Capilla de la Esperanza de la Luz - Invierno
No puedo evitar un pálpito de excitación cuando nuestras monturas se detienen frente a la alta construcción de piedra y madera. Entre las lomas pardas, recortándose en la oscuridad del paisaje, la torre de la Esperanza de la Luz permanece inquebrantable, como siempre, haciendo frente a las miradas inertes y fosfóricas que la observan con odio al otro lado de las grietas y terraplenes del terreno. Los murciumbríos acechan en los árboles, los canes se agazapan tras los bulbos infectos que nacen en el yermo árido. Los muertos no tienen miedo. Si pudieran tenerlo, estarían acojonados ahora. Imagino que sólo están cabreados.
Y no me extraña que lo estén. La explanada de la capilla hierve de actividad, como hacía tiempo que no se veía. Soldados y capitanes de división entran y salen de la nave, los intendentes del Alba están dispuestos a ambos lados del escueto campamento, que ahora parece extenderse casi hasta los límites, donde los avizores montan guardia, incansables. Médicos renegados, sanadores y curanderos empuñan los estandartes y se colocan en fila frente al Comandante Kuntz, que reparte órdenes y libranzas. "Vamos, vamos. Hacen falta tres más en Orgrimmar. Cinco para Villadorada", exclama con la voz autoritaria de siempre. Los grifos y los murciélagos vuelan, van y vienen transportando a sus jinetes.
Algunos soldados abren cajas de armas y armaduras con palancas, un par de carretas y mulos de carga acaban de llegar y los transportistas son revisados por los sacerdotes, les ofrecen zumo de fruta del sol y galletas secas. Y los luchadores errantes que acuden a combatir en la guerra se arremolinan para recibir órdenes, bajo los gritos de los lugartenientes que organizan los ataques y la defensa.
- ¡Un ziggurat se ha avistado en Azshara! ¡Necesitamos mas gente en Kalimdor! ¡Voluntarios a este lado!
Theron tira de las riendas de Desidia y me mira de reojo.
- Esto está muy concurrido, ¿no?
- Afortunadamente, así es - replico, desmontando.
Es difícil abrirse paso hasta la capilla entre la multitud multirracial que se agolpa en los aledaños de la construcción, limpiando armas, afilando espadas, cargándose de viandas y cantimploras o abriendo las órdenes lacradas. Dentro, la nave resuena con los pasos apresurados de soldados y luchadores. Los tabardos negros y plateados relucen en la penumbra de la estancia, bajo las velas tenues y las lámparas de aceite. Lord Maxwell Tyrosus está sentado ante una larga mesa improvisada, flanqueado por Korfax y Leonid Barthalamew. Todos revisan papeles y plasman sellos, se los pasan unos a otros, y desde luego, no debería molestarles. Sin embargo, el Comandante levanta la vista hacia nosotros cuando nos acercamos con cautela.
- Que la Luz os guarde, señor. - saludo, inclinándome respetuosamente. - Aprieta la soga el Rey.
- Aprieta, hermano, aprieta - replica, con un brillo de determinación en la mirada. - Cuanto más constriña, más se oirá nuestro rugido. Muchos voluntarios acuden ahora, cuando la amenaza es patente.
- Me alegra ver que al fin se recibe apoyo, pero tal vez si lo hubiéramos tenido antes, no estaríamos en esta situación. Nada como un ataque directo a los hogares de los vagos para espolear conciencias.
Theron sonríe a medias, manteniéndose un paso por detrás de mi, y Lord Maxwell chasquea la lengua, mirándome de soslayo.
- Ese desdén no tiene lugar ahora, Albagrana. Arráncatelo y a trabajar.
- ¿Órdenes, señor?
- Id a buscarlas afuera.
Arqueo una ceja, ladeando la cabeza con cierto disgusto.
- ¿Con los voluntarios?
- Con los voluntarios, Albagrana. Lleva a tu ejército allí, los intendentes tienen ordenanzas para todos.
- No tengo ejército, vengo con Theron.
El brujo carraspea, me mira, mira al comandante y luego se inclina levemente, algo inseguro. Las joyas de sus cuernos relucen bajo las lámparas cuando lo hace.
- Saludos, señor.
- Saludos, Solámbar. - Tyrosus nos observa un momento, luego asiente. - Bien, habéis demostrado ser grandes valedores de nuestro estandarte hasta este día. Os informarán de la situación afuera, aunque os recomendaría inútilmente que os uniérais a un grupo más numeroso. Pero no lo haréis, así que, salid, y que la Luz os guarde.
Asiento y me inclino de nuevo, al ver que Lord Maxwell vuelve a sus quehaceres sin prestarme mayor atención. Al salir al exterior me trago el regusto amargo una vez más, aunque Theron me lo recuerda, caminando a mi lado con digna cadencia y tratando de adaptar sus pasos a mis zancadas.
- Con los voluntarios. ¿No es un poco injusto?
- Paciencia y perseverancia. Lo importante es hacer lo correcto, qué mas da.
- Aun así, después de todo lo que hemos hecho, deberían darnos algo más. Un mechero, no sé.
Me río entre dientes y niego con la cabeza, colocándome en la fila de los voluntarios, mientras los soldados del Alba, uniformados, con el tabardo reluciente, montan sobre sus briosos corceles con soles dorados en la gualdrapa y se disponen en formación, haciendo sonar los cuernos. Les miro de reojo con cierta melancolía y un destello de envidia que aplaco inmediatamente. Paciencia y perseverancia.
- La situación es la siguiente - nos informa un intendente cuando nos llega el turno. Es humano, su dominio del orco no es demasiado espléndido, pero se hace entender y nos observa con naturalidad. Apenas detiene su mirada un instante en las astas del brujo. - Los ziggurats se han dispersado por ambos continentes. Están alimentando unas piedras necróticas que actúan como portales de invocación de criaturas del Exánime. Hay que destruir las piedras y las criaturas, y entregar los restos de cristal aquí, en el campamento argenta. Los necesitamos para investigar el funcionamiento y el origen de esas rocas. Además, se han detectado infecciones en las ciudades principales de Kalimdor y los Reinos del Este. El origen aún no está claro, pero parece un nuevo tipo de plaga. Sed cuidadosos y ... ¿Paladín?
Me lo pienso un momento y luego asiento con la cabeza.
- Si, soy paladín.
- Excelente. Esa nueva plaga es curable si se detecta durante los dos minutos posteriores a la infección. Hemos enviado a los médicos del Alba Argenta a controlar la situación, pero tampoco vendría mal tu ayuda.
- No soy sanador. Voy a luchar. Luego ya veremos - replico en lengua común, casi quitándole la ordenanza de las manos. Luego carraspeo y saludo respetuosamente al humano. - Gracias, milord.
Nos alejamos hacia el primer objetivo marcado en el mapa, dejando atrás el agitado enclave del Alba Argenta, y avanzando hacia el noreste. Al parecer, los cachivaches del rey están presionando con fuerza en las tierras cercanas a la capilla. El brujo se traga uno de sus viales y me mira de soslayo. Llevo el escudo y la maza. Le sonrío con cierta insolencia y se le encienden los ojos repentinamente. Está excitado ante la perspectiva del combate, algo en su interior se agita, ansioso y divertido.
- No soy sanador - repite, imitándome. Se echa el pelo hacia atrás y pone cara de mala hostia, levantando la barbilla, en una clara burla hacia mis gestos. Me arranca una sonrisa, el cabroncete.
- No. Voy a destrozar a luces a esos cabrones. Pero tranquilo, te curaré de vez en cuando sólo para oírte sisear.
- Sería un detalle por tu parte, dado que estamos solos.
- Qué novedad.
- Aun así, haz lo que tengas que hacer. Ya sabes que me las arreglo.
- Te las arreglas mejor conmigo a tu espalda.
Esboza una sonrisa maliciosa y un pensamiento que no acierto a captar le cruza la mente, ocultándose rápido como una ardilla escurridiza. Arqueo la ceja.
- ¿Qué?
- Nada. Te sienta bien volver a la acción.
- Pues claro. Nací para esto.
El ziggurat ya se avista desde una colina parduzca, la noche está cuajada de estrellas y ese satélite flotante de piedra piramidal proyecta un rayo de luz purpúrea sobre una piedra alargada, prismática, rodeada de necrófagos. Detrás de una suave ondulación del terreno, un grupo de seis guerreros discute la estrategia cuando les pasamos por al lado, a caballo, tranquilos. Nos miran de reojo.
- Eh... eh, esperad. ¿Donde vais? Os van a...
Sonrío al orco que me habla mientras Theron salta de la montura, una vez vadeada la loma, y la sombra se enreda a su alrededor. Su imagen es ahora la de un demonio gigantesco que brama y abrasa a los cadáveres andantes mientras se abalanzan sobre él, furiosos.
- Disculpad, me esperan en la pista. - replico, desmontando con calma y si, lo admito, un toque de altanería. - Es hora de bailar, y no me he vestido así para nada. Suerte, amigos.
Cuando me arrojo al combate, la Luz se enciende en mi interior, chispea y hierve como un volcán en erupción, y la hago destellar sobre los enemigos que caen condenados por sus llamas, sobre el brujo que se alza, avivado por su fuego regenerador, sobre mí mismo. Resplandece con la intensidad de un sol naciente, haciendo frente a las carcasas sin vida que arremeten contra nosotros, abrazando y protegiendo nuestras vidas, y el combate me absorbe y me empuja, me da la bienvenida como un hogar cálido.
Este es mi sitio, sin duda. Y joder, cuánto lo añoraba.
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