Cada minuto es una estación. Cada segundo es una penitencia. Moverme, recuerda cómo se camina, avanza hacia el Concejo, una reunión de estrategia. Un pie delante del otro, recuerda cómo se camina, avanza hacia el Concejo, una reunión de estrategia. Una reunión de estrategia.
Aplasta la hierba debajo de tus pies, avanza hacia el Concejo, no te detengas. ¿Recuerdas cómo se respira?. Toma conciencia. Por encima, mas allá del rugido intenso que resuena violento, más allá del desgarro de las zarpas furiosas, mas allá del oso, estás tu. ¿No puedes verte?
No puedo verme. En el fragor intenso, la tempestad desatada extiende su oleaje en el interior, el huracán golpea la fortaleza y resquebraja los muros, se cuela por cada grieta, impacta, devora, arrasa, duele y muerde. No me encuentro en este cataclismo. Mi conciencia vuela, tratando de asirse a los restos de la cordura mientras la bestia se agita entre sus cadenas, invocando las inmensidades, las tormentas y los incendios con su grito desesperado.
Una reunión de estrategia. Partido en dos. Queda una parte de mí que está soldada a la costumbre, al hábito incesante de mirar siempre al frente, a ella me aferro cuando el universo se tambalea. El dolor se escurre con manos frías, danza entre mis huesos y mi carne como un parásito.
Palabras que no suenan a nada. Una realidad que cae, humeante, como un velo quemado que pierde todo el valor. Tan intenso el sufrimiento que empuja lejos mi mente, lo anestesia de una patada mientras cierra las fauces en mi interior y me desgarra. Rostros a mi alrededor, espectros, fantasmas.
Minutos que hieren, segundos que pesan un universo. Respira. ¿Alguna vez dolió el corazón al palpitar, alguna vez el aire hirió los pulmones, abrasándolos? ¿Dónde están las lágrimas? Ellas también han huido, mientras el firmamento gira más allá de los muros del Concejo, las estrellas se aferran al cielo cuando la noche se hace densa. ¿Alguna vez se quebraron estas otras paredes, las que ahora se estremecen con la feroz agitación de las cadenas? No te sueltes.
Busco donde aferrarme en la helada vorágine que tira de mí hacia las negras profundidades de la locura, pero hoy no soy un pájaro buscando el refugio en la tormenta. La tormenta se ha hecho en mí y soy el trueno desgarrador y las nubes densas y negras, soy la lluvia gélida y el rayo punzante, el oso gruñe y se agita, desesperado, mordiéndose a sí mismo.
La reunión ha terminado. Camina. Espectros que parecen rostros, fantasmas de voces hechas jirones, un idioma que no existe. ¿Entiendes la vida hoy?
En otro mundo, en un universo diferente, donde aún mantengo un pie con toda la firmeza que me queda, hay un lago de aguas oscuras y orillas pedregosas. En otro mundo hay una conciencia al otro lado, un estambre de penumbra, un puente claroscuro y ondulante. A través de él, un crío avanza, curioso y preocupado, golpeando las puertas de la fortaleza con el puño. Bajo sus pies, gira el tornado devorador. No sé si tiene miedo, pero está ahí, intenta cruzar y llegar adentro. Márchate, quiero decirle. Márchate, este mundo está deshecho, al borde de la ruina. Podría desprenderse ahora y aplastarte, el oso te devorará y no quedarán de ti mas que los huesos, la tormenta quiere engullirte y gritar su dolor, consumiéndonos a todos.
En otro mundo, el vínculo es ahora la única soga a la que puedo aferrarme. Agárrala sin romperla. Sujétate sin destrozarla. No tires de él hacia tu tempestad.
Su imagen es tan lejana, tan difusa como las aguas del lago. Los ojos verdeantes brillan entre la profunda oscuridad, escrutándome, y sus palabras casi me llegan. Está recibiendo una parte del amargo cáliz, o quizá es el suyo propio. ¿Tienes tú las lágrimas que yo no encuentro, Theron? ¿Estás sufriendo conmigo o por mi? ¿Podrás llorar tú en mi lugar, ahora que he perdido lo más amado y la tierra se abre, se resquebraja?
Las palabras que puedo decir no significan nada.
En otro mundo, donde el lago lame las orillas y soy un elfo sentado en la hierba, intentando recordar cómo se habla, el brujo se sienta a mi lado y sus brazos me rodean. No me llega su calor, el tacto de la piel, de las hebras de cabello que rozan mi rostro. Ajeno, a leguas de distancia de la caverna profunda del oso, aun así soy consciente de ellas a través de él. De la frialdad de mi armadura, de la tensión de mis músculos, del resuello en mi garganta.
Las palabras sólo son estrellas muertas.
- Han enviado sus cosas - me escucho, desde una galaxia lejana. - Todas las cartas, el anillo, también los planos del interior de la ciudadela. Murieron todos esta vez.
- ¿Consiguió los planos? - es un susurro débil, la voz del brujo resuena en el interior de la tempestad. Asiento con la cabeza, tomando aire.
- Detallados. Descripciones de cada enemigo en el interior.
- No será en vano.
No será en vano... no será en vano... no será en vano. Le aparto de mí cuando se nubla mi mirada, roja como la sangre derramada, roja como ella, espesa y ardiente. Retribución. Ira, fuego y destrucción, el consuelo de la violencia desmedida y sin cadenas, el suave abrazo del tormento que se transforma en tormenta, del pesar que se viste de cólera. Experimentar un calvario convirtiéndolo en furia arrebatada que todo lo arrasa, hasta que no queda nada.
Mientras cabalgo desesperadamente sobre un corcel de luz vengativa, rechinando los dientes, el rugido me quiebra la garganta y se sueltan las cadenas del oso. Me disuelvo. Ya no existo. Es su turno.
Olfatear el aire, buscar la presa. Bosques infectos, cielo pardo y lluvia sucia. Ningún animal enfermo se me acerca, se apartan alarmados a mi paso, y paladeo el sabor de una sangre inexistente escurriéndose en mi garganta, porque cuando la Plaga es la víctima no hay carne que degustar ni vísceras que morder sin la condena de la muerte deambulante.
La soga tira de mí, y el oso se vuelve un instante, con las fauces cubiertas de espuma y el furor del depredador en la mirada brillante, penetrante. Al otro lado del vínculo, a leguas de distancia, hay un niño sentado dentro de la fortaleza, dejándose azotar por los elementos que campan a sus anchas, inmune al parecer a la destrucción, porque la destrucción es su vientre materno y su padre es el dolor. Me mira.
No estás solo. No hagas ninguna tontería, te lo ruego. No estás solo. Piensa en tu hija, y piensa en mí.
Intento no apartar la vista de esos ojos mientras me precipito hacia el portal de Naxxramas, rechinando los dientes y mordiéndome las entrañas, en busca de algo capaz de apaciguar el hambre, aliviar esta tortura. Si pudiera dejarme morir ... pero ni siquiera eso me está permitido cuando no estoy solo. Y no sé si ahora lo agradezco, aunque puede que mañana lo haga. El pensamiento de la venganza encauzará esta tempestad.
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