la espada, que flota en el vacío y danza en círculos. Su brillo es un reclamo obsesivo y tintinea suavemente con una melodía semejante a la del naaru de Shattrath. "Tienes que alcanzarla", me dice la voz que ya es casi familiar, dentro de mi cabeza.
Es mi pesadilla. La que cada noche se repite al quedar dormido, la que me hace mantenerme con los ojos abiertos por temor a volver a revivirla, pellizcándome o dejando una vela bajo mi mano para que su llama me aparte con punzante dolor del sueño, si caigo en él. En mi pesadilla eterna, al escuchar la voz miro hacia abajo y observo los escalones que he ascendido, el sendero que he recorrido. Mis botas están cubiertas de sangre hasta los talones y me mantengo en pie al final de una calzada de cuerpos inertes, retazos de coágulos y vísceras enredadas, rostros muertos que abren su boca y sus ojos velados, blanquecinos. Reconozco algunos de ellos. "Somos lo que hacemos con nuestras manos", me dice la voz... y entonces sé lo que debo hacer para obtener mi propósito.
- Todo claro, entonces.
Los soldados de la Guardia asienten, saludando y levantándose de la hierba que aún permanece cuajada de rocío. Hay algunas miradas extrañas, incómodas, y después montan en sus cabalgaduras y parten hacia sus destinos, alejándose. Llevo cerrada la capa, intentando huir de un frío que no me abraza desde el exterior, sé que está dentro de mi, y así les veo marchar surcando el camino como estelas de brillante luz que me arropaba hasta ahora.
- Deberías descansar.
Miro de soslayo al brujo, con la mente embotada por la inquietud y la onírica y delirante caricia de mis fantasmas, de mi propia sombra que no me abandona ya ni siquiera entre la más acogedora luminosidad. Su rostro refleja preocupación, pero no tengo fuerzas ni ganas para molestarme por ello y soltarle alguna frase engreída con voz poderosa para que se enfade y la ira sustituya a la inquietud en su espíritu.
En mi sueño, mi espada atraviesa a mis compañeros de batalla y sus cuerpos caen inertes, con el gesto de sorpresa y tristeza en los rostros. Todos caen bajo mi mano, y les arrastro para completar la escalera rota alcanzando así la Crematoria. Al cerrar la mano sobre la empuñadura, el corazón se me acelera, transformando el horror de las visiones en un sentimiento de poder sublime y transcendente que hace que todo sea banal comparado con él, que nada más importe sino mantener los dedos ceñidos al arma brillante cuyo resplandor me envuelve en un aura de energía y resolución. Y se abre la puerta...
- ...y detrás estás tú - le digo al brujo.- Y entonces yo...
Creo que Hibrys me está mirando, extrañada. Theron traga saliva, pálido, y menea la cabeza, poniendo la mano sobre mi brazo y tirando de mí con una extraña suavidad que me resulta ajena y distante ahora mismo. Estoy tan cansado que no sé cuan lejos me hallo de la realidad, a merced de una marea de desvelo que me empuja con su resaca hacia una orilla desconocida.
- He hablado con Ysbald. Hemos conseguido pociones de letargo sin sueños. Tienes que dormir, o te volverás loco.
No quiero dormir
Tienes que hacerlo
Me dejo llevar hacia la taberna y asciendo las escaleras como un autómata. Al entrar en la habitación, solo la visión de la cama de blancas sábanas despierta las alarmas en mi interior y me hace cerrar todas las puertas mecánicamente, encerrándome dentro de mí mismo. Dioses, estoy aterrado. No quiero volver a pasar por eso. La falta de descanso enturbia mi visión con puntos difusos de colores que no existen, y el lecho que aguarda me parece la pálida boca abierta de un difunto, grotesca y de largos dientes...
Nunca te haría daño. Es solo una pesadilla.
- Bébetelo - Theron me pone el frasco entre las manos y me trago su contenido sin pensar en nada.
Creo que ya no soy capaz de hilvanar el menor razonamiento, y apenas soy consciente de las manos que me despojan de la armadura, buscando cierres y correajes con torpeza. Hago un último esfuerzo por mantener la compostura y la dignidad, quitándome parte de las placas yo mismo, y me dirijo con gravedad a la espantosa cama. Tenerle miedo a una almohada y unas mantas es demasiado vergonzoso para alguien como yo, y sin embargo, la turbia sensación no me abandona hasta que la poción comienza a hacer efecto, limpiando mi consciencia con la suavidad de un paño de seda, hasta que todo queda en blanco y ya no hay nada que me turbe durante unas horas.
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