Rémol - Otoño
- Quiere hablar contigo.
Drakoon está en la puerta de la habitación. Observo el exterior a través de los cristales de la ventana, estoy de espaldas a ella cuando su voz suave me alcanza. Afuera está despejado, hoy no llueve. Las luces de la tarde se muestran con mayor claridad, y medito bien la respuesta antes de darla.
No quiero más dolor. No es que no pueda aguantarlo, sé que no voy a venirme abajo si no lo he hecho ya, y lo sé porque el día que eso suceda, todo habrá terminado. Simplemente, no deseo más tragos amargos y fríos, no quiero más dolor.
Y quizá quiera romper el vínculo definitivamente, aunque eso nos destruya, en caso de que podamos acabar con él. ¿Como terminas con algo que tú no has creado, que existe sin que lo hayas decidido, que ha estado quizá siempre ahí desde antes de que pisáramos nuestros mundos? ¿Como acabar con un dogma, con una realidad tan real que existe incluso si no crees en ella? Es algo indiscutible. A pesar de todo lo que pudiera suceder, eso siempre prevalecerá, y no importa lo seguro que pueda estar de que soy capaz de fulminarlo sólo con mi voluntad. Mi voluntad es fuerte, pero lo que nos une va más allá de la voluntad de nadie... de cualquiera. Lo intuyo con una certeza tan violenta como la tristeza que se agita dentro de mí.
No importa. Tomo aire y asiento.
- Bien. Dile que escucharé lo que tenga que decir.
Pasos a mi espalda y el chirrido de la puerta. La presencia de Theron es un silencio tenue, una emanación oscura de sombra extraña, melancólica y débil. Es una luna nueva a mi espalda cuyo magnetismo me impele a darme la vuelta y mirarle, volcar mis ojos sobre él y abrir los brazos instintivamente a las espinas y los pétalos, pero me impongo a eso y me mantengo donde estoy, quieto.
Las botas de tela rozan el suelo de madera un par de veces y luego escucho un susurro sutil, lejano. Una voz desnuda y real, que desgrana sus palabras una a una, preñadas de un significado profundo y consistente.
- No quiero ser un esclavo. No quiero volver a fallarte nunca. No quiero volver a decepcionarte.
- No es a mi a quien decepcionas. Es a ti mismo - replico, deslizando los dedos sobre el cristal. - Mi herida solo es el reflejo de la tuya.
- No quiero odiarme, Ahti. Saber que en cualquier momento puedo volver a perder el control, hacer daño a los que quieres, a los que quiero, a lo que más quiero, es una condena inevitable. La adicción son mis cadenas.
- Lucha contra ellas. Nada es inevitable... y si lo es, al menos sabrás que tuviste agallas para intentarlo hasta el final - Aprieto los dedos contra el cristal. No puedo evitar que en mi lengua todas las frases suenen amargas.
- No sé si podré... pero sé que no puedo solo. No me abandones. Perdóname, o castígame, pero no me abandones.
- No seguiré caminando contigo si no aprendemos de cada caída.
Algo se mueve detrás mía y me giro a medias. Parpadeo, sin comprender lo que sucede. Theron está de rodillas y se desabrocha la toga, mirando al suelo, el rostro sereno, firme y teñido con el abandono y la entrega de los mártires.
- Enséñame - susurra trémulo, escurriendo la tela hasta la cintura - Ayúdame.
Los ojos verdes se levantan y me observan. El torso de Theron es un mapa de runas y escarificaciones rituales, algunas palpitan con tonalidades glaucas, apagadas, y las correas del arnés que ahora se desata constriñen las alas emplumadas a su espalda, apenas recién nacidas. El cabello oscuro se derrama sobre sus hombros como serpientes oscuras, y los cuernos destellan con la luz del atardecer. No es ese el rostro de un brujo, tampoco de un elfo vil. Son los ojos que me siguen cada vez que me muevo, la mirada que me arropa, despierto o dormido, aunque me empeñe en no necesitarla, lo que siempre está presente al otro lado.
Extiende las alas y las muestra, mirando fijamente la espada que llevo al cinto. La Canción de Mirah destella, envuelta en el resplandor del hechizo de los puros que imbuye su afilada hoja.
- Ponte de pie. Esto no es necesario.
- Lo es. Es lo que quiero. Por favor.
- Basta, no es necesario.
- Libérame - está decidido, y aprieto los dientes con cierta tensión. - Ayúdame.
Suspiro, acercándome al cuerpo arrodillado que aguarda su redención, y desenvaino el acero, deslizando la otra mano sobre una de las alas. El plumaje es una caricia suave entre los dedos, habrían sido hermosas si no fueran producto de lo que son, nacidas del abandono y los grilletes de un ser demasiado desesperado para ser dueño de sus propias cadenas, asustado quizá por la responsabilidad de su propia condena.
La hoja desciende y escucho el chasquido de las fibras al romperse, el borboteo de la sangre verdeante que se derrama sobre el suelo con un sonido húmedo. Theron se tensa y arquea la espalda, clavando las uñas al suelo y ahogando un gemido.
Nunca más. Cometerás errores caminando tus pasos, nunca más arrastrado por las sogas que asfixian y ahogan la verdad. Cometerás errores y dolerá, pero siempre serán nuestros, solo nuestros. Nunca más lo inevitable si puede evitarse, nunca más la derrota por no luchar una batalla. Nunca más.
- Vivir... es sufrir...
El murmullo se enreda entre los chasquidos de la carne al desgarrarse, las plumas oscuras teñidas de sangre revolotean al desprenderse con cada firme movimiento de la Canción de Mirah, que silba en el aire mientras la empuño con las dos manos, brillando intensamente y susurrando melodías imposibles de metal delicado y cortante musicalidad. El rezo del Ansereg se desgrana una vez más en mis oídos, mientras ejecuto mi labor sin arredro, sesgando las alas del brujo con los dientes apretados.
- No es sólo sufrir - espeto. - Y una mierda.
- El sufrimiento pasa...
- Sus frutos permanecen
- el espíritu... se fortalece
- La voluntad prevalece
- Para el débil... no hay vida - repite, entre dientes. Conozco el rezo. Sé que está incompleto... sé que eso no es todo, y sé cuales son las palabras que le dan el sentido de la plenitud, dejo que fluyan mientras la mancha oscura se hace más densa a nuestros pies y una de las alas cae al fin, como un almohadón roto y desgajado.
- Para el fuerte, no hay muerte.
La mirada de Theron está perdida más allá de la habitación, mas allá de todo. Cada corte le hace contraerse, tiembla a causa del dolor y se estremece cuando la Luz chispea entre mis dedos y lame la espalda ensangrentada, cubierta de sudor, cerrando la herida mientras abro la nueva.
- Sufrir... no es nada.
Cae con un chasquido la segunda ala emplumada, la Luz se desata y cubre el cuerpo trémulo, cerrando cada herida.
- Vivir es todo - me oigo decir, desatando las bendiciones sobre él y dejando caer el arma a mis pies, que termina su canción finalmente.
Siento fluctuar la luz y la sombra a nuestro alrededor, enredándose como nunca antes había percibido, bailando en conjunción en la catarsis del dolor y el éxtasis de la libertad. Aunque me tiemblan las manos, levanto el cuerpo tambaleante de Theron, limpiándole el sudor con las manos desnudas, dejando que la energía sagrada cauterice las heridas, ordenándole los cabellos.
- Gracias
Su voz es real. Es pura y está bien, es correcta, cuando susurra en mi oído y se aferra a la pechera de mi camisa manchada con su sangre, mientras le llevo hacia una de las camas, ayudándole a tumbarse boca abajo. No aparta sus ojos de los míos, los míos están prendidos en su mirada, y nada más tiene cabida más allá de eso.
- Administraremos las dosis. Tendrás el control. Y no voy a dejar que lo pierdas. No te permitiré encadenarte nunca más, Theron Solámbar.
- No lo perderé. No voy a fallarme más.
Me aparto de él sin saber cuanto tiempo llevamos mirándonos, fluctuando en torno al otro como satélites hipnotizados por una gravedad misteriosa e imperante, y recojo las alas, aún resollando por el esfuerzo de la labor macabra y, pese a todo, correcta, que he llevado a cabo. Al invocar la consagración, las plumas revolotean en un estallido y todo se deshace en volutas purpúreas bajo una tempestad de dorado resplandor. Recojo una en el aire y me la guardo en la bolsa. Un recuerdo de la redención. Un recuerdo de la libertad.
No eres el esclavo de nadie, ni siquiera de ti mismo.
Al otro lado del vínculo, una vibración intensa sintoniza y se adhiere con fuerza renovada, fortificándose y perdiendo la solidez, fluctuando con la ligereza de las mareas. Me llena de alivio. Sé que el agua es irrompible, que nada quebranta las olas ni rompe el aire, que lo maleable es más resistente y que la hierba nunca se parte, por violentos que sean los vientos que azoten. Cuando cierro la puerta a mi espalda, me apoyo un instante el la hoja de madera, con el olor de la sangre aún latiendo en mis sienes.
No es un acto de perdón. Es un acto de justicia. Orden. Retribución. Liberación.
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